“El cine brasileño habla de conflictos como si no tuvieran solución”
En 1996, un experimentado y reconocido violinista llegó a Vila Heliópolis con una idea arriesgada pero firme. Quería enseñar música, formar una academia y una orquesta sinfónica en la favela más grande de São Paulo, un barrio de 100.000 habitantes donde la violencia campaba a sus anchas y la depresión social y económica había llevado a sus habitantes a una situación dramática.
La favela había nacido ilegalmente como asentamiento de población proveniente del éxodo rural que a mediados de los sesenta empujó a muchos jóvenes hasta São Paulo, en busca de un futuro digno. El objetivo de aquel hombre era llevar la formación musical hasta niños con pocas posibilidades económicas. Su nombre era Sílvio Baccarelli.
Empezó en un aula con apenas 36 alumnos que cogieron por primera vez en su vida violines, violas, violonchelos y contrabajos. Hoy el Instituto Baccarelli es una ONG que cuenta con más de mil alumnos. Muchos de ellos forman parte de la Coral da Gente y la Orquestra Sinfónica Heliópolis, formaciones con prestigio y futuro en Brasil.
El profesor de violín, título castellano de Tudo que aprendemos juntos y que se estrena este viernes en cines de la mano de Caramel Films, cuenta esa historia. La dirige un hombre amable y extremadamente educado, que calla unos segundos después de escuchar hablar a alguien por miedo a interrumpirle.
Gesticula con las manos pero mantiene el rostro impasible y los ojos entrecerrados. Habla, calmado y pensativo, un perfecto castellano. Su nombre es Sérgio Machado y lleva casi dos décadas filmando desde cortos hasta películas estrenadas en medio mundo, pasando por series de HBO.
Hablamos con él sobre su última película, un drama social realista y profundo pero sin un pelo de maniqueísmo. También sobre Brasil, el futuro de los jóvenes de Heliópolis y sí, sobre los Juegos Olímpicos.
¿Cómo llega hasta sus manos la historia de El profesor de violín?El profesor de violín
Es la primera película que hago con una idea que no surgió de mí. Los productores me hablaron de Baccarelli y de la ONG. Pero no dije que sí enseguida, necesitaba un tiempo para pensar. Para mí, era un paso difícil porque sólo había hecho películas que creo que eran muy personales. Y no quería hacer una película de encargo. Tenía dudas.
Al final creo que hubo dos factores que influyeron mucho. El primero es que soy hijo de músicos, mis padres tocaban en la Orquesta de Bahía y muchas veces me quedaba solo pasando las tardes rodeado de instrumentos a los que trataba como mascotas. El segundo factor es que algunas de las más importantes películas brasileñas hablan de los conflictos de Brasil, la violencia y las favelas, como Tropa de Élite o Ciudad de Dios, pero hablan siempre como si no hubiera manera de solucionar los problemas. Creo que si uno asume que no hay remedio para algo, es como una invitación a no hacer nada pero sentirte reconfortado. Las personas construyen muros para protegerse pero creo los muros te aíslan y te atrapan.
¿Qué le inspiró la historia del maestro Baccarelli?
Creo que lo que hizo Baccarelli es algo que construye puentes en lugar de muros. Ahora es un proyecto grandísimo y mi historia es sobre cómo nace. Hoy tienen cinco orquestas, muchos coros, han tocado para el Papa, para Zubin Mehta, con todos los grandes maestros del mundo... Y creo que es una iniciativa que nos da un poco de luz. El mensaje es que paremos de construir muros y escuchemos a los demás. Escuchar es lo más importante para tocar en una orquesta.
La película se aleja de los estereotipos del retrato de barrios marginales en grandes ciudades brasileñas. ¿Cómo encontró el tono para distanciarse de los clichés?
En todas las películas que he hecho intento partir de una mirada de dentro. Investigué mucho el tema, conversé con el maestro Baccarelli pero sobre todo con los estudiantes de la escuela. Había una chica llamada Graciela Teixeira que es hoy profesora en Heliópolis. Me contó que su padre era traficante de drogas. Cuando era una niña la obligaba a amenazar con una pistola a sus enemigos, era una manera de humillarlos porque iban a morir a manos de una niña. Sin embargo, ella empezó a tocar en la escuela de Baccarelli y dedicó toda su vida a la música, superando el trauma que llevaba consigo. Es decir, la escuela rompió el círculo de violencia en el que estaba metida.
Esa historia me convenció de que tenía que vivir el ambiente de la escuela. Así que me matriculé para tocar el violonchelo y estuve meses viviendo allí y estudiando con los niños de las favelas. También creo que en algún momento eso no fue suficiente. Entonces invité a los niños a que me contasen sus propias historias. Por eso ninguno interpretaba un papel, estaban haciendo de ellos mismos y eso en el rodaje dio muchas sorpresas.
¿Sorpresas de qué tipo?
Pues mira, la primera semana que filmamos, rodamos las escenas de lo que pasaba dentro de las aulas. Después, ellos iban a volver a sus vidas hasta que retomásemos el rodaje, pero los niños quisieron hacer un encuentro con Lázaro Ramos (protagonista del film). Yo fui a escuchar lo que decían y los alumnos le contaron que la película era su vida. El actor tenía que prometerles que ese film llegaría lejos, que no lo dejarían caer en el olvido. Y me quedé impresionado con la audacia de los chavales. Y Lázaro se comprometió con el proyecto y les aseguró que él haría todo lo que estuviera en su mano. Desde ese momento, la película fue de ellos y para ellos. Pensé que el objetivo de mi trabajo eran ellos. Quise hacer una película con la que se sintiesen orgullosos.
Eso es algo que queda muy patente en la película. Los jóvenes transmiten una veracidad que es difícil de encontrar en profesionales. ¿Cómo dio con ellos?
Hice muchos cástings pero en realidad no buscaba papeles concretos. Buscaba a gente con una historia detrás, con un talento. Y les descubrí como lo que eran, así que poco a poco fuimos encontrando el papel más adecuado para los jóvenes. Me pasó algo similar a lo que debió de vivir Bacarelli. De la misma manera que él no sabía hacer nada más que ser músico, yo no sé hacer nada más que ser director de cine. Por eso, me enfrentaba a un reto de altas expectativas ante el que pensé que no sería capaz. Fueron los niños los que me demostraron que sí.
Algo que hace muy especial la película es la música escogida. La violencia transmitida por las imágenes contrasta con la belleza de la música que las acompaña. ¿Como eligió las canciones adecuadas?
Escucho música desde que nací, por la educación de mis padres. De hecho, me gusta escribir escenas escuchando música. Pero tenía muy claro que no iba a hacer ninguna jerarquía entre estilos. No quería contar la historia de un hombre que llega a un desierto y trae la música clásica. Él llega y se encuentra con una cultura, con gente que baila unos ritmos distintos. Descubrí a una joven que cantaba ópera en las favelas y tenía un talento increíble. Cuando estás con ellos, percibes que no es que la juventud sea el problema de Brasil, es la solución. Si tienen la oportunidad, pueden llegar muy lejos. Pero tienen que tener la oportunidad.
¿Como hizo para no jerarquizar la música contando una historia de un profesor de violín y una orquesta sinfónica?
Invité a los mejores raperos de Brasil. Criolo es un gran nombre de música popular brasileña ahora mismo, y hace de traficante en la película. Rappin' Hood también sale en una escena. Todos aportaron cosas. También descubrimos una grabación de Sabotage, un legendario del rap brasileño, que estaba sin arreglos y solo tenía su voz, así que hicimos que los arreglos los tocara la orquesta de Heliópolis.
Es lo mismo que hablabamos antes: son muros mentales. “Aquí está la música clásica, y aquí el rap. No hay que mezclar porque una cosa es mejor que otra y si fusionas, nacen conflictos”. ¡Eso es mentira! Es lo mismo que no querer mezclar a los cristianos con los musulmanes o los ricos con los pobres. Son tonterías. Los grandes momentos de la historia del ser humano son aquellos en los cuales las personas desisten de construir muros para convivir tranquilamente.
¿Los Juegos Olímpicos de Río contruyen muros o los derriban?
Hace un tiempo que estoy viajando por todo Brasil promocionando la película. Y la sensación que yo tengo es que la gente no está nada preocupada por los Juegos Olímpicos. La crisis política y económica de nuestro país va más allá de eso, son otras preocupaciones las que tiene nuestra gente. A pesar de eso, creo que la mirada que tienen de fuera de estos Juegos cambiará a medida que se celebren. También parecía muy difícil celebrar la Copa do Mundo en 2014 y lo más que pasó fue el 7 a 1 que nos metió Alemania.
Es cierto que el momento que vive Brasil no es para nada optimista. Yo dudo que esto vaya a venir bien a la ciudad de Río, como le vino bien a Barcelona en el 92. No lo sé, si te soy sincero.
La realidad de Brasil es dura tal y como se retrata en el film. Por ejemplo la escena en la que amenazan con una pistola al protagonista si no toca alguna canción. ¿Qué hay de ficción y de realidad en todo esto?
Pues justo esta escena es ficticia, pero me han contado historias muy parecidas. Todo es realidad y ficción a la vez. Hay otra secuencia en la que se ve un enfrentamiento de antidisturbios contra jóvenes de las favelas, que fue muy difícil de hacer. Me pidieron que no rodase la escena en Heliópolis porque había fallecido una niña a manos de la policía y tenían miedo de lo que podía pasar. Y después, el problema se vino con nosotros. Trasladamos el rodaje a otro sitio y aunque los jóvenes sabían que todo era fingido, cuando vestimos a los extras de policías y los hicimos avanzar, la violencia estalló de verdad. Se veía que los jóvenes querían vengarse de la policía, y hubo enfrentamientos que nos hicieron parar el rodaje. Todo lo que muestro en la película es verídico y a la vez es ficción. Aunque quisieras hacer 100% ficción, no puedes.