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INVESTIGACIÓN

Se busca Picasso perdido en un almacén, caballete del Greco y pipa de Sorolla robada en su museo

Inventarios de obras desaparecidas o robadas

Raquel Ejerique

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Pablo Picasso tenía 86 años cuando volvió por última vez a uno de sus personajes icónicos, La Celestina. Ya había pintado el conocido retrato de la alcahueta, pero casi al final de sus días hizo los grabados de la Suite 347. También en esas fechas hizo un aguafuerte que presenta a un hombre y una mujer, fechado el 13 de agosto de 1968, de 15x20 centímetros, que se perdió para siempre en un museo.

La obra fue adquirida por el Estado en 1980 y se entregó al Museo Español de Arte Contemporáneo (MEAC), pero nunca más se ha sabido de él. En 1988, los fondos de arte contemporáneo de ese centro nacional se trasladaron al Museo Reina Sofía, que se convirtió en el centro de referencia del arte contemporáneo español y recibió miles de obras. “No hay constancia de que se trasladase, pues no hay un parte de entrada”, explican desde la pinacoteca. Ni consta su salida del museo en el que estaba ni su llegada a destino. En el proceso de transferencia de fondos se perdió, se inventarió mal o fue robado.

No es la única obra perdida, robada o desaparecida en los museos españoles a lo largo de los siglos. En el listado histórico –recopilado por elDiario.es a través de preguntas por el Portal Transparencia al Museo del Prado, el Reina Sofía y los 16 museos estatales– se puede ver que el Prado tiene tres pinturas sin localizar y 20 obras robadas, la mayoría objetos como tazas o copas sustraídas de las vitrinas, todas ellas en 1918. Respecto a las pinturas que están inventariadas pero no están en los almacenes hay una obra de Mariano Lanuza que no aparece desde 1940, la pintura Enamorados en una reja que estaba cedida a la Escuela Superior de Canto sin que se haya vuelto a saber de ella, y una Naturaleza muerta de Mariano Lanuza.

Pero hay hurtos y desapariciones más recientes: por ejemplo, la pipa de madera “sustraída de la sala III” de la Casa Museo de Sorolla en Madrid, que se echó en falta en 1993. O el hurto más actual, en 2018, de una “flor de lirio de hierro insertada en una talla gótica de arenisca del siglo XV” del Museo Nacional de Cerámica, ubicado en Valencia. En el Museo del Greco de Toledo, en una revisión rutinaria, los funcionarios echaron a faltar en 2005 voluminosos muebles como un arcón, una mesa, un armario y un caballete. Dónde están o quién se los llevó es algo aún desconocido.

El listado del Reina Sofía es de los más abultados, en parte por los problemas con las transferencias de fondos desde el MEAC, y que afectaron al Picasso desaparecido. En su inventario hay 141 obras ilocalizadas. Porque se han robado, porque los inventarios tienen errores o porque nunca llegaron a entrar. Por ejemplo, cuatro obras del pintor Antonio López (tío del pintor homónimo contemporáneo) o dos cuadros de Juan Genovés, Desconcierto y El Monumento. También falta El fumador, de Manuel Valdés.

Estos últimos se perdieron tras ser prestados al Ministerio de Presidencia (antes, de Gobernación), que acumula 17 cuadros desaparecidos sin fecha clara. “Se trata de un depósito histórico regularizado en 1998. En revisiones hechas en 2005, 2010 y 2011 no se localizan”, explican fuentes del Reina Sofía.

El caso de obras prestadas a sedes diplomáticas, ministerios o instituciones desde principio del siglo XX que no se devolvieron se repite: desde las cuatro obras que viajaron a la embajada de Berlín en 1931, al Pérezgil cedido al Teatro Real de Madrid que nunca regresó a los fondos del Estado, como otras dos pinturas que también se esfumaron en el mismo auditorio, una de José Alfonso Cuní y otra de Manuel Mingorance.

La jefa de Registro de Obras, Arantxa Borraz de Pedro, explica que muchas veces las obras se cambiaban de sitio sin dejar constancia, pero ahora los controles para préstamos son mucho más exhaustivos: “Se visita el lugar donde se va a exponer, intentamos que haya una visita técnica al año para confirmar que la obra está en buena condición y si esa obra se cambia de sitio, hay que pedir permiso y hacer un registro. En pandemia, por ejemplo, hicimos revisiones de manera telemática”. Además, para que un cuadro salga de los almacenes y se vaya a otra sede tiene que tener tres informes favorables.

En el siglo XX, las piezas que llegaban a un ministerio, a un teatro o a una institución prácticamente no pasaban controles (el plan director concreto del Reina Sofía es de 2010). ¿Pudieron robar esas obras de arte cedidas y desparecidas en las propias instituciones? “Quiero pensar que no”, contesta Borraz. Dos personas conocedoras del mundo del arte y las colecciones públicas, ya retiradas, coinciden en que durante el franquismo (parte de las obras desaparecidas y que no volvieron son de esa época) no había inventarios exhaustivos y era una situación propicia al hurto. “Si alguien se lo quería quedar, pues no tenía demasiado problema para hacerlo”, cuenta uno de ellos. La guerra, los bombardeos y el caos que supuso en los registros y el movimiento de obras acabó también con arte destruido o perdido para siempre, obras que aún están reflejadas en esos listados.

La pérdida de patrimonio también se ha producido en eventos fortuitos, como el incendio en la Representación Permanente de España ante la UE en Bruselas en 2002, donde murieron un policía y un bombero, y donde quedaron consumidos otros siete cuadros del Reina Sofía. La crónica de Carlos Yárnoz en El País daba cuenta de la quema de algunos de ellos. Se perdieron obras de Juan Genovés, Lucio Muñoz o Manuel Boix, como queda acreditado en una carta del representante en Bruselas enviada al director del Reina Sofía, a la que ha tenido acceso elDiario.es, y en la que lamenta la destrucción de las obras por culpa del fuego.

Entre las desapariciones recientes más famosas está la escultura de cuatro bloques de Richard Serra que el artista hizo para la inauguración del Reina Sofía. El caso fue especialmente polémico porque la obra costó más de 200.000 euros y pesaba 38 toneladas. Su pista se perdió cuando el museo la almacenó en una empresa, que acabó quebrando. Se dieron cuenta una década después y fue un escándalo internacional. Todavía está operativa la denuncia y está en búsqueda en los listados.

Además de los controles cuando se cede obra, los museos han implementado más medidas de seguridad para evitar robos in situ, como relata Mercedes Roldán, subdirectora de Museos del Ministerio de Cultura: “En los museos de la red estatal –son 16– hay empresas de seguridad privada y personal propio en sala. Hay un centro de control siempre conectado con Policía y un circuito cerrado de televisión”. También cuentan con sistema “antiintrusión” cuando está cerrado el museo, es decir, salta la alarma si hay presencia dentro.

“Respecto a los préstamos o depósitos se han ido robusteciendo los requisitos para garantizar que vuelve. Se comprueba que la institución cumple, que su sede tiene seguridad, condición ambiental, póliza de seguro... Si el préstamo es internacional, se pide el itinerario detallado de transporte, incluso qué personas van a hacer de correo, que es como se llama a quien acompaña a la obra”, explica la subdirectora.

En las casas museo, como el Museo Cerralbo, del Romanticismo, el Museo del Greco o el Museo Sorolla, la cosa se complica: exhiben pequeños objetos cotidianos que han acabado en los bolsillos de algún visitante. Además de la pipa de Sorolla, en el Museo Arqueológico de Madrid se robaron a principio del siglo “nueve figuritas de bronce romanas” mientras estaba abierto al público o “siete anillos de oro romanos sustraídos de una vitrina que fue forzada para su sustracción”. En el Museo Cerralbo de Madrid se echó en falta en 2005 un “aplique de bronce dorado en forma de Pegaso sustraído de la chimenea del despacho”. 

“Hay un riesgo añadido por los objetos que están fuera de vitrina. En el Cerralbo, por ejemplo, hay libros de cotejo, como un plano de sala gráfico que indica dónde están los objetos. Al acabar el día, los vigilantes van con ese mapa para ver que todo está en su sitio. También se han puesto hilos transparentes que sujetan los objetos a las mesas y que el visitante no aprecia a simple vista”, cuenta Roldán. 

La mayoría de robos, de hecho, son del siglo XX y son muy pocas los hurtos hoy. Uno de los más recientes y sonados ocurrió en el Museo Benlliure de Valencia. En 2010 se robó la obra de pequeño formato de Sorolla El santero de la cofradía. Fue recuperado un año después y detuvieron a una escritora que se lo había llevado durante una visita a la exposición. Actualmente, además del trabajo de las unidades especiales de patrimonio en la Policía y Guardia Civil, se rastrean subastas y se hace seguimiento por si la obra saliera del país. Interpol lanzó en 2021 una aplicación para el móvil, ID-Art, descargable, y que contiene un repositorio con todas las obras en búsqueda por si alguna persona o experto en arte se topa con una obra expuesta o a la venta que pertenece a un museo, ya que la colaboración ciudadana es esencial.

Precisamente un experto desveló en 2023 el mayor robo conocido en un museo, en el British Museum de Londres, cuando detectó piezas a la venta en eBay que podían pertenecer al museo, en lo que ha sido el mayor fallo de seguridad conocido en un centro de exposición. La investigación estimó que se pudieron sacar a lo largo de los años hasta 2.000 pequeñas piezas no catalogadas que estaban en los almacenes, entre ellas gemas y joyas, de manera que nadie las echó en falta. Por eso los inventarios y los registros son esenciales: “Antes había lagunas en los archivos, con la guerra se destruyeron muchos. Ahora los museos trabajamos con mucha más información”, cuenta la jefa de obras del Reina Sofía.

“Los expertos en seguridad dicen siempre que el riesgo cero no existe, es un reto porque hay que compatibilizar la protección al tiempo que se exhiben las obras, pero hemos mejorado mucho los sistemas y ahora los robos y los hurtos son excepcionales”, concluye la subdirectora de Museos, Mercedes Roldán.

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