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CRÍTICA

'El Estado contra Mandela y los otros': si la historia tiene final feliz, quizá es porque no te la han contado toda

El Estado contra Mandela

Ignasi Franch

A principios de los años sesenta del siglo pasado, Suráfrica seguía viviendo en un férreo régimen de segregación racial y supremacismo blanco. Tras décadas de existencia, el partido Congreso Nacional Africano (CNA) contempló la necesidad de acometer acciones violentas para provocar fisuras en el régimen y conseguir reivindicaciones como el sufragio universal.

La matanza de 69 personas en unas protestas antigubernamentales celebradas en 1960 había contribuido, quizá decisivamente, a este giro. Un brazo armado del CNA, La Lanza de la Nación, debía practicar actos de sabotaje mientras estudiaba y preparaba escenarios de guerrilla que podían derivar en un conflicto bélico abierto. Poco después, en 1963, algunos de los principales líderes de La Lanza de la Nación fueron detenidos. Se trataba de un grupo variopinto donde coincidían diversos opositores al supremacismo racial de la élite afrikáner: los activistas de piel negra cooperaban con aquellos que tenían ascendencia hebrea o india, y la lucha antirracista se entremezclaba con los idearios socialistas o comunistas.

Cabezas parlantes y dibujos animados

El documental El Estado contra Nelson Mandela y los otros trata principalmente del juicio consiguiente, del que no se permitieron captar imágenes. Hace uso, en cambio, de 256 horas de registros sonoros del proceso. En la exposición del pasado histórico y su recuerdo desde el presente, los autores priorizan el retrato de los encausados supervivientes durante el rodaje (Dennis Goldberg, Ahmed Kathrada, Andrew Mlangeni) y dos de sus abogados.

¿Cómo afrontar un relato audiovisual de un litigio del que no hay imágenes? Nicolas Porte y Gilles Champeaux usan elementos convencionales como el material de archivo que proporciona contexto histórico o las entrevistas retrospectivas a los afectados y sus allegados. Más inhabitual resulta el empleo de dibujos animados para acompañar visualmente las declaraciones de acusados y testigos, a menudo comentadas posteriormente por los mismos protagonistas.

El trabajo de diseño gráfico es sugerente, aunque incluye decisiones cuestionables. Sus responsables apuestan por un cierto expresionismo que subraya su manera de mirar los acontecimientos. El fiscal Percy Yutar es representado como una cínica ave de presa que busca el momento para atacar. Quizá este énfasis estético resulta innecesario: su mismo hijo se muestra crítico con el papel de su padre, un jurista de credo judío que intentó destacar profesionalmente en un Estado supremacista mientras el gobierno le utilizaba para escenificar una falsa igualdad de oportunidades.

Porte y Champeaux relatan el núcleo del proceso legal de manera clara, no rehuyen la espinosa apuesta por el uso de explosivos, y se muestran sensibles al captar algunos momentos emotivos sobre el paso del tiempo y los sacrificios llevados a cabo. Su crónica concluye con un encuentro final entre tres acusados y dos abogados, que tuvo lugar en plena investidura de Donald Trump.

Más allá del juicio

Los responsables del documental hacen un esfuerzo apreciable para proporcionar una mirada panorámica de la realidad surafricana del momento, conciliándolo con el habitual sesgo eurocéntrico en el conocimiento de la historia por parte de la audiencia. Inevitablemente, el resultado solo es un resumen de un conflicto de larguísimo recorrido, con muchas ramificaciones éticas y políticas sobre la historia de las colonizaciones, las descolonizaciones reales y aparentes o las apuestas por la violencia armada como estrategia desestabilizadora de opresiones consolidadas.

Si los autores apenas pueden cubrir todos los aspectos del juicio, menos aún pueden abarcar las condenas y causas paralelas que afrontaban acusados como el mismo Mandela. El ajustado metraje de 104 minutos sí es suficiente para expandir esa historia oficial que tiende a limar progresivamente las aristas de sus iconos. El Mandela terrorista satanizado por el apartheid fue modelado progresivamente como un estadista dialogante, pero el filme nos recuerda su implicación en la deriva armada del CNA.

Los autores del filme despiden al espectador con un final relativamente tranquilizador, regresiones trumpianas al margen: los acusados evitaron la pena capital y eso posibilitó que, tras más de 20 años en prisión, Mandela recobrase la libertad para convertirse en presidente del Suráfrica.

Otro documental reciente de producción francesa, Winnie, puede servir de complemento de este desenlace. En el filme, Winnie Mandela reivindica el papel político que asumió durante el largo encarcelamiento de su futuro ex-marido y denuncia las concesiones que este hizo al establishment afrikáner y al capitalismo transnacional. El sabor agridulce que deja El Estado contra Mandela y los otros, con sus superaciones relativas de vergüenzas históricas, resultaría todavía más ácido con ese recordatorio. Y esa es otra constatación de que una historia suele tener un final feliz solamente cuando no te la han contado toda.

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