Media docena de tebeos formidables para leer de derecha a izquierda
Si hablamos de cómic, Japón es sin duda el mercado más abundante del mundo. Con una industria envidiable y segmentada según perfiles demográficos (manga específico para adolescentes, jubilados, deportistas, pervertidos, amas de casa, tristes ejecutivos y un largo etcétera), el 99% de la producción, como en todo, es material fungible, pero el total es tan copioso que el 1% que resta es más que suficiente para componer una biblioteca colosal de joyas de categoría.
La industria editorial española despertó a la importación regular en los años 90, cuando fenómenos del cine y la televisión como Akira o Dragon Ball conquistaron al público occidental.
Más de veinte años después conviven varias generaciones de lectores amamantados en los códigos del manga, el canon de clásicos va estando disponible en castellano y las traducciones son constantes en todas las categorías. Vamos con algunas recomendaciones recientes.
Inéditos y lagunas
Pese a su aspecto fresco y lozano, La chica de los cigarrillos fue dibujado a principios de los años 70 por Masahiko Matsumoto, nombre clave del llamado gekiga, el movimiento alternativo que empezó a incorporar al cómic temáticas adultas. Matsumoto falleció en 2005 y su trabajo está siendo reflotado tras la mención de su figura en Una vida errante, las memorias en viñetas del maestro Yoshihiro Tatsumi, para quien fue una influencia importante.
Editada ahora en castellano por Gallo Nero en su colección Gallographics, La chica de los cigarrillos es una antología de relatos gobernados por la lógica cotidiana, es decir, con tendencia al absurdo. Los conflictos que los rigen son elementales: sexo y dinero, ambos gravados por el peso de una cultura milenaria. Preocupaciones domésticas, laborales y sentimentales que, como en la vida misma, nunca acaban de resolverse. El dibujo de Matsumoto es ordinario y loqueras, pueblan sus páginas hombres y mujeres de gesto azorado y el conjunto emana un regusto a tradición dislocado por las conductas algo anémicas de sus personajes, que deambulan por paisajes urbanos e interiores sintéticos que nos trasladan al Japón castizo de hace medio siglo.
Moto Hagio, mangaka todavía en activo y renovadora en los años 70 del cómic para chicas, es otro gran nombre todavía poco visible en nuestro país. Una de sus obras más conocidas es ¿Quién es el undécimo pasajero?, clásico de la ciencia ficción que la flamante y aplicada editorial Tomodomo publica por vez primera en castellano. En su sinopsis concurren a examen diez candidatos a ingresar en la Universidad Estelar. La prueba consiste en sobrevivir aislados en una nave espacial a la deriva, pero en cuanto el grupo embarca detecta que no son diez sino once los aspirantes a bordo, y cualquiera puede ser el supernumerario.
Hagio plantea una trama coral donde el misterio convive con el romance. Las situaciones de enredo se desarrollan sobre un lecho de ciencia ficción humanista que incluye audaces apuntes sobre la gestión de la homosexualidad, además de rasgos didácticos de todas las materias muy bien emplazados en la historia. Llevado por una plumilla franca y silvestre al servicio de un dibujo de recuerdos decó, este undécimo pasajero se hace algo plomizo en su secuela, una trama de intrigas políticas también incluida en esta edición, pero la entrega original que abre el libro es un manga adorable, modélico y deslumbrante en su construcción de personajes para el recuerdo.
Desde el arroyo
Más cercano en el tiempo, ideado como colaboración eventual para la revista AX a finales de los 90, el Tokyo Zombie de Yusaku Hanakuma creció en novela gráfica (risas) y pronto se vio encumbrado como fenómeno de la escena alternativa: sus protagonistas, Fujio y Mitsuo, dos currelas aficionados al jiu-jitsu, han conocido ya una docena de libros, una película, campañas publicitarias y todo tipo de productos derivados.
Tokyo Zombie está considerada una de las mejores aportaciones dibujadas al mito del muerto viviente y es una historia sobre la amistad que empieza cuando los dos protagonistas matan por accidente a su jefe y lo arrojan a un vertedero tóxico. Se trata de un tebeo gamberro y ultraviolento que se engloba en el estilo que los japoneses llaman heta-uma, el feísmo de toda la vida que de su calamidad hace un sayo. Dibujar mal adrede es un viejo truco para decir más cosas de las que permite el buen gusto, y Hanukama lo hace desde ese burladero irónico donde la tosquedad y una aparente dejadez encubren una intuición narrativa envidiable. Si el comprador potencial necesita más alicientes, aquí va el definitivo: la cubierta de Autsaider Comics, una de las editoriales más arrebatadas del panorama nacional, lleva pelito.
Belleza cinética
Iceland es una travesía glacial donde tres hombres buscan a un cuarto. Sin más. Una enigmática aventura que se trasciende a sí misma y se congela como arma cortante. Lo firma Yuichi Yokoyama, un monstruo del manga experimental que sin embargo no aburre sino todo lo contrario, engancha con nuevas tretas, con su afán de prospección y sus ganas de descubrir posibilidades al medio.
Yokoyama es uno de esos autores que sin haber leído tebeos llegó al medio intacto, procedente de la pintura y descargado de referentes. Su interés por la historieta venía motivado por las posibilidades invencibles del medio para tratar el tiempo y el espacio, conceptos que ya domaba con maestría en su primer trabajo publicado en España, Viaje (Apa-Apa, 2011), una obra prodigiosa llena de dobleces, hallazgos y sorpresas narrativas que cualquier aficionado al cómic debería tener en cuenta.
Hay que decir que los tebeos de Yokoyama no están indicados para neófitos porque están vivos, brillan, culebrean, limpian la mirada y retribuyen al lector severo una sensación que creía perdida. En Iceland, de nuevo, la lectura en sí misma será el suceso extraordinario.
Maestros antiguos
Ninguno de los nombres aquí convocados, ni el manga en general tal y como hoy lo entendemos, sería el mismo sin la figura que abrió caminos a todas las generaciones venideras de narradores. Osamu Tezuka, que nutrió de imágenes al Japón de posguerra y cuyo influjo puede rastrearse todavía en el cine contemporáneo de todo el mundo, dibujó cientos de miles de páginas con una calidad media asombrosa y unas cimas de talento inesperadas en alguien tan prolífico.
Dororo es un volumen de más de ochocientas páginas, una extensión abrumadora para los estándares occidentales pero natural en un manga que en los años 60 se desarrolló por entregas. El título da nombre al despabilado ladronzuelo que acompaña a Hyakkimaru, un espadachín en ruta dispuesto a encontrar a los demonios que, antes de nacer, y en contubernio con el codicioso samurái que fue su padre, le arrebataron 48 partes de su cuerpo. Cada vez que se enfrenta a un demonio, Hyakkimaru recobra una parte de su ser.
La metáfora es diáfana y el recorrido, en el que late -además de la influencia gráfica del primer Disney- la fundación de una mitología, prefigura el subgénero de odiseas juveniles de crecimiento y aprendizaje tan recurrentes y celebradas en el manga.
Las habilidades de Tezuka, que fueron muchas, se manifiestan en una poética interna sin artificios que conserva sus obras a resguardo de las inclemencias del tiempo, la maña para incorporar temas atípicos y de extraña madurez en tebeos destinados a un público en formación y sobre todo la capacidad para preservarnos la mirada curiosa y el ánimo expectante ante un mundo por abordar, por ser aprendido una y otra vez. No por nada el autor es conocido como el dios del manga.
Bola Extra
Un infiltrado. Esto no es un manga ni se le parece. Mameshiba es un tebeo de Cristian Robles, un joven autor catalán que aquí vierte multitud de referencias a la cultura nipona para contar la peripecia de Bunny, una fanática del rap, youtuber activa, a la que se le presenta la oportunidad de combatir en las semifinales de la Gran Batalla Internacional y conocer a Mameshiba, una alubia consagrada como reina rapera que en teoría le ha de abrir las puertas de la fama y el poder.
El autor de Ikea Dream Makers y Soufflé, dos títulos que destacaron a Robles como uno de los cachorros más estimulantes del momento, danza aquí con un donaire ejemplar entre alusiones modernistas, menciones a Sailor Moon, al rap de Yung Lean y a la cultura kawai, dando fe de la presencia ya inherente de la cultura japonesa en las nuevas voces del cómic occidental.