El Carnaval con letras grandes
Una vez al año, el pueblo de Cádiz se burla de sus amos públicamente. Lo hace con gracia y salero, picado de sentimiento musical y siempre al borde de la Cuaresma, aunque no por ello el Carnaval es expresión pagana, sino todo lo contrario. El Carnaval es hijo pródigo del cristianismo, tal y como apunta el poeta Jaime Cedillo en un libro que es de vital importancia para la afición carnavalera: Juan Carlos Aragón, el Carnaval con mayúsculas (Renacimiento).
Este año, el Carnaval de Cádiz ha llegado pasada la Cuaresma, en primavera, y ha llegado con el envoltorio de la polémica debido a la actuación cancelada de una chirigota cuyos miembros eran presos del Puerto. El asunto tiene su aquel, pues se dijo que uno de los integrantes de la citada chirigota está cumpliendo condena por abusos sexuales a menores de las agrupaciones carnavaleras –si bien Instituciones Penitenciarias ha asegurado que las informaciones publicadas “no se ajustan a la realidad”–. Son cosas que pasan, cosas chungas que no tendrían que ensombrecer esta fiesta que es rito sagrado donde la vida se celebra al compás de una copla bien entonada.
Con todo y con ello, el escándalo de la chirigota de los presos ha salpicado al alcalde de Cádiz quien, a su vez, ha sido blanco de la burla de una de las comparsas más ingeniosas de los últimos tiempos, la de Los Sumisos, capitaneada por Martínez Ares, cuyos miembros salieron el otro día al Teatro Falla ataviados de payaso para poner las butacas patas arriba, dejando al Kichi boca abajo con una copla valiente, cargada de denuncia y de color local. Todavía resuena el broche de su cierre en las orejas del pueblo: “No eres, ni queriendo, mi Salvochea”. Letras duras para el Kichi, que siempre se manejó como descendiente político de Fermín Salvochea, legendario alcalde que tuvo Cádiz durante la I República.
Con todo, lo más atípico de este Carnaval sigue siendo la ausencia de Juan Carlos Aragón, sin duda. Echamos de menos su mordacidad y esa manera musical de mezclar influencias que abarcan desde los sones genuinamente gaditanos, hasta el rock andaluz, pasando por la canción de autor latinoamericana, en especial Silvio Rodríguez, con quien Juan Carlos Aragón se identificaba plenamente, tal y como señala de manera certera Jaime Cedillo en su libro dedicado a la figura de uno de los más grandes autores carnavaleros de la región.
Se trata de un libro muy completo donde Cedillo analiza profundamente el espectro sonoro del Carnaval gaditano como una evolución del flamenco. Esto es debido a que el Carnaval de Cádiz comparte con el flamenco el compás de la bulería gaditana. Pero no hay que confundirse, pues dicha bulería surge a raíz del compás de las comparsas y no al contrario, como mucha gente se piensa. Jaime Cedillo lo explica muy bien con fechas y señales, de una manera rigurosa y didáctica a la par, haciendo de este trabajo un estudio imprescindible para todas aquellas personas que quieran acercarse a esta expresión popular de jolgorio atronador y copla con retranca.
La burla, el gracejo, la chispa, el donaire, esa voz que tiene el pueblo cuando se trata de cantar las cuarenta al poder, esto y más es el Carnaval de Cádiz, tal y como ha reconocido el Kichi, encajando con distinción la denuncia de la comparsa de Martínez Ares; declarando con ello lo que toda la gente sabe, que es mejor estarse calladito cuando habla un poeta de Cádiz, ya que el poeta siempre habla por boca del pueblo. Toda una lección, la de Martínez Ares, la de Kichi y, cómo no, la de ese otro poeta que es de Toledo, aunque gaditano de adopción, y que se llama Jaime Cedillo.
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