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Necesitas leer a George Orwell, padre del Gran Hermano

George Orwell en la radio

elDiario.es

Madrid —

La verdad nos hace libres, pero no felices. George Orwell lo sabía y su compromiso estuvo siempre con la libertad, una novia ferozmente fundamentalista. “En tiempos de mentira universal decir la verdad es revolucionario”. El autor de 1984 y Rebelión en la granja es el gran escritor antisistema. “Según escribo estas líneas -advierte en El león y el unicornio- seres humanos sumamente civilizados intentan matarme”.

Adviértase el uso especial de la palabra “civilizados” porque aparece con frecuencia en la colección de mil páginas y cien textos periodísticos del autor que acaba de publicar Debate. Allí están sus experiencias como miliciano del POUM en la Guerra Civil española, donde recibió un tiro en la garganta (más tarde dijo que, de haber conocido más la situación política en España, se habría unido a la CNT). Y la sociedad clasista inglesa, críticas a libros de sus contemporáneos, visiones y amenazas del nacionalismo y su bestia negra, la hipocresía del lenguaje político “diseñado para hacer que las mentiras sean creíbles y el asesinato, respetable”.

Su formato preferido fue el ensayo personal, donde una anécdota aparentemente inocua conduce a conclusiones universales sobre la vida, la condición humana o la situación política del momento. Así introduce sus once claves para hacer la taza de té perfecta, defiende la belleza del sapo común, describe la experiencia de ver colgar a un hombre y analiza por qué los libros son más caros que los cigarrillos, de tal manera que no han perdido un gramo de actualidad.

“El robo a mano armada que suponen los libros es sencillamente una estafa de lo más cínica. Z escribe un libro que publica Y, y que reseña X en el «Semanario W». Si la reseña es negativa, Y retirará el anuncio que ha incluido, por lo cual X tiene que calificar la novela de ”obra maestra inolvidable“ si no quiere que lo despidan. En esencia, ésta es la situación, y la reseña de novelas, o la crítica de novelas, si se quiere, se ha hundido a la profundidad a la que hoy se encuentra sobre todo porque los críticos sin excepción tienen a un editor o a varios apretándoles las tuercas por persona interpuesta”.

En Matar a un elefante, considerado uno de los mejores ensayos jamás escritos en la lengua inglesa. Orwell cuenta cómo, cuando fue policía imperial en Birmania, los indígenas le empujan a matar al pobre animal por ser el único hombre blanco armado. Orwell mata para impresionar a los nativos, cediendo a la dictadura del halago, un instinto de popularidad. Entonces entiende que las colonias envenenan casi tanto al perpetrador como a las víctimas. “Cuando el hombre blanco se vuelve un tirano -concluye el autor- es su propia libertad la que destruye”.

Visionario más allá de 1984

1984

Su distópico 1984, un arma arrojadiza contra el totalitarismo, aparece mencionado en nueve de cada diez artículos dedicados a la NSA pero su clarividencia no se limita a la vigilancia. Como le ocurre a visionarios como Marshall McLuhan, sus análisis parecen casi más necesarios ahora que entonces. Advierte por ejemplo la inminente amenaza del estalinismo antes de que estalle la IIGM y denuncia un sistema tiránico que engaña a las grandes sociedades cultas frente a una democracia pasiva, incapaz de responder. Vaticina el devenir de la Guerra Fría y el fervor religioso de la juventud por sus ídolos que hoy llamamos “ser fan”. Augura la trivialización del término “fascista” y sus derivados, que perderían su significado gracias a la sobreexposición y asimilación de los medios de masas.

Orwell tenía una fe ciega en el poder del lenguaje y despreciaba a todo aquel que publicara alegorías para suavizar la barbarie. Sus críticas no hacen prisioneros: desprecia al católico Chesterton, defiende el realismo macarra de Henry Miller y disfruta la experiencia de James Joyce (aunque le llama “una especie de poeta y también un pedante elefantino”). Califica Sherlock Holmes y La cabaña del tío Tom de “buenos libros malos” que excitan las emociones sin que intervenga el intelecto. Cuando Tolstói acusa a Shakespeare y su rey Lear de ser basura sobrevalorada, Orwell señala tranquilamente su falta de rigor y sugiere -décadas antes que Harold Bloom- un origen menos halagador para su crítica. “Uno no puede, propiamente hablando, responder al ataque de Tolstoi. La pregunta interesante es: ¿por qué atacó?”.

Y parece que todo son críticas (él mismo afirmó que las circunstancias le habían convertido en planfletista) pero la característica principal de Orwell no es el odio sino la bondad. Feroz, pero nunca despiadado, parte de su genio está en su optimismo, que le lleva a decir:

“Las bombas atómicas se apilan en las fábricas, la policía merodea por las ciudades, las mentiras salen de todos los altavoces, pero la tierra todavía gira alrededor del sol, y ni los dictadores ni los burócratas, por más que desaprueben el hecho, lo pueden impedir”.

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