Era el único capaz de hacerlo. J.J. Abrams no es solo un narrador excepcional, discípulo de Steven Spielberg y poseedor de un lenguaje contemporáneo con el que maneja el sentido del espectáculo con tanta habilidad que maravilla al más cínico. También es un nostálgico de aquella cosa llamada La Guerra de las Galaxias, la de 1977, una ópera espacial que se convirtió en trilogía y después en una religión y que, al final, ha terminado siendo un perfecto catalizador que separa al planeta en dos tipos de personas: los que le gusta Star Wars y a los que no. Abrams está en el primero y, aun así, tuvieron que convencerlo. “¿Quién es Luke Skywalker?”, le dijo Katheleen Kennedy, sucesora de George Lucas en LucasFilm. No hizo falta nada más. Le tenían pillado.
Abrams llamó a Lawrence Kasdan, guionista de El imperio contrataca y El retorno del Jedi, para que le ayudase. Tenían la difícil tarea de levantar el mito después del desastre emocional que sufrieron los fans cuando vieron las incomprendidas precuelas de George Lucas. Y, cuando se pusieron a contestar la pregunta de Katheleen Kennedy, se encontraron con la clave que marcará para siempre el destino de la saga galáctica. Star Wars: El despertar de la Fuerza consigue mirar hacia delante sin perder de vista la fundación del mito. Repite esquemas y elementos icónicos, pero lo hace mientras introduce una nueva generación de personajes tan carismáticos como los primeros, como la princesa Leia, Han Solo y Luke Skywalker.
En términos de trilogía, Abrams prepara el terreno, dejando espacio para que otros propongan las innovaciones. El solo sienta las bases, pero hacerlo ya es una proeza. El director de Super 8 ha elaborado un majestuoso juego de espejos donde se reflejan elementos del Star Wars primigenio; los planetas hechos de paisajes reales, cantinas llenas de seres que están vivos, naves viejas y ni un solo midicloriano. Pero son espejos que apuntan también hacia afuera, hacia un planeta -el nuestro- donde hay personas que trabajan y que aún así pasan hambre, donde hay niños soldado, jóvenes que solo quieren huir, donde es complicado saber quién está en el lado oscuro y quién en el lado de la luz.
Las mujeres (ahora sí) son parte de esta galaxia
La política en El despertar de la fuerza son solo pequeños avistamientos que uno puede tomarse literalmente, o no. Lo importante aquí es que la dichosa pregunta de Katheleen Kennedy nos ha traído a Rey, una chatarrera inocente y brava que también sabe salvarse el pellejo ella solita, como Leia. Obviando así, como con todo lo demás, los episodios I, II y III. ¡Cuánto perdió la saga con Padmé Amidala! Después de construir un personaje femenino fuerte, decisivo y admirable en La Amenaza Fantasma, a Lucas le dio por convertirlo paulatinamente en un ser deprimido y sin carácter que encima tiene la culpa de la transformación de Anakin Skywalker en el temible Darth Vader al final del Episodio III, La venganza de los Sith.
Rey es otra cosa, más apropiada para los tiempos que corren. El personaje interpretado por Daisy Ridley devora la película, es tierna pero también audaz, irónica, divertida, valiente y empuña su arma con las dos manos, fuerte y segura de sí misma. Ella es la heroína de la que se enamorarán las próximas generaciones. La película pasa el test de Bechdel con nota, aunque los otros dos personajes que heredan la saga sean hombres. Dos hombres llenos de confusión, como los protagonistas de la saga primigenia. Finn es un desertor, asustado e imberbe sin ganas de aventura con la fuerte intención de huir hacia delante, interpretado con pulso y simpatía por John Boyega. El otro es Kylo Ren, el Sith, el tipo de la máscara, el villano que viene a sustituir el lugar que ocupaba Darth Vader. Lo interpreta un referente indie, el mercurial Adam Driver.
El sable láser y el Halcon como fetiches argumentales
Abrams da la vuelta a las batallas de sable y al concepto de la Fuerza que vuelve, en cierta forma, a ser algo casi quimérico. Pero, para avanzar hacia nuevas aventuras espaciales, el director estadounidense recupera con tono de leyenda dos piezas fundamentales del imaginario warsie: el sable láser azul que un día llevó Luke y anteriormente su padre Anakin Skywalker y el Halcón Milenario, esa nave que forma parte de la cultura pop por ser el pedazo de chatarra más rápido de la galaxia.
Es fascinante cómo el camino hacia un personaje, hacia Luke Skywalker, le ha servido a Abrams para levantar una nueva y sólida mitología galáctica. El despertar de la Fuerza es ingeniosa, probablemente la que contenga los diálogos mejor escritos (por su perspicacia) de toda la saga. Es de una belleza hipnótica, un ritmo endiablado y está llena de voluptuosas escenas de acción. Lo que no es es arriesgada y no le hace ninguna falta. Se conforma con orientar el futuro de la saga hacia una dirección llena de posibilidades. Después de 38 años, hay una nueva esperanza.