'Bernie': La realidad que se enmascara de ficción
Richard Linklater supo de la historia de Bernie Tiede a través de los periódicos. En 1997, el periodista y escritor Skip Hollandsworth sacaba en Texas Monthly un reportaje que se quedaría grabado en la mente del realizador: trataba sobre el asesinato de una viuda rica a cargo de su empleado. Era el mundo al revés: la víctima del crímen rozaba la malignidad dickensiana y su ejecutor, Bernie Tiede, distaba mucho de ser un asesino al uso.
Tiede se había instalado en 1985 en la localidad de Carthage, Texas, un pueblo próspero asentado sobre una falla gasística. El joven logró trabajo en la funeraria local y pronto se ganó a la comunidad por sus sermones, sus atenciones, sus cantos. Bernie Tiede se desvivía en todo lo que hacía, era sincero y profundamente altruista, carecía de malicia. Las ancianitas estaban un poco enamoradas de él: entre bromas, le pedían que dirigiese sus responsos.
Marjorie Nugent, la viuda rica de esta historia, conoció a Bernie Tiede, como no podía ser de otra manera, en el funeral del marido de ella. La señora Nugent, arisca y desagradable, no gozaba del favor popular; se hacía respetar a la fuerza. Un vecino decía que “nació vieja, con el rostro amargado”. Bernie era la antítesis. Su arrollador carisma no tardó en hacer mella en el duro corazón de la anciana. Se hicieron inseparables: ella empezó a usar su dinero, cicateramente invertido y guardado, en viajes por el mundo en compañía de su nuevo y único amigo.
La dicha no duró mucho. La verdadera naturaleza de Marjorie Nugent afloró rápidamente. Empezó a tratar a Bernie como un objeto de su propiedad. Allá donde iba él debía de dar parte a la señora. Cualquier movimiento era fiscalizado celosamente. Un día, tras la enésima bronca, un impulso llevó a Tiede a descargar cuatro perdigonazos del rifle para cazar armadillos contra la espalda de la anciana. Murió en el acto. Tiede se las ingenió durante nueve meses para dar la impresión de que Marjorie Nugent estaba indispuesta. Su dinero empezó a fluir por el pueblo, socorriendo a los vecinos en sus necesidades.
El fiscal del condado, amparado por el contable de Marjorie, descubrió la verdad. Tiede confesó al instante. El juicio tuvo que celebrarse a 75 kilómetros de distancia de Carthage, para depararle al reo un veredicto justo: los vecinos dieron a entender al fiscal que, si eran llamados como jurados, se las ingeniarían para absolver a su entrañable sepulturero. Al final, sería condenado a cadena perpetua. En la cárcel, Tiede sería preso modelo y maestro de distintos talleres.
Una ficción superada por la realidad
Una historia tan atípica, en la que realidad y ficción casi van de la mano, era perfecta para su traslación cinematográfica. En otra década, de haberla conocido, es muy probable que la hubiese materializado Robert Altman. El texano Linklater la rodó en 2011, en paralelo a Boyhood (como tantas otras), con su habitual pericia de primero de la clase.
Sabedor de que las fronteras de lo real y lo imaginario son muy nítidas en este drama, el cineasta monta una especie de falso documental, en el que mezcla a actores con vecinos verídicos de Carthage que conocieron a víctima y verdugo. Linklater hace dudar al espectador de lo que es real y lo que no, con esa ironía tan sutil marca de la casa y con una humildad en la puesta de escena que esconde mucho talento en la planificación de cada plano.
Al frente del reparto se sitúan Jack Black (Bernie Tiede) y Shirley McLaine (Marjorie Nugent). Black está impecable: canta como un ángel, imposta una voz no acostumbrada ni al barullo ni a los gritos, se conduce como un creíble y adorable solucionador de problemas. Un habitante de Carthage se referirá a Bernie como “una persona carismática y amorosa con la habilidad de hacer del mundo un lugar amable”: Jack Black transmite precisamente esa imagen. La hermana mayor de Warren Beatty, por su parte, parece haberse tragado aceite de ricino. Su cara estirada le presta una pobre gama de recursos que la obligan al histrionismo. Aun así, dado que la señora Nugent tiene un poco de Norma Desmond, está perfecta precisamente porque es excéntrica.
Bernie es una lección de sobriedad fílmica. Una película ciertamente amena, contada con genio. Dos momentos, la introducción de cuatro minutos en la que Bernie enseña a unos estudiantes su oficio de embalsamador y que sirve de presentación total del personaje en todo su mimo, y la escena de la muerte de la vieja Nugent, deberían enseñarse en las escuelas de cine como ejemplos de planificación cinematográfica. Linklater hace mucho con poco. O esa es la falsa impresión que da, la clave de una gigantesca solvencia que le ha encumbrado como el mejor realizador de su generación, uno de los pocos y seguros nombres a recordar dentro de varios años.
Último apunte: la película cambió la vida de Bernie Tiede. Durante el preestreno del film en Austin, capital del estado de Texas, una abogada de nombre Jodi Cole se acercó a Linklater para interesarse por el caso. En su opinión, había varias lagunas que podían justificar una revisión del proceso.
La perseverancia de Cole, que coordinó las diligencias, aportó nuevas pruebas que no se consideraron en 1999. En la casa de Tiede se encontraron libros de autoayuda a víctimas de abusos sexuales. Este hallazgo dio la vuelta al caso, pues incluía un rasgo psicológico que acentuaba la fragilidad de Tiede. En 2014, una jueza indultó al “asesino”, una “fuerza positiva en un entorno negativo” (la prisión), en palabras de Linlater. Le obligó a mantenerse alejado de los Nugent, pero accedió a que viviera en un garaje rehabilitado como vivienda. Su casero es el propio Linklater. Él y Jack Black pusieron dinero de su propio bolsillo para revisar la sentencia.
El fiscal que una vez arrojó al infierno a Tiede, y que interpreta Matthew McConaughey con esa vitalidad y energía con la que lleva tocado desde hace años, decidió apartarse esta vez de los procedimientos. Entonces su labor fue mediática, política. En 2014 reconocía que Bernie Tiede jamás había sido un peligro para la sociedad.