Como Frank Capra, Alfred Hitchcock o Quentin Tarantino, David Lynch pertenece a ese reducido número de cineastas cuyo apellido acaba generando un adjetivo de uso más o menos normalizado. La palabra lynchiano está recogida en el Oxford English Dictonary, donde se define que tiene que ver con algo “característico, reminiscente o imitativo de las películas o los trabajos televisivos de David Lynch”. Cada espectador escogerá los que considera los momentos más característicos de una filmografía que incluye las situaciones perturbadoras de voyeurismo hitchcockiano y sexualidad en paisajes neo-noir de Terciopelo azul, el hombre que está en dos lugares a la vez y otros enigmas incrustados en la magnética narración de Carretera perdida o las fascinantes escenas de Mulholland Drive y su Club Silencio.
Ahora, el autor de Corazón salvaje o Inland empire cumple setenta y cinco años entre rumores. Se ha confirmado que está preparando una nueva serie que podría titularse Wisteria o Unrecorded night. Y se ha especulado con que este proyecto podría ser un spin off de su recordada serie Twin Peaks. De momento, los aficionados nos tendremos que conformar con los partes meteorológicos y sorteos que este difunde a través de su canal en Youtube. Atendiendo a la escasa productividad del autor de El hombre elefante en los últimos años, matizada por el tour de force de dirigir personalmente los dieciocho últimos episodios de la mencionada Twin Peaks, proponemos celebrar el aniversario del cineasta, y amenizar la espera de nuevas noticias sobre su proyecto actual, con una pequeña selección de películas lynchianas sin Lynch. No están todas las que son pero (creemos) son todas las que están.
Donnie Darko (Richard Kelly, 2001)
El primer largometraje del realizador de The box podría calificarse como una mezcla de película de adolescentes y thriller lynchiano para una nueva generación que no gozó en su momento de Terciopelo azul, Twin Peaks o Corazón salvaje. Un joven con problemas psiquiátricos comienza a tener visiones sobre un conejo gigante que le avisa del fin del mundo, y se salva milagrosamente de morir aplastado por un motor de avión que nadie sabe de dónde provino. Donnie tiene que gestionar estas aparentes alucinaciones y signos extraños mientras convive con los desencajes en el instituto y en el seno familiar.
Obra de culto, estéticamente muy cuidada a pesar de su presupuesto moderado, y discutida por su andamiaje fantástico y su desenlace, Donnie Darko tiene suficientes componentes como para resultar un caramelo fílmico. Incluye ambientación ochentera con el correspondiente uso de canciones de la época, amores incipientes y tímidos, rebeldías de materializaciones diversas (cuestionar en público a un supuesto mago de la autoayuda y la beatería nunca está de más), insinuaciones sci-fi y escenas genuinamente desasosegantes que se ganan un espacio en la memoria de los espectadores. ¿Quién da más?
The saddest music in the world (Guy Maddin, 2003)
Habitualmente se habla del realizador canadiense Guy Maddin, autor de obras como My Winnipeg o The forbidden room, como el David Lynch canadiense. The saddest music in the world no conectaría tanto con el thriller desconcertante al estilo de Carretera perdida, sino con una elaboración estéticamente rutilante del universo más áspero y cruel que el cineasta estadounidense exploró en su iniciática Cabeza borradora. Maddin trabajó las texturas granulosas que asociamos con el visionado de cine mudo o del primer cine sonoro, ofreciendo una mezcla de vanguardia y pop retro donde abundan unas situaciones extremas, de telenovela pasadísima de vueltas, que son observadas con negra comicidad.
Basada libremente en una guion original del escritor Kazuo Ishiguro, The saddest music in the world es toda una experiencia. La Winnipeg natal del realizador acoge un concurso internacional para decidir qué país tiene la música más triste. El protagonista, Chester Kent, se postula como representante de los Estados Unidos a pesar de ser canadiense. La vida personal de Chester es muy movida: tiene como amante a la esposa de su hermano, que olvidó su matrimonio por estar aquejada de amnesia (y ninfomanía), mientras intenta olvidar a su antiguo amor, a quien amputaron las piernas tras sufrir un accidente automovilístico mientras practicaba sexo oral. El resultado es una joya inclasificable del audiovisual más extraño de ese Canadá de donde también proceden la muy maddinesca (y provocadora) The twientieth century o la reciente Antología de un pueblo fantasma.
Hotel (Jessica Hausner, 2004)
Una mujer joven aspira a convertirse en una trabajadora discretamente modélica en su nuevo empleo en un pequeño hotel rodeado de un bosque. Irene ha llegado en sustitución de otra empleada misteriosamente desaparecida y que se presume muerta, hasta el punto de que la policía busca el cuerpo en un estanque. El tenso ambiente laboral y la soledad en los turnos de noche va mellando a la protagonista, que especula con dejar el trabajo.
La futura directora de Little Joe, Jessica Hausner, optó por construir un filme de terror sin sustos ni anticipaciones de amenazas. La cineasta austríaca nos enseñó fragmentos de una cotidianidad solo un poco enrarecida, que no está recubierta el barniz abiertamente inquietante de las pesadillas lynchianas. Sí hace uso de imágenes poderosas como las diversas introducciones del personaje principal en oscuridades abismales. Poco a poco, Hausner y su equipo abren la puerta a un miedo previsiblemente indecible e invisible... porque ni siquiera sabemos si hay algo realmente ahí. La conjura sutil de horrores inconcretos puede remitir al mundo del psicoanálisis, pero la autora se limita a enseñar un camino sin resolver los enigmas insinuados a lo largo de esta propuesta esquiva, casi árida, que se beneficia de su breve duración.
Enemy (Denis Villeneuve, 2013)
Antes de introducirse en el mundo de las superproducciones, Denis Villeneuve firmó uno de los exponentes más claros de thriller lynchiano sin David Lynch. Adaptación de una novela de José Saramago (El hombre duplicado), Enemy trata de un profesor universitario corroído por la monotonía que descubre la existencia de un actor idéntico a él y se obsesiona con la posibilidad de contactarlo. Después del rechazo inicial, el intérprete también empieza a sentir curiosidad. Y el juego comienza a ponerse peligroso.
Como Carretera perdida, Enemy es un ejemplo peculiar de film noir contemporáneo con elementos fantásticos e incorpora la imaginería del doppelgänger, del doble más o menos inquietante, en su narración. Villeneuve firmó una pesadilla de codianidades enrarecidas recorrida por el deseo de ser otro, no solo para escapar la rutina sino también (¿o sobre todo?) para cumplir deseos sexuales que no encajan dentro de la máscara social que se ha asumido como propia. Toda esta trama de surrealismo pop sobre secretos y pulsiones inconfesables acaba desembocando en un final abiertamente kafkiano.
Una tierra imaginada (Siew Hua Yeo, 2018)
Como Twin Peaks: fuego camina conmigo y otras obras de Lynch, Una tierra imaginada despliega su puzle narrativo a partir de una investigación criminal. En este caso, se aborda la desaparición de un migrante chino desplazado a Singapur. El caso no parece preocupar demasiado ni a los compañeros del desvanecido, ni a su empleador, ni siquiera a uno de los dos policías que se ocupan del asunto. Aún así, el interés que la situación despierta en el agente Kok acaba propulsando un estimulante thriller nocturno.
El segundo largometraje de Siew Hua Yeo resulta inhabitual. El realizador explora unas atmosferas enrarecidas, abatidas, somnolientas, salpicadas de momentos con aspecto de sueños, delirios y premoniciones inquietantes que tienen lugar en espacios de tránsito ubicados en metrópolis indiferentes. A la vez, la narración parte de situaciones muy reales: de la explotación extrema y el despojamiento de identidad que sufren muchos trabajadores forzados a moverse bajo los requerimientos del capitalismo internacional... y que pueden desaparecer (o puede hacérseles desaparecer) sin apenas dejar rastro, perdidos entre los engranajes de esta maquinaria. Porque el thriller lynchiano también puede incorporar, a veces, una cierta crítica social.