Carlo Padial, humorista: “Todos mentimos descaradamente en las redes”
Puede que dar el salto a las series fuera el único desafío creativo que le quedaba por afrontar a Carlo Padial (Barcelona, 1977). Novelista, humorista, guionista y productor vinculado desde un principio a publicaciones como El Víbora, fue en 2010 cuando debutó en el cine y se convirtió en uno de los principales exponentes de aquello que Jordi Costa bautizara entonces como posthumor. Es decir, la comedia donde la risa ya no es la prioridad, donde prima la incomodidad. Lo que no implicaba que Mi loco Erasmus, falso documental encabezado por Didac Alcaraz, fuera incapaz de producir unas inmensas carcajadas en el espectador. Más allá de la perplejidad, o incluso la angustia, que estas contuvieran.
A Mi loco Erasmus le siguió Algo muy gordo mediando el entusiasmo de Berto Romero y, en 2019, sumiendo al Festival de Sitges en una gran tormenta mediática, llegó el documental Vosotros sois mi película, protagonizado por Ismael Prego, alias Wismichu. Entretanto, Padial nunca había dejado de lado la literatura —Mi loco Erasmus, de hecho, se inspiraba en una novela escrita por él mismo—, y en 2017 ganó una gran notoriedad con Doctor Portuondo, memorias publicadas por Blackie Books en las que repasaba sus años de terapia con el doctor Juan Antonio Portuondo, eminencia del psicoanálisis que en su momento regentara el Centro Internacional de Psicología de Barcelona.
Como toda su creación —desde los documentales, falsos o no, hasta sus vídeos en PlayGround pasando por las intervenciones en Late Motiv—, Doctor Portuondo poseía un humor muy particular, emitido desde un estupor hacia lo cotidiano que vincularíamos a las neurosis fílmicas de Woody Allen si estas se bañaran en la realidad española, aparentemente alérgica a las tesis de Sigmund Freud. Doctor Portuondo ahora es también una serie de televisión (Filmin), escrita y dirigida por el propio Padial.
Al inicio de su carrera se le vinculó con el posthumor, por las colaboraciones con Venga Monjas o Miguel Noguera. En sus últimos trabajos, sin embargo, se percibe un salto a ficciones más emotivas, trágicas. ¿Cómo siente esta evolución humorística?
Suele pasar que lo primero que haces te condiciona mucho. De Mi loco Erasmus salió Algo muy gordo porque Berto Romero quiso hacer algo parecido, y de Algo muy gordo salió el encargo de Vosotros sois mi película, cuando la agencia de Wismichu entendió que manejando en esos códigos podía llevar a buen puerto su proyecto. Entonces te topas con tres películas que se mueven en parámetros parecidos, con una mirada subversiva que cuestiona qué entendemos por ficción, pero solo es un aspecto de lo que yo quiero hacer.
He crecido en la Filmoteca viendo cine clásico, y si me preguntas mi película favorita diría Escrito sobre el viento, algo que no tiene que ver absolutamente nada con lo que hago. Aunque me encanta el documental que hibrida la comedia, claro: adoro a Joaquin Jordà o a Christopher Guest. Pero lo primero que haces te encasilla y quiero rebelarme contra eso. Espero que a medida que encadene proyectos se perciba una trayectoria llena de cosas diferentes, aunque se puedan percibir patrones. El humor, una hiperconsciencia de lo vivido aplicada a Internet, a lo psicológico, a la pareja…
Desde Erasmus, Orgasmus y otros problemas a Mi loco Erasmus, su debut en el cine, nunca había adaptado su propio material al audiovisual. ¿Cómo ha sido el proceso de adaptarse a uno mismo en Doctor Portuondo?
No nos importaba en absoluto que el material de base hubiera sido vivido por mí o que el doctor Portuondo fuera una persona real. Lo que nos gustaba era, en primer lugar, la figura tan brutal de Portuondo, que creíamos que podía tener un fuste televisivo muy potente… y creo que ha sido así, que Perugorría ha creado a todo un personaje, un detective del inconsciente que culpa a sus pacientes del crimen psicológico que le traen a la consulta. En segundo lugar, veíamos muy claro el potencial cómico de muchas escenas. La terapia de grupo, el paciente esquizofrénico como una versión bizarra del paciente neurótico, o la idea de que cuando tú haces terapia la gente de tu alrededor se enferma. Todo eso nos gustaba y nos agarramos a ello sin dejarnos amedrentar por el libro. Solo cogimos lo que nos servía, que en este caso eran buenas premisas para rodar escenas divertidas.
Una idea que llama mucho la atención del libro, y en la que también incide la serie, es que el psicoanálisis es incapaz de funcionar en España...
En la serie el doctor Portuondo no sabe muy bien a qué achacarlo, y si no recuerdo mal el verdadero doctor Portuondo se expresaba en términos parecidos. No sé por qué en España, a diferencia de Francia, Inglaterra y tantos países europeos, el psicoanálisis no cala. Quizá es por su tradición católica, que en el fondo ha sido brutal hasta hace muy poco. Esta forma de terapia tiene mucho que ver con una cierta tradición protestante por un lado, y por otro con una cualidad literaria y un sentido del individualismo que tampoco parecen comulgar mucho con nuestra naturaleza española. Sea como sea siempre me he topado con muchísimo escepticismo; si hoy tú le dices a la gente de tu entorno que estás haciendo terapia freudiana te va a mirar con extrañeza, por muy joven que sea.
Aún así, desde la publicación de Doctor Portuondo se ha visibilizado mucho la salud mental, al hilo del coronavirus o la retirada de Simone Biles en las Olimpiadas. ¿Lo tuvieron en mente a la hora de sacar la serie adelante?
Se ha usado como frase promocional de la serie pero es cierto, todo el mundo necesita terapia. Estamos en un momento de pandemia, enfado, crisis… y frente a esto el doctor Portuondo y su consulta tienen algo de bálsamo, de catarsis. Está claro que la salud mental es uno de los grandes temas del momento junto a la crisis financiera o la crisis climática, y la serie se pregunta eso, qué es ser una persona sana. El protagonista de Doctor Portuondo cree que una persona sana es una persona capaz de contar su historia, pero la serie te demuestra que eso no es tan fácil. El protagonista pronto se descubre como una persona que no es de fiar, ni siquiera lo es su voz en off. Y es que cuando yo hacía terapia me di cuenta de lo increíblemente difícil que era contar algo y no mentir. No ficcionarlo, no introducir lo que Freud llamaba la “novela familiar”: algo que contamos para ser aceptados, o hacernos la víctima, o sentirnos validados.
En un relato de David Foster Wallace, El neón de siempre, un hombre acude al psicoanalista sintiéndose un fraude pero afronta la terapia mintiendo compulsivamente. Esto ocurre también en Doctor Portuondo. ¿Cree que esta incapacidad para ser sincero es el mayor obstáculo del proceso?
Hay que añadir a la ecuación cómo estamos viviendo 2021. Todos ficcionamos nuestras vidas en las redes sociales, mentimos descaradamente. La mayor parte de perfiles de Twitter no son comunicaciones sinceras, son intentos de encajar, de ajustarse a una agenda, a un grupo. Vivimos un momento polarizado, muy tribal, y es jodido sacudirnos esto de encima para ser sinceros. Es un gran reto porque parcialmente nuestra existencia sucede en redes sociales. Nos hemos acostumbrado a relacionarnos de ese modo y creo que es una fuente brutal de frustraciones. Ese es el tema central de la serie, la imposibilidad de mostrarnos como somos.
Filósofos como Gilles Lipovetsky entienden la atención que despierta el psicoanálisis como una expresión del individualismo que marca nuestra época. ¿Está de acuerdo?
Este debate también está contenido en la serie. Estela, la novia del protagonista, le dice que desde que hace psicoanálisis se ha vuelto un imbécil, y es una cuestión interesante para la que no tengo respuesta. Solo puedo decirte que en mi caso el psicoanálisis, por encima de todo, me dio un léxico que me permitía explicarme, y entenderme. Más allá del ángulo literario, nunca he conseguido conectar con la filosofía. Yo entiendo el mundo a través de historias, a través de humoristas… los cómicos stand-up son lo más parecido a la filosofía a la que yo puedo acceder. No estoy seguro de que la filosofía me sirva para comprender el mundo mejor.
En cambio con el psicoanálisis todo adquiere sentido, y más por cómo lo explicaba Portuondo, traduciéndolo a fórmulas sencillas que lo sacaban del armario intelectual, muy old school, en el que los gestó Freud. Todo eran máximas que se podían expresar en una frase o un grito. Ahora bien, tal y como decía Portuondo, el psicoanálisis no es para todo el mundo, y cada cual tiene que encontrar lo que le sirva. A mí me sirvió, como en otras circunstancias podría haberme servido, yo qué sé, la meditación.
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