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'Hot girls wanted', las vergüenzas del porno amateur

'Hot Girls Wanted' es un documental de Jill Bauer y Ronna Gradus

Lucía Lijtmaer

Cada día una chica cumple 18 años en algún lugar del mundo. De hecho, no solo una. Las hay a millares. Y un porcentaje de esas chicas se meten en la industria del porno. Esta premisa tan sencilla es la base del documental Hot Girls Wanted, producido por Rashida Jones y estrenado recientemente en Netflix en España. El documental, sencillo y efectivo, ha creado, cuanto menos, desasosiego entre la opinión pública y escalofríos entre los espectadores.

¿Por qué? Hot Girls Wanted ofrece una visión punzante y descarnada aunque respetuosa de lo que ningún consumidor de porno realmente quiere saber. Esto no es la historia del porno liberador, cool y autogestionado. En ese sentido, es similar a un documental que sigue paso a paso los eslabones del capital para comprobar qué riesgos y sacrificios entraña la industria. A saber:

1. “Las chicas en la industria del porno somos carne picada procesada”: esa es la frase de una de las protagonistas. El documental sigue a un grupo de chicas desde que contactan a través de un anuncio publicado en Craigslist donde se buscan “modelos que quieran salir en la tele”, realizan su primer trabajo porno y hasta que deciden salir de la industria. La duración habitual de las amateurs -el consumo más habitual de porno online-, es de entre uno y tres meses. Un año máximo.

2. “Nunca me quedo sin chicas”, explica el productor que pone los anuncios. El ciclo es rápido: las productoras llaman a las amateurs del porno entre una y tres veces antes de desecharlas. A las que quieren seguir trabajando, se les ofrecen escenas en webs “nicho”, más especializadas y/o extremas. Las chicas que se van, entre desconcertadas y asqueadas de la industria y sus demandas, son sustituidas sistemáticamente. El porno de mayor consumo es un ciclo sin fin. La búsqueda más común en el porno es “adolescente” y las webs de pornografía tienen más tráfico y beneficios que Netflix, Amazon y Twitter combinadas.

3. ¿Por qué lo hacen? Esta es la pregunta más evidente, pero también la que requiere contemplar a la sociedad de consumo en su totalidad. Las chicas llegan atraídas por el ansia de libertad de alguien que ronda entre los 18 y 21 años, y muy mediatizadas por el porno como una situación social habitual. El porno es consumido alrededor nuestro y se ha convertido en un producto mainstream. Las celebridades consumen y hacen porno -Kim Kardashian-, y desde el acceso masivo a Internet, el porno ha permeado a la cultura visual como jamás anteriormente -los videoclips de Miley Cyrus o Nicky Minaj se ponen en el documental como claros ejemplos de ello-.

4. Las redes sociales tienen un papel importante en el porno amateur: Twitter es la única red social que no censura los contenidos y se convierte en una buena manera de comprobar cual es el calado de estas actrices de usar y tirar. Se insta a las muchachas a usar las redes y autopromocionarse -también entre los jóvenes-. Así, la industria del porno no es únicamente fagocitadora, sino también parasitaria: una de las protagonistas explica que entre maquillaje, ropa y redes su carrera le resulta muy cara, y sigue viviendo en precario.

5. La cultura del abuso: la parte más escalofriante del documental es cuando se revela aquello evidente. El 40% del porno que se consume diariamente implica violencia directa contra las mujeres. Las jóvenes que ya han debutado en sus primeras escenas de porno sólo consiguen trabajo a través de castings para webs dónde las vejaciones, el abuso y el llamado “porno extremo” son habituales. En ese momento comienza el estupor de las implicadas: ¿Por qué someterse a violencia real que las productoras enmascaran como fingida para excitar como si fuera violencia real? La perversión de la justificación es la del empoderamiento a través del capital: “Si me lo hacen a mí, no lo harán a una chica en la calle” y “yo actúo, no es violencia”. La oferta del abuso online está a la orden del día y es habitual. A partir de ese momento es difícil la vuelta atrás.

6. El silencio cotidiano: quizás lo más transgresor del documental es que son las propias protagonistas de esa realidad las que hablan. Las víctimas de una industria que, una vez alejadas del torbellino, resurgen con el yo cambiado, apenas 21 años a sus espaldas y una carga moral equívoca. Al fin y al cabo, su reputación queda dañada en una sociedad que las consume pero castiga su elección.

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