Julie Doucet (Montreal, 1965) llevaba casi dos décadas sin dibujar cómics. Completamente agotada, según sus propias declaraciones, tras colaborar con el director de cine Michel Gondry (Versalles, 1960) en My new New York Diary (2010), un proyecto audiovisual que le supuso un cúmulo de sinsabores, su producción artística se redujo a un puñado de obras en el ámbito del videoarte o la fotonovela.
Doucet, una leyenda del cómic underground, con una influencia colosal en la nueva ola de autoras de cómic independiente, fue galardonada en 2022 con el Grand Prix del festival de Angoulême, el certamen más prestigioso en Europa. Ese mismo año publicó Time Zone J (Drawn & Quarterly), título que aludía al huso horario que corresponde a la hora local en lenguaje militar), su vuelta por todo lo alto al medio que la vio nacer como artista.
Ahora está de visita en España con motivo del ciclo Documentos, que indaga sobre las relaciones entre arte y el universo editorial y que ya ha contado con Chris Ware (Omaha, 1967), otro primer espada del mundo del cómic, como invitado. Documentos es una iniciativa que el Museo Reina Sofía ha abierto en colaboración con el Centro José Guerrero de la Diputación de Granada y La Madraza - Centro de Cultura Contemporánea, dependiente de la Universidad de Granada. Doucet conversó este martes en Madrid con la dibujante de cómics Camille Vannier y el 2 de mayo lo hará en Granada con la también artista Irene Márquez (Valdepeñas, 1990), en diálogos abiertos al público, sobre su obra y su relación con la autobiografía.
La dibujante canadiense presenta también la edición española de Time Zone J, El río (Fulgencio Pimentel). Su editor en español, César Sánchez, explica que el título de El río hace referencia al “manantial de ideas y de dibujo que surgen de la obra”. En El río, Doucet ha explorado el lenguaje formal del cómic para ofrecer una narración experimental que parte de una premisa clásica, una antigua historia de amor por correspondencia mantenida con un fan de su trabajo que se encontraba haciendo el servicio militar en Francia mientras ella residía en Canadá. Una historia que, según sus propias palabras, “no podía haber sido contada de otro modo”.
En una conversación mantenida con este diario, la artista reconoce que intentó abordar la construcción de El río de diferentes maneras, pero que le resultó imposible: “Lo intenté, de veras. Quise escribir una novela, no funcionó. Luego probé a convertirla en un guion de cine, nada, tampoco. Fue entonces cuando volví al cómic, cuando volví a dibujar. Aunque no quería dibujarlo de una manera clásica, con sus personajes y sus escenarios. Intenté cambiar mi estilo, pero de nuevo me atasqué. Empecé a experimentar con el formato y encontré que remedar el aspecto de los cuadernos de dibujo Leporello, con el papel en acordeón, funcionaba. Fue en ese momento cuando todo cobró sentido. Me encanta dibujar multitudes, así que entonces me coloqué en el centro de la narración, y a mi alrededor empezaron a brotar todos los personajes de El río, como una especie de collage de rostros, dibujar rostros es lo mejor”. El collage es una disciplina artística que no es ajena a la canadiense, “aunque no es algo que, sinceramente, se pueda vender muy bien, y pese a que el resultado final es una especie de poesía maravillosa, supone demasiado trabajo. Comprendí que tenía que volver a dibujar cómics”.
Y de qué manera: Doucet despliega en el El río una imponente explosión gráfica en tinta china. “Realmente sí, quería volver a dibujar, así que he disfrutado muchísimo con todo el proceso. Me he dejado llevar, improvisé todos los dibujos, que iban apareciendo en el papel de manera natural. Sabía cuál era la historia qué quería contar, estaba en mi cabeza, así que me sentaba cada día y me dejaba llevar, sin saber qué es lo que iba a dibujar ese día. Además, lo hice durante la pandemia, por lo que tener esa actividad fue terapéutico”.
Así, el sacrificio que supuso volver a sentarse a la mesa de dibujo fue mucho más llevadero: “Sucede que el cómic tiene mucho de sacerdocio, de enfocar toda tu vida al acto de dibujar, te conviertes en una especie de cura de la religión de las viñetas. Y ya tuve muchos problemas con eso en el pasado, porque siempre quise hacer otras cosas, nunca he pensado en el trabajo como una especie de línea recta que tengas que seguir sin desviarte, y parece que los dibujantes tuviéramos la palabra ‘cómic’ escrita en nuestra frente, como una especie de marca indeleble. Fue muy difícil que me aceptaran en otras escenas, pero al final he probado todas las disciplinas artísticas”.
En las páginas de El río, los recuerdos de su juventud se entrelazan con sueños, otro elemento fundamental en el trabajo de la canadiense. “Los sueños tienen algo mágico. De joven tenía unos sueños increíblemente vívidos, muy narrativos, todo estaba muy bien estructurado. Contar lo que soñaba me ayudó mucho, aprendí a contar historias, porque no tenía ni que montar nada, ya estaba todo editado, solo tenía que dibujarlos, de la manera más fiel posible. Estuve mucho tiempo sin recurrir a ellos, pero ahora he vuelto a adentrarme en el mundo de los sueños, así que tengo mucho nuevo material del que partir para dibujar”.
El particular flujo narrativo de El río, un extenso monólogo casi ininterrumpido que se prolonga a lo largo de más de 140 páginas, tiene mucho de onírico, pero es un trabajo que parte de la memoria biográfica. Doucet explica que ha tenido que autolimitarse. “Ha sido un proceso muy largo, y sí, he dibujado muchísimo, pero hay cosas que he eliminado en una fase previa, cuando estaba pensando en qué era lo que quería contar. No he vuelto a saber nada del Húsar [el fan enamorado motor de la obra], y desde que se publicó el cómic, él tampoco se ha manifestado. Cuando hablas de tu vida tienes que tener cuidado al involucrar a otras personas, porque hay veces que a mis amigos no les ha gustado leer tal o cuál cosa que yo haya contado de ellos en mis cómics, que es algo que me ha dolido especialmente, porque nunca dibujo con malas intenciones, solo cuento mis recuerdos. En este caso, sencillamente no quería exponer todo lo referente a esta persona”.
Estos recuerdos surgen de sus diarios, que ha estado escribiendo desde que tiene uso de razón, y sus obras autobiográficas, como la seminal Mi diario de Nueva York (incluido en la recopilación de sus obras completas publicada por Fulgencio Pimentel en 2017), han supuesto buena parte de su producción artística. “Y mira que me prometí no volver a exponerme tanto, pero es que realmente me cuesta mucho hacer ficción. Cada obra me va dando sus propios marcos de manera natural, de quién contar cosas y cómo hablar de ellas”, señala.
Resulta curioso que una artista sobre la que el jurado de Angoulême dijo, a la hora de otorgarle su Grand Prix, que “había construido una obra eminentemente personal y libre, sin ninguna preocupación por el decoro”, y cuyo material ha sido considerado incendiario por lectoras y lectores de todo pelaje, tenga ahora tantas reservas con lo que cuenta en su trabajo. “Lo reflexiono mucho, y en este caso, que era todo improvisado, más todavía. Pero sí que te voy a decir una cosa, tengo un límite muy claro: nunca, nunca, hablaré sobre nada que involucre a mi familia”, concluye.