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Millás y Arsuaga: “Vivimos de espaldas a los muertos porque los escondemos en tanatorios y hospitales”

Juan Luis Arsuaga (izquierda) y Juan José Millás, autores de 'La muerte contada por un sapiens a un neandertal'.

Mónica Zas Marcos

28 de febrero de 2022 22:42 h

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Al comienzo de La muerte contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara), Juan Luis Arsuaga (68) calcula que a Juan José Millás (76) le quedan doce años y tres meses de vida, “redondeando”. El tiempo justo para lanzar un par de novelas o tres, responde con humor el novelista. Tras la colaboración que surgió hace quince meses para contar “la vida”, el paleontólogo se une de nuevo al escritor para estudiar las causas de su fin. Pero solo las naturales.

Es el segundo tomo de la que podría convertirse en una serie única por su formato, la combinación de ciencia y letras, y las dos reputadas voces que la escriben. En esta ocasión analizan vejez, longevidad, enfermedad, selección natural, sexo y supervivencia mediante nuevas citas –en zoológicos, restaurantes, gimnasios y desguaces de coches– y personajes invitados del mundo de la medicina, la veterinaria o la biología.

En las entrevistas, científico y narrador actúan en vivo y en directo como en un capítulo de su libro. Se llevan la contraria, se ríen, se preguntan y mezclan profundas reflexiones con las bromas rápidas de Millás y la erudición de Arsuaga. Dúo literario que quizá tenga una tercera función sobre la conciencia “contada por un sapiens a un neandertal”.

¿Cuándo surgió esta dupla?

Juan José Millás: Surgió después de una visita que hice a Atapuerca y al Museo de la Evolución. Yo no tenía conciencia de lo importante que era este yacimiento y el único museo del mundo dedicado al ser humano. Y creo que no hay conciencia de ello en España. Si en lugar de estar en Burgos, estuviera en Estados Unidos, todo el mundo pagaría por ir a verlo. Cuando llegué a casa dije que venía de ver a los abuelos, porque tuve esa impresión. Esos restos me hablaron más de mí que mis abuelos de verdad.

Además tuve la suerte de que Arsuaga me enseñase todo aquello y dije: caramba, qué seductor es el discurso oral de este hombre y qué bien lo explica. Ahí empecé a pensar en la posibilidad de esta colaboración. No era una entrevista, no era un diálogo, no era una novela y no era un ensayo. Nos pusimos a ello y salió este experimento.

Cualquiera que lea a Arsuaga, fuera del mundo científico, se siente un poco neandertal. ¿Pero qué le hizo identificarse con este homínido y a Arsuaga con un sapiens?

Millás: Es una construcción literaria fantástica. Desde niño he creído que el neandertal era el bueno y que se extinguió por eso. Porque llegó el sapiens, que era un hijo de puta, y no pudo contra tanta hijoputez. Cuando pienso en mí y en mis desencuentros con el mundo y con la realidad, me siento como el último neandertal en una tribu de sapiens. Este seguramente viviría sorprendido y tendría que fingir para no ser calificado de raro. Desde la infancia he sentido esta extrañeza frente al mundo que no he llegado a resolver. Y de ese juego literario salió la idea. De atribuirle a Arsuaga el papel de sabio sapiens, que no de malo necesariamente –aunque bueno (ríe)– y a mí el de neandertal.

Antes de escribir el libro, ¿hablaban de la muerte? Y no me refiero a nivel profesional, sino con sus familias y amigos.

Juan Luis Arsuaga: Pues no, porque de la muerte no se suele hablar. Aquí la abordamos desde una perspectiva científica. La muerte como biología, que es interesantísima, y por lo que representa la conciencia de la muerte. Porque una cosa es morirse y otra cosa es saber que te vas a morir. Y que aunque estés impresionante, por alguna extraña razón difícil de comprender, algún día ya no vas a estar. Es algo increíble, literalmente. Es tan increíble que la gente no se lo cree hasta que no le toca. Es una inferencia con la que vivimos.

Pero vamos, yo al menos no tengo una obsesión, conflicto ni preocupación especial por la muerte. Para un biólogo, una vez que te mueres dejas de ser objeto de estudio y empiezas a ser un mineral casi desconocido. Te conviertes en materia inanimada. No hay ningún biólogo que estudie cadáveres.

En el libro hay selección natural, envejecimiento celular, causas de cáncer, demencia y una conclusión: “En la naturaleza no hay vejez ni decrepitud –como en la realidad humana–, solo hay plenitud o muerte”. ¿Se lo recomendarían a un hipocondriaco?

Millás: En contra de lo que se cree, los hipocondriacos son muy aficionados a este tipo de lecturas. Son los únicos que se leen los prospectos de las medicinas, que son terroríficos (ríe). Si te lees el prospecto de la aspirina, el medicamento más inocente que hay, ya no te la tomas. Yo creo que este libro le viene bien a cualquier persona que tenga curiosidad sobre los asuntos de la vida y de la muerte desde un punto de vista biológico y filosófico. El libro nace de dos temperamentos curiosos y para ellos está destinado también. Recuerdo con frecuencia la película de Truffaut Jules et Jim, donde un alumno un poco desorientado le pide consejo a su maestro, que le dice: “Sea usted curioso”. Para mí es uno de los grandes motores de la vida.

Arsuaga: Yo creo que el libro trata más sobre la duración de la vida que sobre la muerte. La muerte no es nada más que el cese de la vida y no se puede abordar científicamente. Se abordan las enfermedades o la duración de la vida. Es un tema apasionante y que a nadie le puede dejar de interesar. ¿Por qué un ratón vive muy poco y un elefante, mucho?

Es un tema tan bueno, que en cierto modo es extraño que nadie haya escrito este libro antes, ni siquiera con otros formatos. Aprovecho para decir que hay una especialidad de biología llamada biología de la muerte. Lo que es una contradicción maravillosa en sus términos. La biología viene de Bios, Logos, del estudio de la vida. La biología de la muerte es una concepción bellísima. Lo que nos interesa es la vida, pero tiene un límite y como seres humanos que somos, ironizamos sobre ello. La defensa de la persona inteligente frente a la desgracia muchas veces es la ironía. Si no, este libro sería fúnebre.

Lo que nos interesa es la vida, pero tiene un límite y como seres humanos que somos ironizamos sobre ello. La defensa de la persona inteligente frente a la desgracia es la ironía

Juan Luis Arsuaga

Entonces, entender el funcionamiento de la muerte ¿reduce el vértigo hacia ella?

Arsuaga: A mí me da palo la propia y la de los seres queridos. A lo mejor por eso hago muchas cosas, porque no me quiero morir. Solo pido que las generaciones se mueran una detrás de otra. Me parece insoportable que mueran los hijos antes que los padres. A Darwin le afectó mucho el fallecimiento de su hija a los diez años. A partir de cierta edad, la muerte de un hijo joven es como una subversión del orden natural de las cosas.

Millás: A mí me preocupa la idea del sufrimiento. Pero hay algo que me parece curioso. No sé si es porque hemos incluido la palabra en el título, pero en muchas entrevistas solo nos preguntan sobre la muerte, cuando el libro está lleno de sugerencias e ideas que no se refieren directamente a ella. ¿Por qué será? Por un lado genera rechazo y por el otro una atracción brutal. ¿Había un interés latente sobre la muerte que ignoramos bajo esa capa de indiferencia hacia ella?

Yo creo que mucho. Y que escribir “muerte” en la portada de un ensayo invita a preguntar sobre ella. Da una excusa. Como han dicho, no es algo que se hable con amigos y familiares.

Millás: Eso me interesa mucho. Hay un pacto implícito para no tocar estos temas, porque nos dicen que “son desagradables”. Vivimos incluso un poco de espaldas a los muertos. Parece que la gente no se muere porque no vemos muertos por la calle. Los escondemos en tanatorios y en hospitales. Y sin embargo, cuando hay oportunidad de hablar de la muerte, nos encanta. Es curioso, ¿no?

Arsuaga: El tema de la muerte tiene un interés universal y tiene que ver con el instinto de supervivencia y con nuestra capacidad para anticipar problemas. El ejemplo que siempre pongo son los atascos que se forman cuando hay un accidente en la cuneta. No obstaculiza el tráfico, simplemente la gente frena cuando llega a ese punto. ¿Pero por qué? Porque nos interesan mucho las causas de muerte, por la sencilla razón de que así evitamos que nos suceda a nosotros. Estamos programados para obtener información de las muertes de los demás.

¿No es interés morboso?

Arsuaga: Saber la causa de muerte de otra persona es lo más biológico que hay. Si te dicen que se ha muerto fulanito, la pregunta inevitable es “¿de qué?”. Eso se interpreta socialmente como curiosidad morbosa, pero no, está en la biología. Te interesa saber si hubo un accidente en la sierra y si hay hielo, porque a lo mejor tenías programada una excursión y la tienes que suspender. Esa información puede evitar nuestra propia muerte.

“Uno es de donde vio su primer muerto”, ha dicho Millás en varias ocasiones. ¿Creen que esa toma de conciencia sobre el final de la vida nos ata a un lugar?

Millás: Yo tengo la impresión de que eso me ancló. Venía del colegio y en mi calle de Prosperidad, mi barrio, había un grupo de gente alrededor de alguien que estaba en el suelo. Le salían cosas por la boca y se había puesto verde. Creo que no hay mes que no lo recuerde. Hace poco también comenté una fotografía de una localidad de Marruecos en la que había un muerto en una calle y un montón de personas mirando. Creo que pensarían: “Eso me va a pasar a mí en algún momento”. También ocurre cuando vas al tanatorio y dudas sobre si asomarte o no a ver el cadáver.

Arsuaga: Mi primer muerto fue en una playa de Sopelana. Era un crío y ahí me di cuenta de que las playas son peligrosas, que es lo que decía antes. Fue una lección de vida. En la playa hay resaca y aprendí que, aunque sepas nadar, no te puedes confiar. Por supervivencia.

Ninguno de los dos está interesado en la vida eterna ni en la vejez infinita. Como especie, ¿nos hemos obsesionado con alargar la vida cuando está llegando a su fin?

Arsuaga: Es que vivimos al día, literalmente al día. Solo queremos que el presente se prolongue de forma indefinida. Yo no estoy preocupado por la eternidad, sino por lo que voy a hacer esta tarde. Todos queremos vivir un día más. Si tengo osteoporosis, estoy preocupado por la osteoporosis. Si tengo alergia a los alimentos, quiero una pastilla para suprimir esa alergia. Hay que prolongar la vida con buenas condiciones y para ello hay que conocer los procesos de envejecimiento.

Millás: Sin embargo, él habla así porque tiene un temperamento científico y un temperamento sentimental. Pero la humanidad en su conjunto siempre ha estado muy preocupada por la eternidad. Por eso está la vida eterna que proponen las religiones y esa vida eterna ahora empieza a prometerla la ciencia.

Arsuaga: Yo creo que la preocupación por la inmortalidad no es universal. Es propia de las culturas del libro, de los cristianos y los musulmanes. Ni siquiera los judíos creen en la vida eterna. Yo diría que es un producto minoritario, aunque lo compra mucha gente.

Para mí fue un descubrimiento que tanto la vejez como la muerte fueran productos culturales

Juan José Millás

El libro empieza con un Millás desanimado porque le han expedido su último DNI al superar los 70, algo que le señala “el camino al cementerio”, hasta que descubre mediante un análisis celular que tiene 50 años biológicos. ¿Qué dígito le representa más?

Millás: Me sentí como si me hubiera tocado la lotería. Primero me sorprendió y luego me dio mucho optimismo, porque en cierto modo la ciencia confirmaba mi percepción de que me siento más joven. Pero no es exactamente que yo tenga la edad biológica de una persona de 50, porque no puedo subir las escaleras como las subía a los 50, sino que envejezco a un ritmo de alguien de 50. Lo cual no está nada mal tampoco.

Pero sí que ha dicho que este libro le ha hecho consciente de su vejez. ¿Le ha “jodido la vida”, como le advierte Arsuaga y usted le recrimina en varias páginas?

Millás: Sí que lo digo (ríe). Yo no era consciente de mi vejez, porque si te encuentras bien y estás activo, no lo sientes. La escritura del libro me hizo tomar conciencia. Es una experiencia que oirás contar a mucha gente de mi edad, que la percepción que tienen de sí mismos es la de una persona de 40 años. A veces la de un muchacho, incluso. Hasta que te miras en el espejo o alguien te cede el asiento en el autobús. En el momento en que empecé a escribir fue como asomarme a mis patios interiores y verme con 76 años, caramba, cuando objetivamente uno ya es un anciano. Y entonces tenía miedo de que la conciencia de anciano me convirtiera en anciano. Pero afortunadamente fue algo pasajero.

Esta autoconciencia sobre el envejecimiento es algo intrínseco al ser humano, pero en la naturaleza no existe. ¿Es un castigo o una garantía de supervivencia?

Arsuaga: Los signos de envejecimiento aparecen en tres tipos de especies: los animales de zoo, las mascotas y los seres humanos. En la naturaleza los animales están a prueba constantemente y perciben también esa vejez. Tienen que cazar y correr y no pueden, notan el desgaste. Si nosotros no tuviéramos la comida en la nevera, no aguantaríamos una semana. Afortunadamente, nuestra calidad de vida a edades avanzadas depende de la tecnología, de las operaciones y las gafas, y gracias a eso nos sentimos jóvenes. Tengo amigos que hacen ochomiles y están operados de cataratas y de la cadera. Si no fuese así estarían en su casa con un andador y ciegos.

Millás: Para mí fue un descubrimiento que tanto la vejez como la muerte fueran productos culturales. Somos una especie capaz de inventar el microondas y la vejez. Mira que hemos inventado cosas raras, ¿pero esto?

Arsuaga: Además, si queremos darle la vertiente psicológica o sociológica, es como si a cierta edad no tuvieras derecho a protestar. Nosotros hemos empezado a vivir fuera del periodo de garantía, como si fuésemos un móvil o una nevera. La muerte de una persona de 20 años es inasumible. ¡Qué desgracia más grande! Pero si se muere una de 90 años, se dicen todo tipo de eufemismos: “Ha vivido muy feliz o ha muerto sin dolor”.

Millás: Está muy bien la comparación. No solamente eso, sino que hay cierta impaciencia social para que se mueran. Rápidamente se empieza a sacar el argumento de las pensiones y todo esto.

Si no tuviéramos la comida en la nevera, no aguantaríamos una semana. Afortunadamente, nuestra calidad de vida a edades avanzadas depende de la tecnología

Juan Luis Arsuaga

De hecho, el trato a los ancianos y la tragedia en las residencias han sido los grandes escándalos de la pandemia.

Millás: Hubo muertes en la Comunidad de Madrid que fueron atroces. Entraban los bomberos a las residencias y se encontraban cadáveres de 10 días. Hubo protocolos que ordenaban que no se les llevase al hospital. Y no produjo ningún escándalo. Estaba latente esta idea que dice Arsuaga de que ya habían superado la fecha de caducidad, aunque se siguieran unos protocolos que rozaban lo delictivo. Ya veremos cómo acaba esto, pero hubo cosas que no estuvieron bien.

El libro lo escribieron en plena segunda ola, pero apenas hacen mención a la COVID. ¿Por qué tomaron esta decisión?

Arsuaga: La pandemia en realidad es una causa externa de muerte, es evitable. Nos preocupaba menos porque de eso ya se ocupa la epidemiología. Se puede suprimir, limitar o combatir. Puede ser un problema social o político, como de qué medios poner o qué quitar.

Millás: El libro no habla de la pandemia, en parte por lo que dice Arsuaga, y en parte porque no queríamos que una cuestión de actualidad le diera una vida más corta al libro. Han sido dos años de nuestra vida entregados a un suceso puntual, pero durante la historia ha habido cien mil.

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