Laura Freixas: “Fui una maruja de lujo porque me dejé tentar por la cara seductora del patriarcado, que la tiene”
“A mí no me iban a poner una mano encima”. “A mí no me iban a bajar el sueldo solo por ser mujer”. “A mí no me iban a tocar el culo sin llevarse un bofetón”. “A mí no me iban a silenciar en una reunión de trabajo”. “A mí no me iban a encerrar entre cuatro paredes para ser ama de casa”. A mí no me iba a pasar.
El título de la nueva biografía de Laura Freixas, publicada por Ediciones B, describe en una frase la culpabilidad e impotencia que toda mujer ha sentido a lo largo de su vida, por larga o corta que sea.
La escritora barcelonesa se centra en el periodo que abarca desde 1985 hasta 2003, desde el abandono de su prometedora carrera en una editorial por amor, hasta su vida como “maruja de lujo”, los hijos que ni el dinero ni su marido le ayudaron a criar y la frustración intelectual y sexual de saberse la menos poderosa de ambos. Algo que a ella, feminista convencida desde joven, no le iba a pasar. Pero le pasó.
Desprecios, embarazos forzados con hormonas, una adopción para satisfacer el deseo ajeno de una familia numerosa, el yugo del dinero y el perfume embriagador del lujo, pero también del patriarcado. Freixas aborda el machismo de clase alta, el que se esconde tras la etiqueta de “feminismo liberal” y se ceba especialmente con mujeres preparadas y que cuentan con un colchón económico.
De todo lo que cuenta en el libro, ¿qué es lo que menos pensaba que le iba a pasar?
Vivir a la sombra de un hombre, tener menos libertad y poder de decisión que mi marido, someterme a cosas con las que no estaba de acuerdo y renunciar al éxito profesional para ocuparme de mis hijos.
A mí no me iba a pasar es una frase recurrente entre las mujeres que han sufrido algún tipo de violencia machista. Pero, ¿por qué se pronuncia con culpabilidad?A mí no me iba a pasar
Es que no hemos entendido del todo el patriarcado. Creemos que es algo externo y no nos damos cuenta de que lo tenemos muy incorporado y de que contribuimos a él de formas muy sutiles. Y eso el feminismo lo ha descuidado y lo tiene que explorar. Hay una frase de Sartre que me gusta, la de que “todos somos víctimas y cómplices”. Es lo que más me ha interesado de mi propia historia.
Yo, por cobardía, por pereza, por agotamiento, por inconsciencia fui aceptando cosas que me llevaron a ser una realquilada en mi propia vida. Es decir, yo vivía muy bien materialmente, pero no era la vida que quería.
Menciona a referentes como Sylvia Plath, Virginia Woolf o Clarice Lispector. ¿Quién le inspiró para escribir una biografía con “perspectiva de género”?
La autobiografía es un género que siempre me ha interesado como lectora y que he practicado escribiendo a diario. Por una parte, es donde puedo profundizar más. Y en particular, como feminista, es el que más me ha servido. O sea, lo que yo he visto en el diario de Sylvia Plath, el de Simon de Beauvoir o el de Rosa Chacel no lo he visto en otros textos. O por lo menos no en los de teoría feminista.
Escribe las suyas con la distancia de tres décadas, pero cada vez hay memorias más tempranas ¿Es un género que se está tratando con demasiada precipitación e inmadurez?
Siempre que hay un gran interés social por un tema surgen muchos libros y muchos de ellos son oportunistas y precipitados. Pero a mí no me parece mal. Desde luego no es mi caso, porque yo llevo toda la vida siendo feminista y siendo escritora, y espero que cada lectora y lector encuentre algo que le pueda servir.
Describe el ambiente cipotudo de las grandes editoriales de los 90, donde los chistes del “coño de Sofía Loren” eran el pan de cada día. ¿Ha cambiado esto?cipotudo
Veo cierto interés por parte de algunas editoriales de publicar a más mujeres, pero desde luego no de todas. Yo siempre que leo un libro miro en la solapa los últimos títulos publicados a ver cuántos hombres y cuántas mujeres hay, y casi siempre me encuentro como con un 15% de mujeres. O sea, que es más apariencia que realidad, desgraciadamente, o más moda que corriente de fondo. El avance que yo he visto en 20 años es que antes no éramos conscientes y ahora sí. Pero todavía nos falta, no nos podemos dormir en los laureles ni mucho menos.
Su personaje recuerda un poco al de El cuento de la criada: editora de éxito que se ve de pronto atrapada por el sistema patriarcal. Ella también pensaba “a mí no me iba a pasar”. El cuento de la criada
En El cuento de la criada hay una revolución conservadora en el país. O sea, que ella es muy víctima. En mi caso me convertí en “maruja de lujo” y fui yo misma la que me dejé tentar por la cara seductora del patriarcado, que la tiene. No es solo palos, sino también zanahorias. No es solo coacción, sino también seducción. Y cada vez más. Porque el patriarcado, en un sistema democrático capitalista, funciona a través de la seducción.
Mi generación, que se crió en el franquismo con unas leyes de injusticia flagrantes y se creyó que sustituyéndolas por otras igualitarias estaba todo ganado, cayó en esta otra trampa que no habíamos previsto. Y es la que yo intento explorar en mi libro.
De todos los episodios que explora, ¿cuál fue el que más pudor le causó admitir sobre el papel?
El de haberme dejado sobornar por mis padres con 50.000 pesetas para que no me fuese a trabajar fuera. Es decir, el adoptar la solución de facilidad, muy típica entre las mujeres de una sociedad democrática y sobre todo las de clase alta. Nos tientan con una vida sin estrés, con ventajas materiales y con la trampa del amor. “Te vamos a querer, elogiar y proteger más si te adaptas al papel que tenemos diseñado para ti”. El de hija amantísima, esposa amantísima y madre amantísima.
Hay dos opciones: o protestas, peleas, intentas salir adelante y es agotador porque te te odian. O te pliegas, te adaptas, te sometes y entonces todo el mundo te va a adorar y además te van a compensar económicamente. La oferta de mis padres jamás se les habría ocurrido hacérsela a mi hermano.
El sistema funciona así, porque si no sería insoportable. Pero me parece un timo que un sector de la población sea destinado a priori a ser el amortiguador, el conciliador y el amoroso. Y que encima eso nos conduzca, como me condujo a mí, a ser un cero a la izquierda. El felpudo de tu familia.
Se suele atender más a la doble discriminación en mujeres de clase baja. ¿Qué particularidades tiene el machismo de los ricos?
Yo creía –esto lo puedo decir ahora porque antes no era consciente– que mi privilegio de clase me iba a servir para evitar la discriminación como mujer. Yo creía que todo el trabajo doméstico y de cuidados se resolvía muy fácilmente con dinero. Para nada.
Me costó muchos años encontrar el argumento para contestar a mi marido cuando me decía: “No sé de qué te quejas porque no das golpe y tienes todo el tiempo para escribir”. Y la clave era el concepto de disponibilidad, responsabilidad o prioridad. Tenía tiempo, pero no tenía disponibilidad y mi prioridad eran la casa y los niños.
Hablando de privilegios, ahora se ha puesto de moda defender el feminismo liberal. ¿Cree que su caso podría ser ejemplificante de ese mal llamado nuevo feminismo?
El feminismo liberal es la propuesta por parte de mujeres de clase privilegiada de apoyar el machismo a cambio de compartir algunos de estos privilegios. Les dicen: “No vamos a cambiar nada. Dejadme estar en el Consejo de Administración, que ya recurriré a la migrante infrapagada y a la pobre ucraniana para que tenga los hijos que yo no puedo tener porque estoy muy ocupada”.
Me parece mal éticamente, me parece injusto y además creo que a ellas mismas no les va a salir bien. Van a seguir teniendo que pagar un precio. Lo mío sería un poco una muestra de ese feminismo liberal. No era igualdad, el dinero no me ha salvado de la discriminación.
¿Se consideraba una mujer florero?
Yo me definía como maruja de lujo. Florero no porque, concretamente, mi marido y su vida profesional y social no requerían que yo fuera vestida de Chanel. Pero sí que llevaba una vida de maruja, que parece fácil y privilegiada desde fuera, pero que era profundamente insatisfactoria. Yo también creía que me salvaba de eso porque tenía mi propio proyecto literario, pero siempre quedaba a la cola.
En un momento dice que le gustó que su marido no parecía muy interesado en el sexo. ¿Ante qué le preocupaba tener que ceder de puertas para adentro?
En realidad, lo prioritario era que no tuviera amantes. Y me equivoqué en una cosa. Yo vi que en la generación de mis padres los hombres podían imponer a las mujeres algo que ellas no querían, que eran las amantes. Así que un hombre al que el sexo no le importaba mucho no me iba a imponer eso. Mi error fue creer que el problema era el sexo y no el poder, y no ver que mi marido lo tenía para imponerme otras cosas.
Hace poco, un estudio revelaba que el 30% de las mujeres entre 18 y 34 años toma la iniciativa al mantener relaciones sexuales. ¿Sigue siendo un terreno donde ellos tienen el poder?el 30% de las mujeres entre 18 y 34 años toma la iniciativa
Hay un gran cambio entre esa generación y la mía. A las mujeres de mi generación el sexo nos daba miedo porque lo veíamos como una película en la que el director y el guionista eran ellos y nosotras representábamos el papel que nos habían asignado, pero no podíamos dirigir nada. Tardamos mucho en saber qué es lo que deseábamos en lo sexual y en lo amoroso. En ese sentido mi novela es muy decimonónica, es muy Madame Bovary: lo que haces cuando te liberas es que tienes un amante.
Cuando leo a autoras de tu generación, veo que ha cambiado mucho la sexualidad. Ahora hay una sexualidad muy frenética, pero no acabo de ver a las mujeres dueñas de su propio deseo, sino que en el fondo sigo viendo esa película escrita y dirigida por el patriarcado donde ahora nuestro papel ha cambiado. Si antes era o la esposa o la puta, ahora es todas putas. Es muy estándar.
¿Quizá sea por lo mucho que ha costado derribar el prejuicio de mujer pasiva y hombre activo en el sexo?
Ahora se lleva acostarse con muchos chicos, hacer unos cuantos tríos, acostarse con alguna chica y además ir cambiando de pareja cada semana. Pero sin la exploración de saber si es eso lo que desean, porque tienen menos poder que ellos. ¿Realmente son activas o están cumpliendo el papel que les asigna el porno? No lo sé. El patriarcado ahora les asigna un papel de mucho sexo pero cero implicación emocional. O sea, un sexo de consumo de cuerpos.
Se ha escrito algo sobre los tratamientos hormonales en maternidad, pero muy poco sobre la adopción. ¿Por qué no se aborda con perspectiva de género?
Para una escritora hablar sobre maternidad es rebajarse, entrar en el terreno de las “cosas de chicas” y de las revistas de cotilleo. Y la adopción ha entrado también en eso porque no suele ser la literatura la que nos lo ha contado, sino los testimonios periodísticos. Además, la adopción ha pasado de moda, era algo más común en mi generación.
No sé los motivos exactos. Pero muchos países que estaban abiertos a ella, como China o Nepal, la han medio cerrado o dificultado las condiciones. Supongo que también ha tenido que ver el boom de la gestación subrogada, que me parece absolutamente indignante y que he intentado combatir en el libro mostrando el terremoto personal que es un embarazo y un parto.
Ahora hay más información sobre los países subdesarrollados y la situación de las mujeres allí (o el porqué se les fuerza a abandonar a sus hijos). ¿Genera eso una contradicción con el movimiento feminista?
Creo que es mil veces preferible adoptar a un niño, que es una persona que ya existe y que por las razones que sea no tiene una familia, antes que pagar a una mujer para que geste un hijo, con todo lo que eso implica, para que luego lo venda. Me parece inhumano y éticamente reprobable, y voy a luchar siempre contra esa concepción de la mujer como una especie de máquina de horno industrial.