Charlie es un reputado director de teatro en Nueva York. Tiene su propia compañía, goza del beneplácito de la crítica y la actriz principal de sus obras es, para más inri, su esposa Nicole. Ella, sin embargo, ha llegado a un punto de no retorno vital: quiere dejar la gran ciudad, abandonar las tablas e iniciar un nuevo proyecto de vida en Los Ángeles. La diferencia de voluntades entre ambos parecen irreconciliables, así que se verán obligados a afrontar su separación.
La premisa de Historia de un matrimonio, la última película de Noah Baumbach, no parece tener nada de original, pero tampoco nada de baladí. El realizador vivió un largo proceso de separación con la actriz Jennifer Jason Leigh, de la que se divorció oficialmente en 2013. Y no son pocos los que han visto conexiones evidentes entre los avatares narrados en la cinta y los que figuran en su biografía.
De hecho, el propio Baumbach contaba en el Wall Street Journal que había necesitado la aprobación de Leigh por lo sensible del materia. A ella, al parecer, le gustó la cinta. Aunque poco después intentaba desasirse de la etiqueta: “No podría escribir una película autobiográfica aunque lo intentara”, afirmaba en una entrevista en The New York Times. “Esta película no es autobiográfica; es personal, y creo que hay una clara distinción entre uno y otro concepto”, decía.
Baumbach, ojito derecho de la crítica neoyorquina, acaba de arrasar en los Gotham -galardones de cine independiente estadounidense-, y se ha situado como firme contendiente en la carrera de los Oscar. Cómo una película producida por Netflix y protagonizada por dos estrellas como Scarlett Johansson y Adam Driver triunfa como 'película independiente' es harina de otro costal. El caso es que estamos ante uno de los títulos de la temporada, ejercicio de autoficción más o menos consciente, que resulta de un proceso reflexivo del autor. El resultado es su mejor cinta.
Historia dos ciudades (y un matrimonio)
Historia de un matrimonio abre con una declaración de intenciones que desarma en cuestión de minutos. Imágenes aparentemente difusas, como si fuesen recuerdos o ensoñaciones, muestran la vida cotidiana de una pareja con un hijo. La voz de Adam Driver -Charlie-, nos pone en contexto: nos cuenta qué es lo que le gusta del personaje de Scarlett Johansson -Nicole-. Acto seguido la voz de ella hace lo mismo a la inversa durante varios minutos.
De repente el tono cambia bruscamente. Charlie y Nicole están sentados en una sala. Delante tienen a un asesor matrimonial. El acabado de la imagen se altera. La cámara ya no flota suspendida, está quieta sobre el suelo frío de un despacho.
Una presentación de personajes directa al grano que, sin embargo, a partir de ese momento se dedicará a desdecirse. A construir un discurso exactamente contrario a lo que nos ha mostrado. Porque Historia de un matrimonio es, irónicamente, la historia de lo que viene después. Lo que sigue a la felicidad: la separación, la ausencia y la reconstrucción a partir de ella.
La primera escena de Historia de un matrimonio es una unidad narrativa brillante que bien podría haber funcionado como un cortometraje independiente. Como la escena inicial de Up, con un punch final menos emotivo, más seco e imprevisible.
Noah Baumbach mantiene la división narrativa de su prólogo para construir una historia en la que media no solo una distancia emotiva, también otra física: la que separa Nueva York de Los Ángeles. Los dos extremos de Norteamérica. Calor y frío. Pasión y razón. Dos formas de comprender la vida.
En el juego de contrastes, las voluntades y los sentimientos de la pareja protagonista podrían confundirse con un choque de trenes: aproximación al drama de la separación heredera de Kramer contra Kramer.
Sin embargo, Baumbach apuesta por trabajar el material dramático sobre una aparente imparcialidad, dedicando largos tiempos a explorar las razones de cada uno de los cónyuges. Para terminar evidenciando sus carencias narrativas, intentando disimular el principal problema de la cinta: Historia de un matrimonio no es ecuánime. Se decide por uno de los contendientes en esta división, traicionando el posible valor de la propuesta, pero no su fuerza emotiva.
Un relato partidista
En Historia de un matrimonio vemos a Adam Driver difrazado en más de una ocasión. La primera vez se viste de Hombre Invisible, imitando la caracterización de Claude Rains en la película del 33. La segunda vez, una simple sábana sirve para convertirlo en un fantasma. Ninguno de los disfraces es inofensivo: ambos expresan lo que el personaje de Adam Driver siente con respecto a su entorno y su familia.
Como le ocurría en Una historia de Brooklyn, en la que abordaba el divorcio de sus padres, Baumbach dedica un esfuerzo inconsciente por simular el equilibrio empático de una balanza que siempre tuvo más peso sobre un platillo que sobre otro.
En esta ocasión, el realizador termina convirtiendo el trance en la odisea de un padre soltero sometido a un sistema legal injusto. Un aparato burocrático y judicial que despoja cualquier relación afectiva de humanidad. Que convierte las rupturas en una lucha por la propiedad de unos bienes que, curiosamente, nunca tuvieron ninguna importancia.
Y despojado ya de la careta de la equidistancia, Baumbach patina con un final paternalista que subraya cierto servilismo en el personaje de Johansson, al tiempo que no condena la patente inmadurez del de Driver.
En última instancia, Historia de un matrimonio es una experiencia emotiva por saberse poco realista. Disfraces, sendas escenas musicales maravillosamente interpretadas, inteligentísimas réplicas, hilarantes escenas cómicas con desmayos y sangre en la cocina... todo forma parte de un festín interpretativo. Driver y Johansson redimen, en última instancia, un ejercicio de autoficción más apasionado de lo aparente.