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Zoran Music: Un viaje pictórico desde el horror de Dachau a la luz de Venecia
Los 200 días que el pintor Zoran Mu?ic pasó preso en el campo de concentración nazi de Dachau marcaron las siguientes seis décadas de su vida. Tanto, que ni la luz de Venecia en la que se refugió luego, logró iluminar el espanto de esos recuerdos.
“Lo que hizo de él un artista, fue esa experiencia en el campo de concentración”, explica a Efe Ivan Ristic, uno de los comisarios de la exposición en la que el Museo Leopold de Viena recorre hasta agosto la obra de Mu?ic (Eslovenia, 1909-Venecia, 2005).
Con casi 170 piezas, la muestra “Zoran Mu?ic. Poesía del silencio”, sigue a este artista esloveno, desde sus inicios postimpresionistas, sus viajes por España, el impacto de Dachau, los paisajes de Venecia, el expresionismo parisino y su regreso, décadas después, al horror del Holocausto nazi.
Mu?ic fue detenido por la Gestapo en 1944 por sus simpatías con resistentes antifascistas y puesto ante la disyuntiva de unirse a las SS nazis o ser enviado a Dachau.
El artista eligió el internamiento y en el campo realizó cientos de dibujos, la mayoría desaparecidos, en los que captó el horror de la maquinaria de muerte de los nazis.
La muestra recoge algunas de esas obras que Mu?ic pudo salvar, dibujos rápidos, casi esbozos, de cuerpos reducidos a su esqueleto, representaciones directas del horror, sin pretensiones estéticas, que salen de las tripas del artista.
Tras la liberación del campo y de algunos problemas con las nuevas autoridades comunistas en Eslovenia, ahora ya Yugoslavia, Mu?ic marchó a Venecia, donde su obra se inunda de luz, de colores intensos, de paisajes alegres de la ciudad de los canales.
“Una medida de autoterapia del artista, una especie de escapismo”, comenta Ristic.
Sin embargo, el recuerdo de Dachau siguió latente, cuenta el comisario.
Puede intuirse en la década de 1950 incluso en sus famosos “Cavallini”, una evocación de su feliz juventud en Dalmacia, con representaciones de figuras de caballos, muy a menudo reunidos en grupos apretados en los que Ristic ve a los presos pegados unos a otros para resistir el frío en el campo de concentración.
O en las colinas de Toscana o Umbría, paisajes ondulados en los que pueden interpretarse las montañas de cadáveres.
El pintor se trasladó a París en 1952, donde su contacto con el expresionismo le llevó a alejar su estilo del arte figurativo, en una evolución con la que nunca se sintió del todo cómodo.
A principios de la década de 1970 un Mu?ic que aún se está buscando rompe los diques del recuerdo y pone sobre el lienzo, de nuevo, todo el horror de Dachau.
La serie “No somos los últimos” debe su nombre a las tragedias de las guerras de Corea o Vietnam que muestran que los supervivientes del horror nazi no fueron los últimos en sufrir la bestialidad humana.
En estos cuadros, Mu?ic ya no esconde a las víctimas ni las sugiere en paisajes. Les pone rostros, desencajados, agonizantes, que recuerdan los grabados del Goya que había conocido durante su visita a Madrid en 1935.
“Él siempre reconoció que Goya fue una referencia importante para él, especialmente en relación a Dachau”, explica el comisario.
En esta serie aparecen montañas de cadáveres, terriblemente ordenados por los verdugos para ahorrar espacio en lo que es una perversa industrialización de la muerte.
A esas despiadadas pinturas siguen en el tiempo nuevas visiones de Venecia, en las que la ciudad pierde el colorido y la luz y aparece difuminada e inabarcable tras una espesa niebla.
El existencialismo y la fragilidad humana de estas obras se ve también en los autoretratos, en los que el artista se desnuda espiritualmente, y los retratos dobles con su esposa, en los que se intuye una complicada relación de cercanía-lejanía.
Mu?ic, que siempre dijo que el pintor debe pintar desde dentro y ser capaz de hacerlo incluso con los ojos cerrados, comienza a perder la visión en la década de 1990.
En sus últimos trabajos, antes de su muerte en 2005, pinta ya desde el recuerdo de lo pintado.
“Empecé a pintar desde la memoria. Desde la memoria de esos paisajes, regresé a los mismos paisajes, con caballos y paisajes soñados. Siempre los llamé paisajes, pero no lo eran. Eran raíces”, había dicho ya el pintor en unas declaraciones de 1959.
Antonio Sánchez Solís
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