“Ya está bien de tantos magníficos personajes femeninos injustamente olvidados”
Antes de vender 200.000 ejemplares de Africanus: el hijo del cónsul, Santiago Posteguillo llamó a la puerta de nada menos que diecisiete editoriales. Le abrieron en la desaparecida Velecío Editores y no cobró más de 600 euros por aquella obra. Cuando Ediciones B quiso comprar los derechos, estos se vendieron por 6.000 euros, diez veces más de lo que había cobrado por escribirla.
A pesar de todo, el escritor dice que incluso después de saltar a la primera línea del best-seller nacional, no le paraban para saludarle por la calle. Ahora, tras ganar el Premio Planeta 2018 con Yo, Julia no puede decir lo mismo. “Salgo a pasear a la perra y me saluda todo el mundo: desde el farmacéutico hasta la señora de la papelería”, bromea.
Posteguillo es filólogo y Doctorado por la Universidad de Valencia, además de profesor en la Universidad Jaume I de Castellón. Estudió literatura creativa en Estados Unidos y lingüística y traducción en el Reino Unido. Su primera novela, Africanus, el hijo del cónsul (2006), fue todo un fenómeno editorial. Le seguirían Las legiones malditas (2008), con la que quedaría finalista del Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza, y La traición de Roma (2009), que completaría su trilogía sobre Escipión el Africano. Tras esta, vino la trilogía sobre Trajano - el primer emperador romano de origen hispánico- y otros tres ensayos de divulgación literaria. Con Yo, Julia se sitúa directamente como uno de los autores españoles de novela histórica más leídos y respetados del mundo.
El título de la novela con la ha ganado el Planeta, alude a la célebre obra de Robert Graves. ¿Es un guiño consciente? ¿Se inspiró en el británico?
Totalmente. Yo, Julia intenta ser un homenaje a la novela de Graves. En 2012 estuve en Deià, en Mallorca, dónde vivía Robert Graves y dónde está su casa museo. Allí, su hijo William me permitió hacer una visita especial en la que, además, me dejó sentarme en la mesa dónde su padre escribió Yo, Claudio. Eso fue un momento muy especial y siempre pensé que de ahí iba a salir algo.
Años después me puse con la historia de Julia Domna, pero no tenía el título. Hasta que una noche me di cuenta de que lo que me proponía era semejante a que hizo Graves con Yo, Claudio. Habiendo diferencias, porque aquí el narrador es Galeno [el médico de la familia de la protagonista], el concepto era el mismo: narrar cómo se forja una dinastía.
Además, si Claudio significó lo que significó en el siglo XX, creo que ya tocaba una Julia en el siglo XXI. Que ya está bien de tantos magníficos personajes femeninos injustamente olvidados. Algo que, por otra parte, es coherente con lo que he hecho: Escipión estaba olvidado y Trajano también. Por motivos diferentes cada uno. Ahora tocaba hablar de Julia, injustamente olvidada por ser mujer. Así que yo sigo en mi batalla personal de recuperar grandes personajes históricos injustamente olvidados. Al menos así lo vivo yo.
En ese sentido, Julia se enfrenta a un doble techo de cristal en su época: al hecho de ser mujer, y al hecho de no ser romana de nacimiento. ¿Cómo fue construir un personaje tan complejo?
Julia era siria y en Roma, especialmente en la parte occidental del Imperio, se desarrolló durante mucho tiempo animadversión y recelo patológico hacia las mujeres venidas de oriente. ¿Por qué? Cleopatra. Cleopatra manipuló a Julio César, y doblegó a Marco Antonio. Así que cada vez que surgía una nueva mujer de un emperador procedente de oriente, entraban en pánico. Pasó con Berenice, la amante de Tito de la dinastía Flavia, por ejemplo.
Como mujer siria era considerada extranjera. Fíjate, ¡han pasado dos mil años y estamos igual! Pero ella tuvo muy claro que no iba ha aceptar su situación, ni a dejar que la menospreciasen. Así que pensó: 'Si Roma no me acepta, transformemos Roma para que Roma sea yo'. Así que esa fue su reacción del menosprecio pos su condición de extranjera.
¿Cómo ha sido trabajar su primer personaje protagonista femenino?
Siempre que me preguntan por esto me viene a la cabeza algo que decía la escritora sudafricana Nadine Gordimer. A ella le decían que cómo podía escribir personajes negros de forma tan creíble, siendo ella una mujer blanca. Y ella lo explicaba con la norma esencial de todo escritor o escritora: por su capacidad de empatía.
Yo quiero pensar Agatha Christie no mató a nadie, pero se ponía en la piel del asesino como nadie. De la misma forma que yo he narrado aspectos de un combate sin haber estado nunca en ninguna guerra. Pero sí he hablado con militares españoles que estuvieron en Afganistán que me han dicho: 'Lo que usted describe en Las legiones malditas es lo que yo sentía en primera línea de combate'.
Un escritor hombre ha de poder ponerse en la piel de una mujer y viceversa, con empatía y oficio. Esa es la línea en la que uno ha de trabajar para construir un personaje, sea del sexo que sea. Y si no eres capaz de hacerlo, es que no eres escritor.
Cuando estaba en Estados Unidos recuerdo un ejercicio que nos pedía hacer una descripción de un personaje. Al principio todos pensamos que era una chorrada. Pero resultó que los chicos de clase tenían que describir a una chica, y las chicas a un chico. Y la versomilitud del personaje femenino la iban a evaluar las mujeres, y la del masculino los hombres. De repente, ya no nos parecía tan fácil, y lo que estábamos trabajando era esa capacidad de empatía a través del género. Eso es una cuestión más que un escritor tiene que manejar como técnica literaria fundamental de su profesión.
Luego, puede que nos sea más fácil ponernos en la piel de un hombre, pero si decido narrar la historia de una mujer, como hombre, tengo que trabajar esa tensión como escritor para que ninguna mujer lea Yo, Julia y me diga que su protagonista no es creíble.
Hablando de esa capacidad de empatía, ¿por qué cree que empatiza más con personajes olvidados por la historia como Escipión El Africano o Julia Domna?
Porque la injusticia me rebela. No puedo corregir las injusticias de mi tiempo porque no tengo la capacidad política para hacerlo. Pero como escritor sí puedo corregir injusticias del pasado histórico, donde personajes que yo creo que han merecido la pena, no son recordados.
Eso sí que está en mi mano, y más ahora que tengo cierta popularidad. Es decir, ahora que intuyo que una novela mía puede llegar a bastantes personas, pienso: 'pues si vas a hablar de un personaje histórico, ¿por qué no hacerlo de alguien que la gente no recuerda?'.
Y me congratula poder hacerlo cuando, además, creo que ayudo en mi presente y en mi futuro. Si estamos luchando a favor de una igualdad entre hombres y mujeres, y además le damos una base histórica fuerte desde el pasado a esa lucha, encontrando y hablando de mujeres importantísimas en la historia de nuestro mundo, trabajamos en la construcción de una sociedad menos injusta.
Lo que pasa es que los historiadores hombres las hemos tapado. Pero si quitamos todas esas capas de olvido, creo que contribuimos a la sociedad en la que vivimos. Y si eso está en mi mano, puedo hacerlo como escritor.
Desde que se sentase en el escritorio de Robert Graves hasta la publicación de Yo, Julia han pasado años. ¿Cómo descubre a este personaje y por qué decide que ella será la protagonista de su siguiente novela?Yo, Julia
Hay una evolución en mis novelas desde una práctica ausencia de personajes femeninos, porque me dejo llevar por las fuentes y en ellas se citan a muy pocos personajes femeninos, hasta hoy.
En determinado momento, una compañera de departamento me llama la atención sobre esto y me doy cuenta de que tiene razón, así que poco a poco en la trilogía de Escipión van apareciendo Sofonisba, Netikerty, Cornelia… Y luego en la de Trajano salen desde emperatrices chinas hasta gladiadoras. En esa evolución por equilibrar la balanza de representación, me planteo si no habrá algun personaje femenino que pueda ser mi eje en una novela. Entonces empiezo investigar y doy con varias mujeres.
De Julia encuentro una biografía escrita por una historiadora -dato que no es casual porque ahora son muchas historiadoras las que están igualando el tema gracias a su trabajo-: la profesora Barbara Levick de Oxford. Empezaba la biografía de Julia diciendo: 'No entiendo como no existen novelas ni películas de Julia Domna'. Era un inicio que me chocó mucho para ser una biografía, pero antes de terminarla ya pensaba exactamente igual que ella: yo tampoco lo entiendo. Pero estaba en mi mano hacer la novela.
En todo caso, sólo existía una obra literaria sobre Julia. Una obra llamada Julia Domna escrita por Michael Field, pseudónimo de las escritoras victorianas de teatro en verso Katherine Bradley y Edith Cooper, que se tenían que ocultar detrás de una pseudónimo masculino para publicar en su época. Uno de los pocos ejemplares que existen de esta obra estaba en la sección de libros 'raros' de la Universidad de Cambridge, y allí que me fui para tener en mis manos aquel ejemplar y leerlo. Y, de nuevo, la lectura me llevó a pensar: '¿Sólo una obra de un personaje tan grande en 1.800 años? Otra vez se me revolvieron las tripas y me puse al tema.
Ahora que menciona la Universidad de Cambridge, me viene a la cabeza Mary Beard, catedrática allí, que decía que hoy se mantiene que el discurso político es cosa de hombres, como establecían en el foro romano. ¿Cree que tiene razón? Y si la tiene, ¿Cómo cree que se contruye otro tipo de relato para nuestro tiempo?como establecían en el foro romano
Claro que tiene razón. Y se construye igual que en otros ámbitos. La mujer occidental ha ido conquistando espacios, por ejemplo, en el ámbito universitario. Si te acercas a una facultad de medicina hay tantas mujeres como hombres, si no más. En judicatura, hace veinte años la palabra 'jueza' nos llamaba la atención, ahora es indiscutible y hay tantas juezas como jueces. Pero es verdad que ¿cuántas presidentas de autonomía hay? ¿cuántas presidentas del Gobierno hemos tenido? En los ministerios ahora se ha ido equilibrando más, pero es cierto que en los puestos clave todavía nos cuesta.
La única forma es que vayan llegando personas que alcancen posiciones de preeminencia. Y cuando eso pase, será más fácil nivelar todo lo demás. En el ejército, por ejemplo, ahora está entrando la mujer con fuerza pero sigues sin ver tenientes generales. Pero estoy convencido de que en quince años veremos muchas tenientes y generales, y será algo normal.
Cambiando de tema: como profesor universitario combina su actividad docente con el oficio de escritor. Eso, sin embargo, no se queda al margen de sus novelas, en las que siempre subyace una voluntad de dar a conocer. ¿Cómo equilibra el tono divulgativo con lo puramente narrativo?
Aunque puede parecer que mis novelas históricas sean extensas, el lector no se puede ni imaginar lo que dejo fuera. Mírate la bibliografía de Yo, Julia y piensa que no he puesto ni la mitad de la mitad de lo que he leído. Sin embargo, no es clave emplear todo lo que he leído sino aquellos datos realmente necesarios para la trama.
Si creo que algún dato histórico me pueda parecer particularmente interesante, tengo que integrarlo en la trama y en los diálogos. Si lo integro mediante un diálogo, por ejemplo, el lector recibe la misma forma la información, pero no siente que estés parando u obstaculizando el relato. Ese tipo de estrategias son las que utilizo para que la narración no pierda dinamismo, pero que el lector reciba información que creo que relevante.
Es decir: datos históricos sí, siempre que no entorpezcan la agilidad narrativa.
Además de sus dos trilogías, ha escrito libros de divulgación literaria como La sangre de los libros o La noche en que Frankenstein leyó El Quijote. ¿Cómo ve la escasez de divulgación literaria en nuestro país? ¿Cree que tiene algo que ver con nuestro sistema educativo? Al fin y al cabo, Literatura Universal se da como una optativa en bachillerato…La sangre de los libros o La noche en que Frankenstein leyó El Quijote.
Ahí entramos de lleno en la necesidad de las humanidades. El otro día en clase les preguntaba a mis alumnos: '¿Cuál es el equivalente al Beowulf en vuestra literatura? Los españoles me decían que El cantar del Mío Cid, pero recuerdo que una alumna japonesa me dijo que en secundaria no daban literatura en su país. Me chocó mucho, y me niego a vivir en una sociedad así, respetando y admirando una cultura como la japonesa.
Lo que no quiero es vivir rodeado de robots. No quiero a gente que tenga grandes destrezas técnicas sin saber distinguir si lo que hace es moral o inmoral. Quiero que un doctor que investigue temas genéticos sepa si sus decisiones son morales o no. Y eso sólo lo dan las humanidades: la literatura, la filosofía, la historia del arte, la ética...
Y creo que hay que buscar un equilibrio entre, por supuesto, formar una sociedad con destrezas técnicas adaptada al mundo actual, pero mantener en vigor las humanidades,porque son las que nos hacen reflexionar. Así que por supuesto que hace falta la literatura universal y debería de ser transversal a mi entender. ¿Y filosofía? ¡Menos mal que se votó a favor de mantenerla en bachillerato! ¡Me han devuelto un puntito de esperanza en la clase política española! Creo que debemos defender las humanidades porque las humanidades nos defienden a nosotros, aunque mucha gente no se de cuenta.
Con todo, la escasez de divulgación literaria no sólo se da en las aulas: libros de divulgación literaria y ensayos no especializados no abundan en las librerías…
Históricamente, ha habido cierta falta de divulgación en nuestro país. Durante siglos se ha mantenido una separación entre el registro especializado de cualquier disciplina, y el muy informal. Algo que en el mundo anglosajón no se daba tanto, porque la divulgación estaba mucho más extendida. Especialmente la divulgación histórica.
Ahora, sin embargo, en España podemos ver muchas revistas de divulgación histórica o de literatura: revistas que hablan a todo el mundo, no necesariamente para expertos. Y yo creo que es una línea en la que tenemos que ahondar. Por eso escribí La noche en que Frankenstein leyó el Quijote, La sangre de los libros y El séptimo círculo del infierno, donde intento contar la historia de la literatura de la forma más entretenida posible para que pueda llegar a lectores que se interesen por clásicos de la literatura. Obras a las que no llegarían de otra forma pero que puede que desde lo anecdótico se les seduzca para que se interesen por lo esencial, que son las obras de sus autores y autoras.