El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Conocí a Juan Lobato Valero entre 1979 y 1980. Yo era un colaborador del semanal “Andalán” y el abogado Juan Lobato, ante la falta de cuadros en las provincias, había decidido dar ejemplo cambiando Madrid por Teruel donde trabajó durante diez meses como asesor del diputado socialista, Pedro Bofill, entonces en la oposición.
Llegó el 28 de octubre de 1982 y los responsables de “Andalán” me enviaron a cubrir la jornada electoral a Teruel. El PSOE sumó el 41 por ciento de los votos y se llevó dos de los tres diputados en disputa en una de las provincias en las que más huella había dejado el franquismo.
Tras confirmarse el resultado electoral, nunca olvidaré el recorrido de la comitiva socialista desde la sede de la calle San Francisco hasta la sede del Gobierno civil ni las caras de asombro de los allí reunidos que, ni por asomo, esperaban el hundimiento de la Unión de Centro Democrático (UCD) en una provincia que habían dominado hasta entonces dirigentes como Román Alcalá y José Ángel Biel.
La victoria socialista se repetiría en 1986 con prácticamente el mismo porcentaje de votos, ocho puntos por delante de la coalición AP-PDP-UL. Bofill, un profesor universitario que se había integrado en el PSOE en 1978 procedente del Partido Socialista Popular (PSP) de Enrique Tierno Galván, fue diputado por Teruel tres legislaturas.
En las primeras elecciones democráticas, las de junio de 1977, la coalición del PSP con otros partidos socialistas de acción territorial obtuvo seis diputados, tres en Madrid, uno en Valencia, uno en Cádiz y el último en Aragón, Emilio Gastón (PSA).
Sería porque los dos estábamos en periodo de prueba pero el caso es que con Juan Lobato nació una buena relación personal que, a pesar de la distancia, ha perdurado más de cuatro décadas. Fue concejal del ayuntamiento de Madrid con Tierno Galván, estuvo en el germen de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) y colaboró con el secretario de Estado de Administraciones Públicas, Teófilo Serrano. Entre sus referencias profesionales y políticas están Tierno Galván, Felipe González y el que sería uno de los siete padres de la Constitución y presidente del Congreso de los Diputados, Gregorio Peces-Barba.
Su hijo Juanito, como él lo denomina cariñosamente, ha heredado de su padre la generosidad, la coherencia y la firme convicción de ser fiel a sí mismo, de pensar más allá de los argumentarios.
Si acaso una diferencia, he leído que el hijo es menos impetuoso y peleón que su padre. Inspector de Hacienda, Juan Lobato júnior fue el joven alcalde de Soto del Real, un municipio de la sierra norte madrileña, que desbancó al PP con mayorías absolutas en 2015 y en 2019 antes de ser secretario general de los socialistas madrileños y portavoz en la Asamblea de Madrid.
De las dos responsabilidades tuvo que dimitir el pasado 27 de noviembre, noqueado tras hacerse pública la información confidencial de que había llevado a una notaría unas grabaciones con una compañera de partido sobre el caso de los presuntos delitos fiscales de la pareja de Isabel Ayuso, un asunto que está investigando el Tribunal Supremo tras la denuncia contra el Fiscal General por una presunta revelación de secretos.
Juan Lobato continúa como diputado autonómico y, hace tan solo unos días, la Asociación de periodistas parlamentarios le reconoció como mejor senador del año.
Lo dice todo la imagen de los dos, padre e hijo, dando una rueda de prensa conjunta en la Asamblea de Madrid, “los Lobato damos la cara”, después de que Isabel Ayuso acusara sin prueba alguna al padre, asesor jurídico de la funeraria municipal, de autorizar la compra de mascarillas por parte del ayuntamiento de Madrid a los comisionistas Alberto Luceño y Luis Medina, pendientes de juicio por estafa, falsificación de documentos y también delito fiscal en el caso de Luceño.
Hay dos afirmaciones de Juan Lobato júnior, un socialdemócrata clásico como su padre, que lo definen. Una: “Creo en la política en la que personas con posiciones diferentes podamos acordar cosas que beneficien a los ciudadanos”. Dos: “No creo en la destrucción del adversario”.
Malos tiempos para los acuerdos cuando desde la oposición se ha atacado desde el primer minuto la legitimidad de un Gobierno con mayoría parlamentaria.
Fiel al mismo tiempo a sus principios y a su partido, Juan Lobato júnior se ha quedado en el mejor de los casos en la tierra media en tiempos de asfixiante polarización, de caída del bipartidismo y de hacer de la necesidad virtud para gobernar bajo el paraguas de “una mayoría social de progreso”.
0