Leo el libro Calibán y la brujaCalibán y la bruja y a la mitad me tropiezo con una afirmación contundente: “Para los trabajadores varones las proletarias se convirtieron en lo que sustituyó a las tierras que perdieron con los cercamientos, su medio de reproducción más básico y un bien comunal del que cualquiera podría apropiarse y usar según su voluntad. [...] En la nueva organización del trabajo todas las mujeres (excepto las que habían sido privatizadas por los hombres burgueses) se convirtieron en un bien común, pues una vez que las actividades de las mujeres fueron definidas como no-trabajo, el trabajo femenino se convirtió en un recurso natural, disponible para todos, no menos que el aire que respiramos o el agua que bebemos. Esta fue una derrota histórica para las mujeres.”
Es así como Silvia Federici explica que el capitalismo, en su avance, en los siglos XVI y XVII levantó cercamientos, enclosures, para privatizar los bienes naturales comunales (bosques, prados, agua...) que mal que bien garantizaban la subsistencia de las personas pobres, empujándolas con ello hacia el trabajo asalariado. Y explica también que el capitalismo, mientras desposeía a la gente (hombres y mujeres) de los bienes naturales comunales básicos para la reproducción, en paralelo fue desposeyendo a las mujeres en un proceso todavía más bestia, excluyéndolas del trabajo asalariado, empobreciéndolas y confinándolas a desempeñar los trabajos necesarios para la reproducción social, sin visibilización y sin sueldo. Es decir, de forma “natural” pasaron a ser para los hombres el procomún que garantizaba la reproducción social.
Veo en este enfoque un péndulo que oscila entre familia y estado. La misma actividad reproductiva, exactamente la misma, puede estar invisibilizada y naturalizada cuando se desempeña en el hogar como actividad doméstica o bien puede estar visibilizada y reconocida cuando se desempeña como trabajo a cargo del estado. Según sea la relación de fuerzas, tendremos mucha familia y poco estado o poca familia y mucho estado. (Está claro que ahora vamos hacia lo primero).
Comentando esto con mi amiga Susana, le explico que me preocupa que en una nueva arremetida del capitalismo la cooperación social quede naturalizada y se haga invisible. Y ella me hace ver que el péndulo puede oscilar entre dos polos (familia o estado) pero en su oscilación no hay cambio de modelo, ya que el reconocimiento del trabajo para la reproducción social, cuando lo hay, consiste en dinero. El dinero como único criterio de visibilización. Es decir, capitalismo.
Me pregunto si disponemos de criterios de reconocimiento que no pasen por monetarizar la existencia. Me lo pregunto porque si la Concejalía de Cultura de mi ciudad me dice que ahora no hay dinero para bibliotecas y que si queremos bibliotecas vayamos a hacer trabajo voluntario, me gustaría poder sentarme en una mesa a negociar esta aportación de cooperación social, y poder decirle a la Concejalía: “De acuerdo, autogestionaremos la biblioteca, pero a cambio queremos...” ¿Qué queremos?
Leo el libro Calibán y la brujaCalibán y la bruja y a la mitad me tropiezo con una afirmación contundente: “Para los trabajadores varones las proletarias se convirtieron en lo que sustituyó a las tierras que perdieron con los cercamientos, su medio de reproducción más básico y un bien comunal del que cualquiera podría apropiarse y usar según su voluntad. [...] En la nueva organización del trabajo todas las mujeres (excepto las que habían sido privatizadas por los hombres burgueses) se convirtieron en un bien común, pues una vez que las actividades de las mujeres fueron definidas como no-trabajo, el trabajo femenino se convirtió en un recurso natural, disponible para todos, no menos que el aire que respiramos o el agua que bebemos. Esta fue una derrota histórica para las mujeres.”
Es así como Silvia Federici explica que el capitalismo, en su avance, en los siglos XVI y XVII levantó cercamientos, enclosures, para privatizar los bienes naturales comunales (bosques, prados, agua...) que mal que bien garantizaban la subsistencia de las personas pobres, empujándolas con ello hacia el trabajo asalariado. Y explica también que el capitalismo, mientras desposeía a la gente (hombres y mujeres) de los bienes naturales comunales básicos para la reproducción, en paralelo fue desposeyendo a las mujeres en un proceso todavía más bestia, excluyéndolas del trabajo asalariado, empobreciéndolas y confinándolas a desempeñar los trabajos necesarios para la reproducción social, sin visibilización y sin sueldo. Es decir, de forma “natural” pasaron a ser para los hombres el procomún que garantizaba la reproducción social.