Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Griñán, cáncer y prisión: una combinación incompatible
Nunca me he topado con José Antonio Griñán, no le conozco y, seguramente, nunca le habría votado, pero sí tengo algo en común con él y, además, una experiencia que a él aún le falta por vivir: he tenido cáncer de próstata, que es lo que nos une, y, además, he estado en prisión, que es la experiencia que él todavía no tiene. Ambas cosas, a mi entender, son incompatibles y me explicaré.
Tal cual me dijeron mis médicos nada más diagnosticarme el cáncer de próstata hace ya más de un año y medio, existían varias alternativas de tratamientos y cada una tenía sus pros y sus contras; después de que me explicaron todas, la decisión fue mía y opté por la quirúrgica, cosa de lo que no solo no me arrepiento sino que, además, me felicito porque fue la mejor decisión que pude tomar.
Ahora bien, tanto antes de la cirugía como después de ésta hay cosas que son esenciales, tal cual también me explicaron mis médicos, y una de ellas es el cómo uno afronta la enfermedad y cómo quiere salir de tan complejo trance: la parte anímica o psicológica es muy importante y este tipo de desafíos que nos pone la vida o se abordan para ganar o se pierden definitivamente.
Obviamente, enfrentarse a todo ello es muy complejo, consume muchas energías y, sobre todo, requiere de un entorno en el cual uno pueda sentirse apoyado y querido, sobre todo porque no todos los días son buenos y, en el fondo, siempre está por medio el fantasma de lo que entendemos por cáncer, pero, también, las consecuencias, si el tratamiento no funciona o la enfermedad va más rápido que la sanación. ¿Cómo se combina anímicamente enfrentarse a un cáncer y estar en prisión al mismo tiempo?
Darle vueltas a la idea no es sencillo, más bien es la parte más compleja de todo el proceso y, en mi caso, conté con el apoyo irrestricto de mi pareja, mis hijas y un núcleo muy reducido de amigos conocedores de la situación; con eso me bastó para salir adelante junto con contar con los mejores médicos que aplicaron todos sus conocimientos y técnica para sacarme bien parado de una enfermedad que nunca se sabe por dónde terminará complicándonos. ¿Cuál sería el entorno de Griñán en el patio de una prisión?
En los meses previos, me dediqué a prepararme física y mentalmente para la operación y, después de ésta, a recuperarme lo más rápido posible, ya que las potenciales secuelas dependen de muchos factores, pero uno esencial es cuán preparado esté uno para afrontarlas.
La prisión, cualquiera que sea y teniendo presente que es una realidad que conozco bien, no es el sitio adecuado para enfrentar una enfermedad de estas características; no un lugar que cuente con las condiciones necesarias para una correcta y rápida recuperación y, además, el proceso de recuperación tiene una primera etapa, ya postoperatoria y post hospitalaria que en una cárcel no se puede abordar adecuadamente y, mucho menos, con garantías de poder conservar un mínimo de intimidad y dignidad.
Insisto, no conozco a Griñán y seguramente no le votaría nunca, pero defiendo, sin dudarlo, su derecho a la salud y su derecho a tener el mejor de los tratamientos que la medicina actual pueda brindarle y, sin lugar a dudas, para eso no puede estar en prisión, ni ahora ni durante el periodo que necesite para recuperarse al cien por cien después del tratamiento que decida seguir.
Las penas privativas de libertad no son para castigar al enemigo, son para reeducar y reinsertar al infractor y en ese proceso han de seguirse criterios de humanización, lo que implica que ningún ser humano pueda verse sometido a un castigo mayor que el de exclusivamente verse privado de la libertad.
Creo que, como sociedad, estamos ante un falso debate si discutimos sobre si Griñán debe cumplir ahora la pena o no; no me cabe duda de que, constatada la enfermedad y decidido el tratamiento a seguir, se debe suspender su ingreso en prisión hasta que se reestablezca; lo contrario sería retroceder muchas décadas en la configuración y entendimiento de lo que han de ser las penas privativas de libertad pero, además, nos estaríamos transformando en una peor sociedad.
Tampoco es hora de entrar en el debate de si fue bien o mal condenado, eso lo tendrán que decidir, primero, el Constitucional y, llegado el caso, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos; en estos momentos lo único que se debe decidir es si un ciudadano condenado a una pena privativa de libertad merece ser, además, privado del mejor tratamiento médico que se le pueda dispensar… se llame Griñán o como se llame.
Seguramente, en una sociedad tan polarizada como la española no seamos capaces de separar la política de la ética, pero, en un caso como el de Griñán, que tanto me da quién sea, se ha pensar si se debe de penar doblemente a la persona o no… es decir, si no basta con la pena privativa de libertad sino que, además, hay que añadirle una suerte de “pena privativa de la salud”, esta y no otra es la clave de lo que se ha de dilucidar y, a partir de cuál sea la respuesta, sabremos en qué tipo de sociedad vivimos.
Se trata de una enfermedad de desarrollo variable y que puede llegar a complicarse mucho, llevando a algunos pacientes a la muerte, pero, no solo ha de suspenderse el cumplimiento de las penas ante un riesgo inminente para la vida, sino que también ha de hacerse ante un riesgo para la salud incluso si no existe riesgo vital.
Este tipo de temas no puede ser sometido al arrojadizo terreno de la discusión política, ha de mantenerse en el ámbito de lo médico y lo jurídico, pero, sobre todo, en el campo de la ética y para quienes tengan duda, basta con que se pregunten ¿cómo me gustaría que me tratasen si el afectado fuese yo?
Al señor Griñán, como a cualquier otro enfermo de cáncer o padecimiento grave, le deseo una pronta y definitiva recuperación y, en cuanto a la resolución de su caso, simplemente deseo que no nos tengamos que ver en un espejo ante el que luego, como sociedad, sintamos vergüenza.
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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
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