Aixa de la Cruz, escritora: “Que te llamen loca te despoja de la capacidad de ser escuchada”
El suicidio de una anciana es el punto de partida de Herederas, la nueva novela de Aixa de la Cruz. Su muerte provoca la reunión de sus cuatro nietas en su casa donde, prisioneras de sus obsesiones y debilidades, vuelcan sus preocupaciones, inquietudes y desesperación. También tienen miedo, mucho, a que la locura “corra por sus genes” y no tengan escapatoria. A partir de ahí, la precariedad laboral, los diagnósticos entendidos como profecías autocumplidas y el señalamiento de la psiquiatría como forma de violencia institucional son los tres pilares que sustentan el nuevo libro de la autora de Cambiar de idea (2019). Pero abarca mucho más.
“Tenemos que abandonar la idea de que la vulnerabilidad y la dependencia son una carga”, sostiene la escritora a este periódico sobre la concepción de la vejez como un estorbo. El motivo por el que los mayores están abocados a sentir la obligación de “no preocupar” y “quitarse de en medio”. De la Cruz es punzante en sus argumentos, lúcida a la hora de analizar las estructuras sociales y frustrantemente realista. Por eso este volumen editado por Alfaguara logra conmover y remover a partes iguales.
“El sufrimiento mental no puede ser algo íntimo y privado”, defiende, ya que considera que “nuestro malestar tiene que ver en un 80% con la situación de precariedad en la que estamos alojadas la mayoría. ¿Cómo no vamos a enfermar en estas condiciones?”. Su mirada es crítica y empática al tiempo que lamenta que “antes nos drogábamos para divertirnos y ahora para producir”.
¿Existe la posibilidad de que “no nos enloquezcan”?
La locura y la enfermedad son siempre sistémicas. Hay más sufrimiento entre la gente pobre que en la rica, más entre mujeres que en hombres. Venía de haber comprado sin ningún tipo de cuestionamiento crítico el modelo biomédico de la enfermedad. Era muy reconfortante pensar que la ciencia había llegado a dictaminar que la depresión tiene que ver con bajos índices de serotonina, porque así parecía fácilmente curable. Es una visión que sirve muy bien a los intereses del sistema.
La privatización del sufrimiento psíquico, en tanto que enfermedad mental, nos está impidiendo localizar los orígenes de lo que nos está enfermando en términos colectivos. Lo peor de que te llamen loca es que te despojan de la capacidad de testimonio, de empuñar tú misma la primera persona, contar tu historia en tus términos y que tu experiencia sea escuchada y validada.
Antes nos drogábamos para divertirnos y ahora para producir
Más allá de la psiquiatría está el problema de la automedicación para ya no solo paliar la tristeza, sino también para trabajar más horas.
O para dormir mejor. Está la idea de que antes nos drogábamos para divertirnos y ahora para producir. Te obligan a trabajar 47 horas a la semana y necesitas tomarte 25 cafés. Si el estrés hace que no puedas dormir por las noches y te tomas una benzodiacepina para estar al día siguiente descansada y ser capaz de seguir trabajando, lo que estás haciendo es drogándote para producir.
La novela descorazona cuando una de las nietas se da cuenta de que hay muchas personas mayores que deciden quitarse del medio. ¿Dónde está fallando la sociedad para que esto ocurra?
Últimamente estoy en shock con el discurso de mis padres de “no te preocupes que nosotros no vamos a ser un estorbo. Ya nos quitamos del medio antes”. Lo dicen como si fuera una deferencia. Tenemos que salir de esta idea de que la fragilidad, la vulnerabilidad y la dependencia son algo malsano, una carga. En ellos y supongo que en muchos de su generación ha calado el discurso neoliberal de que la dependencia es un engorro. Aquí el sistema ha ganado a lo grande. Es terrible.
El punto de partida de la novela es el suicidio de la abuela de las protagonistas. ¿Qué es más peligroso, que siga siendo un tema tabú o el estigma que se genera?
No tengo respuestas. Ha pasado mucho tiempo desde que empecé a quejarme de por qué no se hablaba de las cifras reales de suicidios. Hace unos diez años había una especie de manual de estilo en los medios de que no se podía informar sobre ello. Siempre me ha parecido nocivo. Pero también estaba el efecto llamada. Hay que hablar, pero en los términos apropiados.
Está muy bien que dialoguemos sobre reforzar la salud mental y prevenir el suicidio, pero no lleva a nada pedir más recursos para alimentar a una institución sin hacerle antes una crítica cabal. ¿Estamos del todo de acuerdo con cómo se hacen las cosas? ¿Estamos abordando los datos desde una casuística socioeconómica? ¿Por qué se suicida la gente? ¿Realmente hace falta que un Gobierno de izquierdas meta muchísimo dinero en que haya más psicólogos? ¿O nos hace falta condiciones de vida dignas para todos? Al final, ¿por qué enfermamos? Tengo muchas dudas, pero considero mucho más positivo el enfoque actual que no opta por ocultar lo que está pasando.
¿Por qué existe este vacío de no querer llegar al origen?
No quiero ser reduccionista, soy muy crítica con la medicación psiquiátrica pero hay mucha gente que dice “a mí me salvó”. Puedo decir, un poco en broma, proclamas como “no te hace falta un psicólogo, te hace falta un sindicato” porque sé que igual no son extensibles a todos los casos. No obstante, estoy más cerca de eso que de la idea de que todo sufrimiento mental sea una cosa íntima y privada. Eso no lo compro en absoluto. Nuestro malestar tiene que ver en un 80% con la situación de precariedad en la que estamos alojadas la mayoría. ¿Cómo no vamos a enfermar en estas condiciones?
Nuestro malestar tiene que ver en un 80% con la situación de precariedad en la que estamos alojadas la mayoría
Una de las nietas reflexiona sobre cómo la gente como ellas “no ahorra, paga alquileres y como mucho hereda”. ¿Cuán perverso es que la herencia se pueda acabar entendiendo como una salvación?
Es peor que la lotería, porque al menos esta no ha viciado previamente tus vínculos familiares. Hay cantidad de casos de hermanos que se dejan de hablar por cuestiones de herencias y tensiones derivadas de chantajes que padres hacen a sus hijos. La promesa o no de la herencia ha sido siempre una herramienta de control policial dentro de las familias. Es un tema oscurito pero al mismo tiempo nos obligan a soñar con ellas.
La novela reflexiona sobre esta idea contradictoria de la familia como origen y refugio de los problemas. Yo he sobrevivido porque en épocas en mi vida no he pagado alquiler por volver a casa de mi madre. Pero volver a casa de tus padres siempre es una cosa particularmente traumática. Incluso si has tenido a los mejores del mundo, remueve cosas. Habría que fijarse en cuáles son las carencias de un sistema que ha fallado en sus protecciones obligándonos a hacer esto. Para mí fue complicado, pero mi padre no me violaba y mi madre no me pegaba palizas de muerte. Algo que, por desgracia, es muy habitual. ¿Cuál es la carga de trauma doble de quien lo pierde todo y tiene que volver a vivir con unos padres con este perfil de abuso?
Otro elemento importante son los cuidados dentro de las familias. ¿Qué opción tienen las mujeres que sienten que si no ejercen de cuidadoras no valen para nada?
Es una cosa muy peligrosa. Los roles que te asignan cuando eres pequeña se suelen cristalizar. Normalmente no se tiene conciencia de dónde provienen, pero sí de si eres la que tiene que sacar las castañas del fuego o la oveja negra que siempre lo hace todo mal. Estos papeles en general bastante tóxicos tienen mucho que ver con la expiación colectiva.
Herederas incluye una trama que combina violación, embarazo y parto, generando posturas diferentes entre los personajes. ¿Había algo en concreto que quisiera poner sobre la mesa?
Al empezar a escribir me planteé todo el rato cuál era mi intención. En el inicio todo tenía que ver con algo que me ocurrió de pequeña. Cuando tenía tres años, mi madre se enteró de que oía voces. Le recomendaron llevarme a psicólogos, a psiquiatras y hasta al homeópata. Se lo comentó a mi abuela y su respuesta fue “por favor, yo llevo oyendo voces toda mi vida y aquí estoy. No me ha pasado nada”. Es una anécdota que empecé a regurgitar muchísimo. Ella está ya muerta pero pensé que había sido la primera persona que me libró de ser psiquiatrizada.
No le dio importancia, lo naturalizó, lo integró en su experiencia y me liberó de haber tenido una etiqueta desde muy pequeña. Las categorías diagnósticas son también profecía autocumplida. Quería que la novela fuera de mujeres que tienen algún sufrimiento diagnosticable en tanto que enfermedad mental, y que se acaban curando a través del pensamiento mágico, de soluciones discursivas ingeniosas que les permitan explicar su anormalidad en términos de normalidad.
Quería que hubiera una chica que no sabe si la han violado o no, y que al final decida que ella es la Virgen María. Si esto acaba con su dolor y descomprime el nudo, ¿por qué no resolverlo así? Yo he sido cerril, muy materialista y muy poco respetuosa con las creencias ajenas. Ahora estoy en un lugar que es todo lo contrario. Hay que apostar por la sanación, esté en el marco que esté. Y en el caso de este personaje, si el discurso feminista teórico mainstream no le hace bien, ¿quién es nadie para imponerla su marco?
Mi abuela fue la primera persona que me libró de ser psiquiatrizada
Esta reflexión sobre “quién soy yo para decidir” está muy presente en el debate que se está produciendo en torno a las mujeres trans.
Es que está muy relacionado con la cerrazón de las terfas. Como tu experiencia no encaja en mi teoría, te niego. Hay un eco de este otro debate que a mí me resultó dolorosísimo y me echó de Twitter. Me parece horrible que después de este proceso tan bonito que iniciamos en 2017, la sensación que tengo ahora es de división entre mujeres que te quieren negar porque no te encaja el pie en el zapato de Cenicienta. Es un cisma enorme.
El libro enuncia “si el dolor ahuyenta al lenguaje, el lenguaje puede que ahuyente al dolor”. ¿Esta relevancia se tiene presente más allá de las profesiones relacionadas con la comunicación?
La idea del lenguaje como curación tiene mucho que ver con la terapia. Verbalizar es sanador, pero también está aprender a nombrar lo que hasta ahora era 'lo otro' o dar la capacidad de nombrar a quién era 'el otro'. La otredad siempre es uniforme, aburrida y no tiene matices hasta que no empiezas a nombrarla. Cuando las cosas tienen nombre empiezas a ver la variedad. Nombrar es reconocer. Solo así nos podemos tratar de tú a tú.
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