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La música que nos perdimos: cuando Franco se metió a DJ

Un vinilo de Roxy Music antes y después de ser retocado por la censura franquista

Mónica Zas Marcos

Mientras que el pop francés encendía el Mayo del 68 con canciones directas contra De Gaulle -Inventaire 66- y los cantantes de Woodstock se oponían de frente a la guerra de Vietnam en Estados Unidos, España vivía en el ostracismo musical. Mucho han hablado los artistas más castigados por la censura de Franco después de su caza de brujas contra los cantautores protesta, como Lluis Lach o Joan Manuel Serrat. ¿Pero qué pasaba con las discográficas que editaban a los internacionales? Los Rolling Stones, Lou Reed, The Who o Eric Clapton vieron cómo la tijera del régimen segaba su repertorio y las portadas eran decoradas con todo tipo de elementos puritanos.

En total, más de 4.300 canciones se eliminaron del soporte musical de las radios y televisiones y una cantidad innumerable de discos se pusieron a la venta con una imagen falsa o retocada. “Me di cuenta de que se había escrito mucho de la censura en el cine o la literatura, pero no en la música pop-rock”, dice Xavier Valiño, autor del libro Veneno en dosis camufladas y comisario de la exposición Vibraciones prohibidas, que se ha inaugurado en el Centro Born de Barcelona.

La muestra recibe su nombre en honor a la canción de los Beach Boys, Good Vibrations, que fue eliminada por su “sentido totalmente erótico, en el que se subliman las excitaciones sexuales”. El parte del censor reconoce que “esta letra pertenece a los ambientes de los grupo USA drogadictos del lumpen: los HIP,

cuya filosofía está basada en el sexo“. Las vibraciones de los californianos fueron interpretadas como orgasmos en una lectura enroscada que muchas veces les conducía a error.

“Por ejemplo, el disco de Bob Dylan Blonde on Blonde fue tildado de homosexual cuando no tenía nada que ver”, explica Valiño, cuyos nueve años de investigación le descubrieron toda una cantera de anécdotas curiosas y gazapos entre el polvo de los archivos. De la misma forma que castigaban a artistas por malinterpretar el sentido de sus letras, indultaban a otras que serían, a todas luces, censurables para el franquismo. Aunque I'm waiting for the man, de Lou Reed, habla del encuentro con su camello en los suburbios de Nueva York, el censor pensó que se refería a una mujer esperando a su amante y se libró de la quema.

Pero el padre del rock alternativo no tuvo tanta suerte con las nalgas que decoraban 1969, de su grupo The Velvet Underground. El órgano censor, a las órdenes del ministro de Información y Turismo Fraga Iribarne, colocó una recatada cenefa azul para dejar al descubierto únicamente las botas negras de la modelo. Así ocurrió también con el milimétrico recorte del álbum de Roxy Music que encabeza el artículo y la irreverente portada del recopilatorio Mama Rock, que solucionaron con una estética casi freudiana.

En este análisis para comprobar que las carpetas que enviaban las discográficas no atentaban contra la moral y las buenas costumbres, la religión o el régimen, cayeron también varias contraportadas y libretos interiores. The Who es la prueba viviente de que la lupa de los censores no se quedaba en los detalles superficiales, ya que los desnudos que aparecían en la edición especial de Quadrophenia fueron rápidamente vestidos con corpiños, bikinis y camisones.

Y en otras ocasiones ni siquiera eran tan disimulados, como ocurrió con el álbum Sticky Fingers de los Rolling Stones. La versión original de sus Satánicas Majestades mostraba la entrepierna de Joe Dallesandro diseñada por Andy Warhol y su título hacía una clara referencia a la masturbación. En España decidieron hacer una metáfora gore con unos dedos saliendo de una lata de melaza que, según el autor, atentaba contra todo lo que representa la banda. “La portada censurada no tiene nada que ver con la original y se perdió gran parte del mensaje que los Rolling Stones intentaron transmitir en este disco”, admite Valiño.

El departamento encargado de hacer manualidades con los álbumes no era el mismo que calificaba los discos como radiables o no radiables. Aunque ambos dependían de la cartera de Iribarne, la Dirección General de Radiodifusión y Televisión tenía su propia vara de medir para los contenidos mediáticos. “Al menos dejaron por escrito sus razones, algo muy importante que no ha ocurrido en otras dictaduras”, reconoce Xavier. ¿Pero quiénes eran? ¿Cómo trabajaban? ¿Cuáles eran sus criterios?

Tras la pista del censor

Había cuatro nombres que se repetían con asiduidad en los registros, así que Valiño accedió a las páginas amarillas de Madrid e intentó contactar con estos censores. “Dos habían muerto y uno tenía alzheimer y, obviamente, no le apetecía mucho volver al tema”. Pero el cuarto resultó ser la llave para entender el mecanismo de aquellas instituciones y la principal fuente de su tesis. “Gracias a Eusebio Ceballos comprendí que no eran funcionarios, sino trabajadores contratados por su conocimiento en idiomas y muchos de ellos ni siquiera compartían la ideología”, cuenta el escritor.

La mayoría provenía de la censura literaria y, cuando comprendieron que la música también era una ofensa para el régimen, les pusieron una jornada doble. “Era gente entrenada en la censura y las segundas intenciones de una letra no se les solían pasar de largo, pero desconocían el mundo pop-rock”, resume Valiño.

Ese desconocimiento era una constante que no se repetía solo en los bastidores del franquismo, también entre la gente común. Era un ambiente que nada tenía que ver con el movimiento hippie o la revolución que se vivía en otros países. En España, todo atisbo de drogadicción, lujuria y rebeldía era reprimido y duramente castigado. “Una de las cosas que más me llamó la atención es que los coleccionistas o amantes de la música con los que me reuní desconocían que su edición estuviese manipulada”, revela.

De la misma forma que quizá muchos sufridores del yugo cultural de Franco no sepan que la canciones de las que les privaron se cuentan por miles. Xavier Valiño, aún así, reconoce que la censura vivió varias etapas y que las 98 listas negras que emitió la censura se fueron liberando poco a poco con el paso de los años. “Aún estando en un régimen cerrado, la sociedad española no era la misma en el año 60 que en el 70”, explica. Al principio se vetaban las letras románticas, después las eróticas y, por último, las políticas. Gracias a esto se fueron anunciando canciones amnistiadas, entre las que Valiño destaca con ironía el bolero Bésame mucho, castigada en 1963.

Artistas antifranquistas

John Lenon fue censurado por partida doble. Primero con una balada junto a Yoko Ono porque se refería a su boda en Gibraltar, tema delicado para el dictador, y luego por Imagine, que el censor consideró “una canción totalmente negativa que reprime cualquier sentimiento, incluido el religioso, que no coincida con su idea”. Sin embargo, los Beatles llegaron por primera vez a España en 1965. “Los conciertos en directo de los extranjeros tenían esa dosis de inmediatez, no es como un disco, así que fueron más benevolentes”, cuenta Valiño, aunque añade que los promotores estaban obligados a entregar una lista previa de las canciones al régimen.

Pero no todos los artistas se quedaban inmóviles ante este control exacerbado sobre el suelo español. El grupo alemán Embryo, que había titulado una de sus canciones Espangna si, Franco no, intentó hacer una gira por España en 1972. Aquí el título de esta canción quedó reducido por la censura en la contraportada a Espangna si, . “Así, con la coma, como dando a entender que al título le faltaba algo”, destaca Valiño.

Al editarse de nuevo en España, ya muerto Franco, el grupo -que se lo había tomado con bastante humor- lo retituló Espangna si, Franco finished (“España sí, Franco acabado”). “Y ésa es la frase que mejor puede concluir este repaso por la absurda censura en los vinilos de aquellos años”.

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