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De traumas generacionales y trozos de pastel: así se fraguó la 'fórmula Disney' que hoy domina el mercado

Portada 'La otra Disney Volumen uno (1946-1967)'

Francesc Miró

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La hegemonía del imperio de la casa del ratón en la industria audiovisual norteamericana está hoy fuera de toda duda. El año pasado, cuando aún íbamos al cine sin aforo limitado y sin respetar las distancias de seguridad, cuando llenábamos salas —cada vez menos, para qué engañarnos—, una de cada tres personas que acudió al cine lo hizo para ver una película de Disney. Suyas fueron siete de las diez películas más taquilleras del ejercicio anual.

Que en 2019 se estrenasen las entregas definitivas —por ahora— de dos de sus activos financieron más lustrosos, Vengadores: Endgame y Star Wars: el ascenso de Skywalker, facilitó las cosas. Pero no por ello cabe olvidar la capacidad histórica de Disney para fagocitar a la posible competencia: en 2006 fue Pixar (que compró por el montante de 7.500 millones de dólares), en 2009 Marvel (4.000 millones), en 2012 Lucasfilm (4.000 millones más) y más recientemente 21st Century Fox (por la suma de 71.300 millones de dólares). Un camino que lleva, irremediablemente, al monopolio taquillero.

Ahora la editorial Applehead Team publica el primer volúmen de La Otra Disney, un extenso y pormenorizado análisis realizado por el periodista cultural Alberto Corona que repasa la historia del estudio entre los años 1946 y 1967. Una época absolutamente relevante para comprender el alcance de la influencia cultural de Disney. Génesis de todo lo que habría de venir. Repasamos algunos momentos y películas clave a través de una obra imprescindible para comprender la historia menos obvia del estudio más importante del mundo.

Canción del sur  y el racismo semianimado

Canción del sur  Canción del sur

es, por decirlo suavemente, la película más debatida y debatible de Disney. Una cinta abiertamente racista estrenada en 1946 que, a pesar de haber provocado furibundas críticas, se convirtió en un auténtico éxito en Estados Unidos, con más de 3 millones de dólares recaudados y el Oscar a Mejor Canción bajo el brazo. Es más: se reestrenó en varias ocasiones, siempre acompañada de la polvareda levantada por su nada subyacente discurso político.

Ahora, no obstante, es prácticamente imposible encontrarla. No figura en el catálogo de Disney+, y no está editada en formato doméstico, ni DVD ni Blu-Ray. En España llegó a venderse en la colección de carátula blanca de Filmayer en los 80, hoy consideradas auténticos objetos de coleccionista. Actualmente la compañía prefiere fingir su inexistencia. “No hay intención de reeditarla por considerarse una película anticuada y, en ciertas partes, ofensiva”, llegó a afirmar en 2010 Bob Iger, CEO de Disney.

Con todo y con eso, se trata de una película esencial para comprender el devenir que la empresa de Walt tuvo a lo largo del siglo XX: fue la obra que abrió la puerta a las películas protagonizadas por actores y actrices de carne y hueso. Algo que parece baladí, pero que resultaba ser un mercado en el que hasta entonces Disney no había puesto el pie, enfrascada en el arduo trabajo del cine de animación.

“En Canción del sur  había un interés en que la animación y la acción real convivieran en régimen de igualdad, sin que una primara sobre otra, y esto tenía evidentemente consecuencias a nivel narrativo”, cuenta Alberto Corona, autor de La otra Disney, a eldiario.es. “De este modo, las historias que cuenta el Tío Remus [el narrador de la cinta interpretado por James Baskett] son animadas y cuentan con su propio 'espacio de realidad', ajeno al mundo de los humanos que por primera vez dentro de Disney son los absolutos protagonistas”. 

Los mundos de dibujo animado, significados en fantasía vitalista en comparación al mundo de injusticias real, “confirman que para Walt la animación siempre fue lo primero, pero a la vez mostraban que el live action tenía muchas posibilidades expresivas”, subraya el periodista cultural. “Y sobre todo económicas, claro: Canción del sur fue un éxito en taquilla y además se daba el caso de que rodar con actores reales era mucho más barato, de modo que sí, todo empezó con esta peli tan problemática”.

Fiel amigo y el trauma generacional

Fiel amigo

En nuestro país, Fiel amigo pasaría por ser uno de los muchos y vetustos largometrajes con el que se acompañaban tardes de sobremesa, sin echarle mucha cuenta al televisor. Sin embargo, esta cinta del 57 no es solo una pieza fundamental de un subgénero largamente cultivado —y rentable— en Disney como son las historias protagonizadas por humanos y canes compartiendo aventuras, sino que también supuso un auténtico fenómeno generacional en Estados Unidos.

“Ya había películas anteriores de 'niño y perro'”, cuenta Alberto Corona, “pero con Fiel amigo Disney introdujo cambios esenciales en este subgénero como es vehicularlo con el coming of age y, sobre todo, introducir un elemento trágico al estilo de la muerte de la madre de Bambi, con la que el desenlace de este filme está muy relacionado”.

Como más tarde ocurriría con la muerte de Mufasa en El rey león, Disney grabó en las retinas de jóvenes y adultos —igualmente impresionados—, un trauma fundacional en el audiovisual de finales de los 50. Marca de fábrica que refrendaría su influjo gracias a un marco narrativo tan propicio para el mito norteamericano como el wéstern.

Fiel amigo  fue todo un fenómeno cultural en Estados Unidos y no solo ha pasado a la historia como la película 'niño y perro' más influyente, sino como una de esas que cualquier adulto actual guarda en su memoria como film que le hizo llorar”, cuenta Corona. “Esto está relacionado con la habilidad de Disney para acentuar su visión positiva de la vida contraponiendo un lado oscuro que la cuestiona, pero en última instancia la revalida, como podrían ejemplificar los arcos de Bambi y Simba”.

A partir de entonces, el subgénero de películas de chavales y canes no volvió a ser el mismo: “se experimentó la dogexploitation tanto dentro como fuera de Disney. Expandida eventualmente a la historia de perros a secas, y amparada por un imaginario antiquísimo como es la idea de 'el perro es el mejor amigo del hombre'”.

Según el autor de La otra Disney, aunque la sobreexplotación de las mecánicas narrativas de 'niño y perro' ha llevado en ocasiones al hastío, y a la compañía a distanciarse de este tipo de películas, ejemplos conocemos todos. Es más, llegan hasta la actualidad y siguen siendo rentables, como demuestran los casos de La llamada de lo salvaje, adaptación del relato de Jack London que protagoniza Harrison Ford —y producida por una 20th Century Fox que ahora es propiedad de Disney—, o Togo, disponible en Disney+ y protagonizada por un entregado Willem Dafoe.

El principio Pollyanna

Pollyanna

En un estudio sociológico realizado en los años 80, Margaret Matlin y David Slang intentaron delimitar y definir cuáles eran los mecanismos de funcionamiento psicológico de algo tan etéreo como el optimismo. Y descubrieron, en contra de la popular aceptación del vínculo entre ignorancia y felicidad —cuanto menos sepas, más feliz serás—, que las personas más positivas del estudio eran también las que más tiempo invertían identificando estímulos desagradables.

Las personas optimistas no tenían un desconocimiento de lo negativo: lo conocían y muy bien, pero elegían afrontarlo con positividad. A tal hallazgo se le bautizó como 'Principio Pollyanna', que era a su vez una popularísima película de Disney y una novela no menos célebre de Eleanor H. Porter. Antes de que tuviese nombre, Walt aplicaba una y otra vez este principio a sus cintas. Un modus operandi, a la vez que recurso narrativo, que daba a sus cintas una mayor capacidad de permear en la memoria del espectador.

“Sería como hablar de un optimismo extremo”, explica el autor de La otra Disney, “al abanderarlo Disney sabía que iba a impactar más cuanto más dramática fuera la situación de la que había que ver el lado bueno”. En Pollyanna, sin ir más lejos, la protagonista queda paralítica y “aun así el filme se las apaña para que su desenlace sea esperanzador”.

“Creo que es una filosofía que de un modo u otro siempre había estado en Disney, pero Pollyanna fue el vehículo para realizar una especie de manifiesto, un 'así vemos la vida, así hacemos las cosas”, de la mano de Disney.

La influencia de Pollyanna, por tanto, no surge de la película propiamente dicha, señala Corona, sino “de los aspectos teóricos que maneja y que no han dejado de repetirse”. Aspectos que vienen a sustentar un discurso que la factoría ha repetido hasta la saciedad. A lo largo de los años de incesante producción cinematográfica “la compañía ha utilizado esta suerte de filosofía para respaldar otras cuestiones que en realidad no son tan bonitas, como la insistencia en que el sueño americano es una aspiración realista, la modulación del capitalismo y el mantenimiento de un statu quo”.

En palabras del autor de La otra Disney: “el principio de Pollyanna es, por tanto, un arma de adoctrinamiento político en manos de Disney”, y como prueba, invita al análisis con mirada actual de las cintas que siguieron a Pollyanna: Tú a Boston y yo a California, Los conflictos de papá y Los perros de mi mujer. “En todos ellos, la coartada del optimismo servía para refrendar la unidad familiar americana, la predominancia cultural y moral de los Estados Unidos frente a las modas liberales europeas, y sí, el heteropatraircado y el canon de masculinidad clásico”.

Mary Poppins y el triángulo del sentido disneyniano

Mary Poppins

A pesar de haber afianzado su filosofía empresarial y haber pulido una fórmula narrativa infalible, a pesar de haber conquistado por igual el mercado de la animación y del cine de acción real, Walt Disney seguía teniendo una espina clavada. Había asistido, durante los 50, al auge de los musicales que llenaban salas con títulos como Un americano en París, Cantando bajo la lluvia o Siete novias para siete hermanos, sin haberse apuntado el tanto en su estudio. No había podido participar del fenómeno y, sin embargo, no estaba dispuesto a dejar las cosas como estaban.

Había probado suerte tarde y mal con títulos como El bosque sin retorno y Un verano mágico, sonados fracasos, pero no se daba por vencido porque, ya saben, aquello de dejar un pedazo de pastel intacto no va con la empresa del ratón. Y porque tenía un as en la manga, uno por el que llevaba casi veinte años luchando. Se llamaba Mary Poppins y vino con el viento del este.

“Él llevaba queriendo adaptar los libros de P. L. Travers desde los años 40, y es fácil entender por qué: esa obra era tanto o más capaz que Pollyanna de afianzar todos los pilares que guiaban el cine de la compañía”, explica Corona. Al ya mencionado principio de Pollyanna cabía sumar en esta ocasión “la exaltación de la infancia y de la unidad familiar, que a mi juicio forman el 'triángulo básico' para entender la filosofía de Disney”.

En 1964, Mary Poppins se convirtió en un auténtico fenómeno que costó 6 millones de dólares y recaudó más de 30, que causó sensación entre crítica y público, y que arrasó en los Oscar con cinco estatuillas —aunque aquella edición la gloria fuese para otro musical: My Fair Lady—.

Según Corona, el triángulo de sentido disneyniano “nunca fue defendido con mayor contundencia y perfección que en Mary Poppins, algo que explica tanto el éxito del público como las molestias que Disney se ha tomado a posteriori por refrendar su legado”.

Derivadas de la película dirigida por Robert Stevenson surgirían en 2013 Al encuentro del sr. Banks, “donde falsea la historia de la producción de la película para dejar a la autora del libro original como una amargada hasta que descubre las bondades de este triángulo”,  y en 2018 El regreso de Mary Poppins, “una secuela inmovilista que no tiene otra función que insistir en la relevancia cultural de la película original”.

Una relevancia que pasa por ser otro mito fundacional del estudio tal y como lo conocemos: uno al que raramente se le resistía género y nicho de mercado. Uno al que la decisión de diversificar su producción con películas más baratas y rápidas de producir que las de animación, llevó hasta una relevancia cultural inusitada.

“La década de los 50 fue vital en ese sentido, porque es cuando Disney inició su expansión más allá de la animación”, explica el autor. “No solo por las películas en acción real, sino también porque es cuando se convirtió en un estudio transmedia: empezó a producir contenidos para televisión, fundó su propia distribuidora (Buena Vista), construyó su primer Disneyland…”, enumera el periodista cultural.

La otra Disney, en definitiva, repasa con tesón y desde una perspectiva subjetiva pero apasionada, la historia y los títulos clave de la época en la que la casa del ratón pasó de ser de un estudio animado a una corporación del entretenimiento. Una empresa con múltiples tentáculos en diferentes áreas, y cuya dimensión pocos habrían alcanzado a imaginar entonces. Un libro imprescindible para quienes se interesen por saber cómo opera la industria que sostiene el entretenimiento contemporáneo. Por descubrir quién mueve los hilos del títere que nos entretiene y, sobre todo, por qué lo hace.

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