Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.
Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de sus autores.
Las personas que habitamos estos lares planetarios, dentro del mundo occidental y bajo el paraguas de la Unión Europea, siempre habíamos pensado -o al menos yo lo creía- que, si bien los cimientos de nuestra historia tenían puntos oscuros, algunos muy oscuros, habíamos decidido construir un espacio de entendimiento donde, a pesar de muchos fallos, pudiéramos ser un faro de la libertad, los derechos humanos y la convivencia.
Sabíamos que no éramos una sociedad perfecta y que muchos regímenes autócratas en países pobres sobrevivían gracias a nuestra participación en alimentar sátrapas a cambio de un acceso fácil a materias primas y bienes de primera necesidad.
Cada año, Europa lanzaba sus proclamas de paz, amor, libertad y defensa de los derechos humanos en diversos eventos. Pero entonces ocurrió el ataque terrorista de Hamás en Israel, y este último país encontró la horma de su zapato para no llevar a cabo una supuesta acción defensiva, sino, en su lugar, ejecutar primero una masacre que, poco a poco, ha derivado en un genocidio televisado en directo. Frente a ello, el mundo occidental, incluida la Unión Europea, ha mirado con frialdad, indiferencia y con excusas recurrentes sobre el derecho de Israel a defenderse.
Contemplamos atónitos cómo, entre las más de 47.000 personas asesinadas, el 70% son mujeres y niños. Ya hay 17.500 niños asesinados, miles desaparecidos bajo los escombros, huérfanos, y otros que mueren de hambre y frío en este invierno cruel. Bebés agonizan en directo, a la hora de comer, sin que Europa, ese supuesto faro de los derechos humanos, se conmueva lo más mínimo.
Cuando el Tribunal Penal Internacional (TPI) emitió una orden de arresto contra el criminal de guerra Netanyahu, numerosos países miembros del tribunal, cuyas órdenes son vinculantes, expresaron dudas sobre si llegarían a cumplir con ese arresto llegado el momento.
Ante esta enorme hipocresía, surge la pregunta: ¿hay genocidas buenos y genocidas malos? ¿Asesinar a niños árabes y pobres pesa menos que asesinar a niños ricos?
Vemos cómo instituciones cercanas, como el Ayuntamiento de Madrid, otorgan a Israel la Medalla de Honor de la Villa. Y me pregunto: ¿a qué “honor” se refieren? ¿Al honor de la matanza de niños? ¿A cuántos niños asesinados equivale una medalla? ¿Al acercarnos a los 20.000 asesinados, se entregarán dos o tres medallas más?
Hace unos días, alguna entidad vinculada a Israel premiaba al alcalde de Madrid, quien correspondía con un discurso de ánimo. ¿Ánimo para proseguir el genocidio? Por supuesto, no hubo ninguna mención a los más de 47.000 asesinados. Supongo que, al terminar su discurso, se fue a colocar el belén de su casa y después a la Misa del Gallo. Así es como algunos entienden defender sus raíces cristianas.
¿Nos imaginamos que cuando ETA actuaba, la respuesta del Gobierno hubiese sido cercar Euskadi, impedir la salida de sus habitantes y lanzar miles de bombas? Una aberración, ¿verdad? Pues esto es exactamente lo que la culta y civilizada Europa lleva aplaudiendo desde hace más de 14 meses en Gaza.
Dejando a un lado Israel, pero continuando con Europa, vemos cómo, amnésicos de nuestra historia, los europeos estamos convirtiendo a partidos xenófobos, racistas y nostálgicos en la tercera fuerza del Parlamento Europeo. En muchos países, así como en algunas comunidades autónomas españolas, se les está dando la llave del gobierno. Los cordones sanitarios han saltado por los aires, y discursos o acciones políticas que hace unos años nos parecían inimaginables se están normalizando.
Lo vemos en nuestro país, con la criminalización de los migrantes basada en bulos, con el vergonzoso mercadeo de los menores extranjeros no acompañados, despersonalizados bajo el acrónimo MENA, con la negación de la violencia de género y con el escepticismo hacia el cambio climático.
Y lo vemos en Europa, donde hace poco las acciones criminales de Matteo Salvini, quien impedía rescatar a personas que huían de la miseria y se ahogaban en el Mediterráneo, Adriático o Egeo, nos parecían repugnantes. Ahora no solo ha salido absuelto, sino que la Unión Europea ha decidido aplicar las mismas aberrantes medidas para frenar la migración. Así, en diciembre de 2024, mientras las calles de la culta Europa brillan con luces navideñas y suenan villancicos que proclaman amor y paz, la Comisión Europea vota una norma que amenaza con castigar las labores de rescate en el mar.
¡Qué mejor forma de combatir la xenofobia que unirse a ella!
Poco a poco, y a pesar de ser conscientes de nuestros excesos y nuestro pasado oscuro —guerras mundiales, colonialismo—, descubrimos que esta historia de éxito y convivencia europea tiene una grave infección en materia de derechos humanos, que se manifiesta en indiferencia, xenofobia y un preocupante letargo moral que amenaza con extenderse por todo el cuerpo de la Unión.
¡Qué decepción, qué desengaño!
Pero lo peor está por llegar. Viendo lo que se avecina en 2025 —Trump, Elon Musk, Putin, más Netanyahu, elecciones en Alemania y quizás en Francia, burlas en España a la conmemoración del 50 aniversario de la muerte de Franco— cabe preguntarse: ¿qué camino estamos siguiendo? Y lo más grave: ¿qué mundo les vamos a dejar a nuestros jóvenes, a nuestros niños y niñas? ¿Será este nuestro legado?
¡Qué desengaño! ¡Qué tristeza tan grande! Pero aún más, ¡qué responsabilidad tan enorme tenemos todos nosotros!
0