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La fotografía africana desafía con una mirada propia al imperialismo que les veía como “flora y fauna”

Guy Tillim. Justino Ngene, Laurino Bongue and Faucino Hando, 2002. Series: Kunhinga

José Antonio Luna

3 de julio de 2021 22:20 h

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Los buenos y los malos. Los civilizados y los analfabetos. La construcción de un 'nosotros' para crear un 'ellos' ha sido y es una práctica habitual en la cultura occidental. Porque es precisamente ese concepto, el de la 'otredad', el empleado por los imperialistas del XIX para delimitar una sociedad vista desde un único prisma. Dibujaban las líneas de lo que era aceptable y lo que no como excusa para la dominación, ya fuera cultural, ideológica o territorial. Y la fotografía tampoco ha permanecido ajena a estas prácticas.

La población negra, víctima de esta mentalidad imperialista, ha sido representada con el mismo lenguaje visual que la flora y la fauna. Esa visión posteriormente se ha trasladado a museos públicos, galerías y archivos africanos, como si fueran documentos representativos de una realidad propia y no de misioneros que se consideraban a sí mismos como autoridades “civilizadas”. Pero eso cambió a principios del siglo XX, cuando los propios nativos comenzaron a desafiar las leyes racistas de los gobiernos: reivindicaron su condición humana para dejar de ser meros objetos de estudios etnográficos. 

Buena muestra de ello son las dos exposiciones de PHotoESPAÑA, ambas de la comisaria invitada Elvira Dyangani Ose: Eventos de lo social, retrato e imaginario colectivo (en el Círculo de Bellas artes) y Contra la raza (en Matadero). Las dos muestras, que se pueden visitar en Madrid, son distintas pero funcionan de forma complementaria. Mientras que la primera es un recorrido por la fotografía africana desde su introducción en el continente, en 1854, la segunda explora historias y poéticas de la experiencia negra que se viven en la actualidad. Es un viaje del siglo XIX hacia nuestros días de la mano de artistas que buscan redefinir esa 'otredad' y hablar de historias silenciadas. 

De objetos a sujetos

“La fotografía formaba parte del museo como modo de control, pero a la vez también era un vehículo de liberación para redefinir al sujeto en sus propios términos”, explica Dyangani a elDiario.es. Por eso Eventos de lo social comienza mostrando el trabajo de artistas como Santu Mofokeng, que decidió crear un archivo de imágenes de familias negras de clase media y trabajadora entre 1890 y 1950. Pero no como entes despersonalizados y exóticos, tal y como aparecían en los libros de historia natural, sino contextualizando y transformando a los objetos en sujetos. 

Algunas de las fotografías recuperadas por Mofokeng en The Black Photo Album estaban colgadas en las paredes de las casas, escondidas en cajones o incluso entre la basura. El cuidado de estas imágenes muchas veces dependía de la consideración de las familias con respecto al sujeto fotografiado, ya que para algunos esa captura contenía la “esencia” de quien era retratado. El resultado es una recopilación de individuos que, a pesar de tener libre elección, decidieron posar con escenificaciones de estilo victoriano. Sus retratos respondían más a un estilo de vida extranjero que a uno propio. 

Por esa razón, en uno de los textos de su proyecto, Santu Mofokeng se hace varias preguntas: “¿Son estas imágenes la evidencia de una colonización de la mente? ¿Sirvieron a su vez para  desafiar las visiones predominantes de los africanos?”. De hecho, el trabajo del fotorreportero precisamente tiene como punto de inflexión 1950, año en el que el gobierno sudafricano aprobó a Ley de Agrupación por Áreas que designaba qué zonas estaban permitidas en función del color de la piel vigente hasta 1991.

La comunidad negra, según Elvira Dyangani, pudo abandonar esa condición de objetos de estudio gracias a “años de lucha social por el reconocimiento de unos derechos y la exaltación de la condición humana a través de múltiples formatos”. Esa pelea por el reconocimiento de valores culturales se puede apreciar en trabajos como el de Candice Breitz, que en 1994 decidió tachar con típex la piel de mujeres negras que aparecían en postales para recibir a los turistas al aeropuerto de Johannesburgo (Sudáfrica). Se mantenía el paisaje, la ropa africana o incluso la sonrisa, pero cambiaba el único elemento que fue motivo de discriminación: el color. Por eso, fotógrafos como Seydou Keïta, Malick Sidibé y J. D. 'Okhai Ojeikere también hicieron del retrato un arma para desarticular mitos sobre la cultura y la vida cotidiana en África. 

“Existe un interés fundamental por mostrar esa vida que un siglo más tarde todavía se cuestiona. No te levantas pensando que eres un sujeto negro y que por eso tienes una experiencia distinta a la gente que te rodea. Pero, al final, la gestión de cómo otros te observan determina la manera en la que defines tu identidad”, señala la comisaria, que pone como ejemplo el sentimiento de ausencia en aspectos que van desde la historia de España hasta los personajes que se ven en ciertas películas o museos. 

El afrofuturismo como espacio para la reflexión

La muestra Contra la raza funciona casi a modo de epílogo en el Círculo de Bellas artes. En ella, artistas multidisciplinares reflexionan sobre historias contemporáneas desde un punto de vista panafricano, ya sea a través del vídeo o la imagen. Intentan, en definitiva, abordar dos cuestiones: dónde estamos y hacia dónde vamos.

Por ejemplo, en un corto dirigido por Sally Fenaux llamado Unburied, se ve cómo la protagonista rompe a llorar después de escuchar por la radio el número de personas que han muerto en el Mediterráneo intentando llegar a Europa en busca de una vida mejor. “Hay una cosa muy fuerte que se preguntan los artistas: ¿por qué tenemos que seguir luchando por derechos que ya deberían estar garantizados? Algunos lo abordan desde la impotencia, otros desde la imposibilidad de seguir peleando… Hay una parte de la raza que nos afecta a todos”, apunta Dyangani.

El punto final al recorrido lo pone un viaje al futuro marcado por el artista Larry Achiampong a través de la serie Relic Traveller. Son cortometrajes animados interpretados por astronautas (o viajeros) que exploran el planeta al mismo tiempo que abordan temas de un pasado colonial que no parecen estar del todo superados en el futuro. Por ejemplo, en Reliquary 2 le habla directamente a sus hijos, a quienes estuvo un tiempo sin poder ver con motivo de la pandemia del coronavirus. “Tengo que creer que hay un camino y rezo para que haya un futuro para ellos, pero el tiempo no es de nadie. Proteged a vuestra madre, defended a las mujeres negras, nada de esto será posible sin ellas”, reflexiona el artista, aconsejando a sus hijos pero apelando a la consciencia colectiva.  

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