Viajar a otro país para que su donante de esperma no sea anónimo: “Si nuestro hijo quiere, podrá saber quién fue”
Hace solo tres semanas que Irene y Lourdes se convirtieron en madres. Su bebé nació en el Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona, pero la inseminación artificial a la que se sometió la primera de ellas ocurrió a la otra punta de la península Ibérica, a más de 1.100 kilómetros de distancia. La pareja decidió seguir el tratamiento de reproducción asistida en Coimbra (Portugal) por una única razón: en el país vecino las donaciones de gametos no son anónimas, como sí lo son en España. Ellas deseaban tener un hijo que pueda decidir en el futuro si quiere o no conocer algo más de su origen genético y si quiere revelar quién fue el hombre que donó espermatozoides para que él naciera.
Es algo que a la pareja le inquietó desde el principio, cuando comenzaron a plantearse la maternidad. “Empezamos a investigar y a tirar del hilo y vimos que en otros países era diferente, así que empezamos a movernos y ver posibilidades”, esgrime Irene, de 39 años. Ambas sentían “incomodidad” ante el anonimato que la ley de técnicas de reproducción asistida establece desde 1988 para la donación de espermatozoides y óvulos –las parejas de mujeres no pudieron acceder a ellas hasta 2006–: “Queríamos que el crío, si tiene preguntas en el futuro, pueda tener respuestas. Que igual luego no tiene ninguna curiosidad, pero nos daba mucha más tranquilidad hacerlo así”.
Al quinto intento Irene se quedó embarazada en una clínica privada de la ciudad portuguesa en la que le dieron un código que está asociado a su donante. Cuando su hijo cumpla 18 años, si así lo desea, podrá solicitar información sobre su identidad al Consejo Nacional de Procreación Médicamente Asistida (CNPMA). Este es el organismo portugués encargado de regular todo lo que tiene que ver con reproducción asistida en el país, incluido garantizar el cumplimiento del cambio de ley auspiciado por el Tribunal Constitucional en 2018 y que puso fin a la donación anónima de material genético por considerarla una “restricción del derecho a la identidad personal” del nacido.
Que los hijos o hijas podrán acceder a esta información figura en todos los consentimientos informados diseñados por el CNPMA que personas donantes y receptoras deben firmar en los centros públicos o privados de reproducción asistida. Y añaden: “En ningún caso el donante podrá ser considerado progenitor de niños nacidos con el uso de estas técnicas”. “Gente de nuestro entorno nos ha dicho ¿y no tienes miedo de que busque un padre? Y la cuestión es que no va a buscar un padre, tiene dos madres, que lo somos más allá de la biología, pero quién sabe si va a tener la necesidad de saber de dónde viene su genética, no nos corresponde a nosotras decidirlo”, sostiene Irene.
La ley española de reproducción asistida, por la que cada vez hay más nacimientos –en torno al 11% actualmente– solo permite levantar el anonimato por riesgo para la vida y por asuntos penales, pero este es un debate que lleva años sobrevolando. En 2020 el Comité de Bioética de España (CBE) recomendó adoptar “un verdadero cambio de cultura en la reproducción asistida” y acabar con el anonimato en base al interés superior del menor y a la posibilidad de que esto pueda ser una pieza clave en la construcción de la identidad. Sin embargo, el debate está abierto y no hay unanimidad entre los diferentes agentes implicados.
Una tendencia creciente
Lo que sí es una realidad es que son cada vez más los países que regulan la reproducción asistida en este sentido. No solo en Portugal, también otros de nuestro entorno como Reino Unido, Finlandia, Alemania, Suecia o Países Bajos, entre otros. “A nivel general hay una tendencia a reconocer el derecho a conocer los orígenes”, constata la investigadora Sara Lafuente. La experta en reproducción asistida y bioeconomía cree que esta “es una conversación que hay que tener” dadas sus implicaciones: el anonimato, explica, “genera un silenciamiento de ese tercero para bien o para mal” y levantarlo “lo visibiliza y modifica la parte relacional del asunto y eso requiere un debate social”.
La experta apuesta por alejarse de soluciones simples. “En España hemos construido una reproducción asistida muy basada en la donación y el anonimato y cambiar ese modelo social no es fácil. Puede que tenga un sentido, pero quien lo plantee como algo sencillo hacia cualquier dirección está reduciéndolo demasiado, esto requiere un debate social informado”, esgrime Lafuente, que lo ve también como una oportunidad para “revisar” la prohibición en España de usar gametos de una persona conocida, algo que choca frontalmente contra el anonimato y coloca a quienes lo hacen “en una situación jurídica de indefensión” si el donante reclama después la paternidad.
Que el asunto tiene multitud de aristas legales, éticas y científicas lo ponen de manifiesto varias de las investigaciones que han querido acercarse a él en los últimos años. Un reciente informe para el Consejo de Europa evidencia el “complejo balance de factores” que entran en juego: el estudio nombra, por un lado, el derecho a conocer los propios orígenes y la importancia de la transparencia además del desarrollo cada vez mayor de bases de datos genéticas. Y por el otro, apuesta por analizar, en caso de levantar el anonimato, elementos como el “posible riesgo de desestabilización” de la familia, la “puesta en duda” del vínculo de parentesco o la posibilidad de que desciendan las donaciones.
En esta línea se expresaba hace unos años la Sociedad Española de Fertilidad (SEF), posicionada en contra del no anonimato por considerar que “perjudicaría de manera notable la atención en España” de quienes necesitan gametos donados para reproducirse. La cuestión es que faltan estudios sobre cómo impactaría el descenso probable de donantes al saber que pueden ser contactados en un futuro. “Al margen de la cantidad, lo que sí cambiaría seguramente es el perfil de los donantes. Probablemente aquellos que están más implicados emocionalmente en el proceso tendrían menos reparos en donar aunque no fuera anónimo que quienes tienen una visión más pragmática”, subraya Lafuente.
Más allá de ello, hay quienes apuntan al papel que juegan las clínicas privadas, que suelen rechazar el fin del anonimato apuntando a que pondría en riesgo el modelo imperante. Hay que tener en cuenta que España es epicentro del turismo reproductivo europeo, un mercado al que una parte de extranjeros llega precisamente en busca de donaciones anónimas. Justo lo contrario a lo que Irene y Lourdes han hecho. “¿Habría menos donantes? Puede ser, pero es que en casi todas partes hay menos que aquí”, remacha Lafuente, que añade un elemento más a tener en cuenta: “Hoy en día interfieren legislaciones diferentes, puedes estar en un país con una ley pero el material genético venir de otro con otra ley que pueden ir cambiando a medio y largo plazo”.
“Dejar que la criatura decida”
Para contribuir al debate, Leo (nombre ficticio) ha abierto un perfil en Instagram a través del que publica opiniones anónimas de mujeres bisexuales o lesbianas y familias “heterodisidentes” sobre este asunto. Lo hizo después de conocer iniciativas como The Monofamily Show, un podcast de dos madres monoparentales que apuestan por la “abolición” del anonimato. Ella misma está inmersa junto a su pareja en un proceso de reproducción asistida que empezaron en un hospital público madrileño, pero por el camino se fueron encontrando con información sobre el anonimato que les llevó a decidir probar en Portugal.
Tras varios intentos en una clínica de Lisboa, ahora la pareja ha paralizado el proceso a la espera de retomarlo. “Nos daba un poco de miedo contarlo porque no queríamos hacer sentir culpable a gente que igual no se ha planteado esta opción. Yo antes no lo había pensado y nadie en mi entorno lo hablaba”, esgrime Leo, que ha tomado la decisión porque busca “dejar que la criatura sea quién decida qué importancia tiene para ella su origen genético”. “No creo que para toda las personas vaya a ser súper importante buscar o conocer al donante, pero sí para algunas y desde luego no me corresponde a mí como adulta abrir o cerrar esa puerta”, añade.
Leo se refiere además a una cuestión que nombra también el informe para el Consejo de Europa y que tiene que ver con el auge de empresas y bancos de ADN privados para encontrar orígenes familiares cada vez más en auge. “Todo eso es mercado y dinero... Creo que hay gente nacida por donación que ha utilizado esto para ver qué encuentra y yo he pensado mucho en qué escenario tendremos en 15 años. Antes de que mis criaturas se compren un test por internet, prefiero hacerlo así”, apunta la mujer, que admite que en el hipotético caso de que quisieran buscar a su donante “puede que no sea un camino de rosas” porque habrán pasado muchos años e incluso puede que viva en otro país.
En los últimos años, han trascendido casos de descendientes que quieren conocer más de su origen genético. En España, casi un centenar se han juntado en la Asociación de Hijos e Hijas de donante, que buscan acabar con la “mercantilización” de la reproducción asistida y el anonimato, que para ellos es un obstáculo en la construcción de su identidad. Así lo detalla María Sellés, hija de una madre monoparental que cuenta con su apoyo, que explica a sus 34 años por qué es importante para ella: “No para establecer un vínculo hacia fuera, sino hacia dentro, porque es la mitad de mí. Ese señor no es mi familia, pero necesito tener esa información para saber quién soy y de dónde vengo”.
Sellés apunta a una cuestión que no suelen obviar las investigaciones, estudios o posicionamientos que se han publicado sobre el tema, que es el vínculo que existe entre el anonimato y la ocultación de la procedencia mediante técnicas de reproducción asistida. “Muchísima gente se entera ya de adulta y por accidente y eso es algo que facilita el anonimato”, sostiene la portavoz sobre una cuestión que, por razones obvias, no ocurre en las parejas de mujeres. Por su parte, algunas voces insisten en que generalizar la comunicación transparente del origen desde el principio debería ser un paso previo antes de plantear nada más y dudan de que poner fin al anonimato sea una necesidad ampliamente compartida: “Antes debería asegurarse que el cambio conlleva ventajas para los implicados y no se ha podido demostrar”, decía la SEF. Por su parte, desde la asociación apuestan por no vincular ambos elementos porque “la cuestión de fondo es que impedir tener esta información es una vulneración de derechos” independiente a la ocultación del origen.
Miedos e inquietudes en una sociedad “biologicista”
Ya en su momento, cuando el Comité de Bioética hizo pública su opinión, fueron muchas las familias que lo recibieron con inquietud. Al perfil de Instagram creado por Leo llegan varias parejas de mujeres que están a favor y otras que ven con miedo que, en un contexto de auge de la extrema derecha y en una sociedad que aún sigue perpetuando la imagen errónea de donante-padre, sea “peligroso”. Sobre todo, para las madres no gestantes, aquellas habitualmente más cuestionadas “y más vulnerables” en una familia de este tipo, esgrimía uno de los testimonios.
“Me parece peligroso para las familias heterodisidentes a las que tanto nos ha costado conseguir ciertos derechos”, añadía otro, que mostraba preocupación por “qué peso se le podría dar a esa figura” –la del donante– en una sociedad “biologicista” que suele primar los vínculos genéticos por encima del cuidado o las figuras de referencia. Como madre no gestante de un niño de cuatro años, esta mujer trasladaba inseguridad: “Lo aceptaría mejor si supiera que no va a generar preguntas ni asunciones en las criaturas por los condicionantes biologicistas del resto”, afirmaba.
Tanto Leo como Irene coinciden en “comprender” estos miedos y inquietudes, pero las dos creen que, más allá de los sentires de los progenitores, en estos casos “para mí pasa por delante el acceso a información de la criatura”, en palabras de la segunda. “Obviamente, las dos necesitamos ser reconocidas como madres, pero no solo en este aspecto, con eso ya lidiamos en muchos ámbitos... Pero otra cosa es que esta criatura, dentro de su proceso de vida, quizá se pregunte de dónde viene esa mitad de su genética, que yo puedo estar de acuerdo en que para hacer familia no es importante, pero ¿y si sí lo es para la construcción de la identidad de esta personita?”, concluye Irene.
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