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Don't Worry, Be Murray

Francesc Miró

¿En qué momento Bill Murray empezó a ser el icono que es hoy? Resulta difícil decirlo pues tal vez lo ha sido siempre. De hecho son muy pocas las figuras que transgreden la línea que separa una generación de otra manteniendo intacta su conexión con el espectador durante más de tres décadas. En los ochenta era un icono para los fans de El pelotón chiflado o Los Cazafantasmas. En los noventa repetía la jugada con Atrapado en el tiempo o Ed Wood. Y llegados a los 2000 Lost in Translation y sus secundarios para Wes Anderson seguían reivindicando su figura.

Aunque puede que el hecho más definitorio de lo que simboliza hoy naciese a mediados de 2010, cuando empezaron a prender como la pólvora las anécdotas protagonizadas por el actor, carne de cañón para un Internet sediento.

La historia más célebre decía que podías estar en una esquina cualquiera de una ciudad cualquiera, cuando de repente alguien te tapaba los ojos y decía “¿Quién soy?”. Cuando retiraba las manos y tú, anónimo e insultado caminante, te dabas la vuelta para verle la cara al responsable veías plantado delante de ti a Bill Murray. Este, ante tu atónita mirada, sonreía y decía por toda contestación: “Nadie te va a creer”, y se iba caminando por donde había venido.

Ahora, años después de que Internet descubriese lo prolífico que podía resultar su figura, coinciden en nuestras librerías dos biografías nada convencionales: Yo, Bill Murray, editado por Bandaàparte, y Cómo ser Bill Murray, publicado por Blackie Books. Dos libros que, desde distintos puntos de vista, abordan el fenónemo que el actor ha protagonizado. Él sigue sin afirmar ni desmentir ninguno de los rumores que protagoniza.

La fama anónima

El primero de los libros en llegar a nuestras estanterías se subtitula con la definitoria frase “esto iba a ser una biografía autorizada de Bill pero no lo encontramos”. Así presenta su libro Marta Jiménez, periodista especializada en Comunicación y  Cultura que divide su tiempo en levantar festivales como el SEFF de Sevilla y escribir en Cordópolis o en Diario Córdoba entre otras muchas actividades.

Su libro es un repaso a la vida y obra del actor de Illinois pero también es algo más que eso. Yo, Bill Murray pretende, en palabras de su autora, “bucear en la cabeza de Murray. Dibujar un retrato del autor fuera y dentro de la pantalla como intérprete y como personaje real, contextualizándolo a través de sus películas y sus miles de anécdotas”.

Su portada, que recuerda al póster de Cómo ser John Malkovich, ya nos avisa del método que va a utilizar. Se trata de imaginar que entramos dentro de la cabeza de un actor que nadie nunca sabe lo que está pensando. Su prosa, pues, se contagia de una filosofía anárquica e imprevisible. Yo, Bill Murray no empieza diciendo que el humorista estadounidense nació una fría mañana de un 21 de septiembre de 1950. No sería lo adecuado.

En cambio, sí lo hace contando que un día el protagonista de Life Aquatic cogió un taxi en Oakland. Durante el viaje, el taxista le contó que era saxofonista pero que nunca podía tocar debido a una jornada laboral de catorce horas, aunque siempre llevaba el instrumento en el maletero por si tenía un rato libre. Murray le obligó a parar el coche y a coger el instrumento. Le pidió que se sentase a tocar en el asiento del copiloto mientras él cogía el volante del coche y se conducía a sí mismo a su destino. Así recorrieron la bahía de Sausalito y al finalizar, pagó al taxista, le dió las gracias y se marchó.

Esas anécdotas resumen mejor quién es Bill Murray: una estrella desconocida. Una vida privada casi opaca, amén de su sonado divorcio, que contrasta con un nombre que a casi todo el mundo transmite algo. Un humorista que convierte el mundo en un decorado y ve en cada vivencia una oportunidad de hacer algo que, usualmente, nadie haría. De ser él.

La habilidad narrativa de Marta Jiménez consiste, justamente, en contar su historia aceptando la contradicción de que todo el mundo sabe cosas sobre una figura que en realidad nadie conoce. Tal vez en eso resida el secreto de sus actuaciones: lo que va por dentro se nota, puede emocionar sin cambiar un ápice su rostro. “La mirada de Murray puede encerrar un abanico de emociones inabarcable sostenida por expresión que no cambia”, describe la autora.

Yo, Bill Murray condensa la particularidad de la figura del actor en un cúmulo de experiencias a cada cuál más imprevista. Fiel a su filosofía caótica, se ocupa incluso de imaginar cómo hubiesen sido los papeles que nunca hizo, si hubiese doblado a Buzz Lightyear en Toy Story o calzado el traje de Batman. Un libro con infinitas posibilidades que se divide en tres actos, como si la vida de un teatro se tratase, y que complementa su historia con 16 ilustraciones geniales que harán las delicias de los fans.

La receta de la felicidad según Bill Murray

Aunque inevitablemente muchas de las anécdotas del anterior libro estén también en el que escribe Gavin Edwards, periodista neoyorquino de cabeceras como WiredRolling Stone o The New York Times, se trata de materiales distintos. Cómo ser Bill Murray es un antimanual de antiayuda.

Edwards narra los milagros del icono pop, siempre con la ironía que permite el formato, a través de “Los diez principios de Bill”. Un decálogo de locuras que ahonda en su viscómica hacia la realidad. En su forma de entenderla y aprovecharse de ella.

Las diez mandamientos del murraynismo son: 1. Los objetos son oportunidades, 2. La sorpresa es oro. Lo fortuito es una langosta. 3. Invítate tú a la fiesta, 4. Asegúrate de que todos los demás estén invitados a la fiesta, 5. La música une a la gente, 6. Sé generoso con el mundo, 7. Insiste, insiste, insiste, 8. Conoce tus placeres y sus parámetros, 9. Tu espíritu seguirá a tu cuerpo y 10. Mientras la tierra siga dando vueltas haz algo útil.

Así, Edwards utiliza lo anecdótico para ir al hueso del asunto: ¿Quién es Bill Murray? Como contestación, el autor ilustra el segundo mandamiento contando cómo el intérprete hizo creer a un señor enfadado de un hotel que era un yakuza gracias a un libro llamado Ligar en Japonés, o como intentó colarle la cuenta de una cena al célebre realizador Sergio Leone, que una noche cometió el error de coincidir con él en un restaurante.

Mientras que, para ejemplificar el sexto principio, narra el primer día de rodaje de Atrapado en el tiempo según Stephen Tobolowsky. El actor hacía de secundario cuando conoció a Murray. Este le pidió que le enseñase si su personaje era gracioso pero cuando repitió sus frases de guion, el actor se quedó impertérrito y sin decir nada. De repente le contestó: “Vale, es gracioso. ¿Sabes qué necesitamos ahora mismo? Bollos daneses. Un montón de bollos daneses”. Salió corriendo del plató y compró decenas de cajas para todo el equipo de la película.

El guionista de Atrapado en el tiempo Danny Rubin, siempre ha defendido “que esa forma suya de entrar en un sitio y ponerlo todo patas arriba no está tan relacionada con el deseo de ser el centro de atención como con la intención de crear un ambiente lúdico en el que existir”. De eso va, en su gran mayoría, Cómo ser Bill Murray: de hacer de lo que nos rodea un mundo algo más habitable y más divertido. Empezando por nosotros mismos.

El icono de Illinois es literatura pero, sobretodo, es cine. ¿Cuál es tu película favorita de Bill Murray? ¡Vota aquí!¡Vota aquí!

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