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“No somos depredadores, sino víctimas continuas”

El escritor Jon Bilbao

Paula Corroto

Para leer un relato de Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) uno tiene que saber que va a sufrir. Que el escritor le va a tensar la cuerda creándole desasosiego e inquietud. Posiblemente ahí reside el genio de este autor que estudió Ingeniería de Minas y después acabó absorbido por la literatura. Acaba de publicar el libro de relatos Física familiar (Salto de Página) y con Shakespeare y la ballena blanca, una indagación en el proceso creativo, ha obtenido el Premio Espartaco de la Semana Negra de Gijón. Allí, en uno de los espolones del muelle donde está instalado el recinto, aprovechamos para charlar con él de sus últimos libros y de literatura.

Cuando comienza a escribir, ¿aplica el principio de incertidumbre?

Cuando me siento a escribir ya voy con unas coordenadas bastante fijas. He tomado notas, puede que ya tenga una escaleta y los personajes bien perfilados, pero eso no significa que el proceso de escritura sea una mera transcripción de notas, sino que hay un proceso creativo. Hay ideas que se te habían ocurrido y que tú pensabas que eran estupendas, pero sin embargo sobre el papel no funcionan. Además, no hay nada más inspirador que el propio trabajo. Se te van ocurriendo cosas nuevas que hacen que descartes lo que ya tenías en mente. Por lo tanto, incertidumbre siempre hay y luego ya cada uno tiene su método. Un libro es como preparar un viaje a un país exótico en el que nunca has estado, por lo que vas a meter cosas que luego no vas a necesitar y al mismo tiempo te van a hacer falta cosas que no habías preparado y vas a tener que improvisar sobre la marcha.

Uno de los temas que suele aparecer en sus relatos, como sucede en el último libro, ‘Física familiar’ es la familia: el conflicto permanente.

La familia, aunque habitualmente se asocia con relaciones positivas, no es así. En la familia se puede sacar lo peor de nosotros mismos. Y me interesa hasta dónde se pueden tensar las relaciones de la familia hasta que uno dice, basta, ya no puedo seguir con esto. Pero tampoco quiero caer en una especie de nihilismo y decir que todo esto no merece la pena. La familia tiene sus cosas buenas y malas. Hay un relato que se titula Pequeñas imperfecciones que trata sobre cómo, a pesar de las imperfecciones que vemos en la persona que tenemos al lado y que a modo de espejo nos ayuda a ver las nuestras, las asimilamos y tiramos para adelante.

Y todo ello lo combina con una especie de sensación de terror. Sus relatos no son nada cómodos. ¿Para inquietar al lector?

No tengo reparos en recurrir elementos propios de la literatura de género como el terror, pero la inquietud no reside en el objeto sino en la mirada. Si residiera en el objeto, sería muy fácil anular la inquietud porque no tienes más que quitar el objeto, pero si la inquietud reside en la mirada, si retiras el objeto, la mirada va a buscar algo más que llenar de significado, y ese algo puede ser ridículo y cotidiano. Y, precisamente, ese contraste entre cotidianidad y un efecto desmesurado genera unas reacciones que incluso sorprenden a los propios personajes.

Como ese niño que con una construcción de Lego consigue atemorizar a su padre.

Ese es un buen ejemplo. Quería hacer una construcción de Lego que fuera un motivo de inquietud. Pero para eso hay que apuntalar la verosimilitud. Por eso puse a un padre que se acaba de quedar viudo, que nunca había tenido una relación muy íntima con su hijo y ahora tiene que cuidar de él. En realidad, tiene miedo de su hijo, pero como no lo va a reconocer, va a resignificar esa aberrante construcción de Lego y es a ella a la que le atribuye el terror.

¿Somos seres miedosos?

No somos depredadores, somos víctimas continuas. Vivimos en un Estado de bienestar donde tienes todas tus necesidades básicas satisfechas, después de haber luchado por conseguirlas. Y, sin embargo, no nos sentamos a disfrutar de ellas, sino que tenemos una inercia de inquietud que te lleva a replantearte las cosas: ¿esto merece la pena? ¿Puedo buscar algo más? ¿En esto que me hace feliz hay algo sospechoso? ¿Cuánto va a durar? Esa inquietud permanece.

Por otro lado, en sus relatos siempre parece que va a pasar algo más, pero al final no suele ocurrir nada. Eso sí que crea desasosiego.

Soy muy enemigo de los finales operísticos en plan blockbuster, prefiero el elemento de retirar la mano del papel. Es cierto que un lector no avezado de relatos se espera ese chispazo final, pero a mí así me parece más verosímil y además obligas al lector a terminar el relato. Igual escribo para lectores que están dispuestos a ser más participativos…

Hay quien dice que el relato es más pobre que la novela.

No, no lo creo. Cada vez estoy más convencido de que los relatos se tienen que parecer un poco más a las novelas y las novelas a los relatos. No me gustan esos relatos que parece que se escriben ateniéndose a los decálogos que hay por ahí circulando y que tienen una estructura muy previsible y donde al final hay un ‘chispún’. No, prefiero estructuras más abiertas y experimentales, como son las de la novela. A día de hoy, cualquier texto narrativo extenso se califica como novela, bueno, pues vamos a trasladar eso al relato. Por otro lado, no me gustan aquellas novelas en las que el autor, como está escribiendo una novela, puede escribir todo lo que le apetece olvidándose de tensiones y de estructuras. Ahí sí que echo de menos esa tensión y esa precisión del relato. También de ahí que a veces escriba relatos de extensiones quizá mayores de las que se estilan y más próximas a la nouvelle.

Con ‘Shakespeare y la ballena blanca’ ha ganado el premio Espartaco. Es una indagación sobre el proceso creativo. ¿Qué le llevó a tocar este tema?

Me llevaron varias causas: la primera, una especie de reacción a mi anterior novela, que era un thriller sobre intrigas psicológicas, y me apetecía hacer algo más pausado, más reflexivo. Por otro lado, durante un tiempo estuve trabajando en unos relatos, uno sobre Shakespeare, y otro protagonizado por un personaje secundario de Moby Dick, y uno de los relatos no acababa de cuajar. Así que se me ocurrió combinar las ideas. Y al final surgió algo que no tenía nada que ver con aquellas dos ideas.

¿Cuál es su Moby Dick?

Moby Dick es siempre llegar a escribir lo que tienes en mente al principio. El mejor libro que puedas escribir siempre es una victoria parcial. Aunque nosotros ahora leamos El rey Lear o El ruido y la furia y digamos que es insuperable, en las mentes de Shakespeare y Faulkner seguro que eran mucho mejores y sólo llegaron hasta ahí. Nuestra ballena blanca es llegar a cumplir lo que todos tenemos en mente a la hora de plantearnos una poética cuando se nos ocurre por primera vez una idea.

En los últimos tiempos hay una continua reivindicación de Shakespeare y Melville. ¿Volvemos a mirarnos a nosotros mismos para intentar dilucidar qué ha pasado en estos años precrisis?

Sí es cierto que en épocas de inquietud y necesidad de asideros y de no saber qué es lo bueno y qué es lo malo, miras hacia atrás para buscar lo que el tiempo ha demostrado como fiable. Y si te preguntan, dime un buen escritor actual, a lo mejor dudas, pero si miras hacia atrás, con Shakespeare no vas a tener ningún problema.

Y también se leen textos duros, como los de McCarthy o David Vann. ¿Nos gusta hacernos daño?

Es que la felicidad es un tema espantoso para la literatura. Más que nada porque la felicidad es estática: si tienes todas tus necesidades satisfechas quieres que todo quede así, y una buena historia necesita movimiento. Perseguir una felicidad o luchar por perpetuarla.

Por cierto, estudió Ingeniería de Minas y después Filología Inglesa. No es común esta combinación de ciencias y letras. ¿Está presente de alguna manera en la escritura?

Yo empecé a escribir como reacción a una mala elección de una carrera. La evasión fue la lectura y llegó un punto en el que necesitaba algo más. Durante un tiempo la escritura fue un mero divertimento para mí mismo, y luego fue ganando terreno. Quizá quede algo de ingenieril en mi forma de escribir, aunque solo sea en mi preparación previa, en la organización y no solo esperar a que me venga la idea. De hecho, soy contrario a ese tipo de romanticismo que todavía pervive en la escritura y que no me explico cómo es posible. No se puede escribir a golpe de inspiración, en primer lugar, porque no tiene mérito. Cuando estamos inspirados, todos somos geniales. Además, creo que la verdadera madera del escritor se demuestra esos días en los que estás seco y crees que no tienes nada que contar, pero te sientas delante del ordenador y empiezas a escribir. Vale, dos páginas que son espantosas, pero has escrito.

Cuando recibió el Espartaco comentó: “Las influencias que tenemos cerca son las más fructíferas”.

A veces vivimos enfrascados en nuestros libros, películas y series de televisión y nos olvidamos de lo más evidente: lo que nos condiciona y nos moldea es lo que tenemos al lado, la vida real.

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