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Mariano Fortuny, el gran cosmopolita
Mariano Fortuny fue en su vida y en su obra un cosmopolita, y ese fue el principal rasgo de su carácter y de su trabajo, según ha dicho a Efe su biógrafo, el profesor Carlos Reyero, en coincidencia con la exposición de Caixafórum en Sevilla y con los preparativos del Museo del Prado para la de noviembre.
Autor de “Fortuny o el arte como distinción de clase” (Cátedra), Carlos Reyero ha explicado que, además de viajero y políglota, Fortuny (Reus, 1838-Roma 1874) “fue italiano, francés, marroquí, español, catalán...” y su vida y su obra estuvieron marcadas por una impronta “transversal, no local”.
“Fue, sobre todo, un pintor internacional, y no hay muchos pintores españoles del XIX tan internacionales”, ha señalado el biógrafo, quien sitúa al artista catalán como “el gran artista español del XIX, entre Goya y Picasso, junto con Rosales”.
Lo considera un artista que se presta a ser biografiado porque tuvo una vida que ha inspirado varias novelas, “alcanzó fama con muy pocos años, vivió en los lugares más bellos del mundo y murió a los 36 años” en circunstancias no carentes de “misterio”, al regresar de sus vacaciones en Nápoles, de modo muy repentino y por una afección estomacal sin aparente importancia.
Vivió en muchas ciudades, visitó muchos países, habló varios idiomas y su estancia en Granada fue el periodo más feliz de su vida entregado a una “poética del pintoresquismo andaluz, a un imaginario que procede del extranjero”, ha señalado Reyero en alusión a los viajeros románticos.
A comienzos de la década de 1860 marchó a Marruecos comisionado por la Diputación de Barcelona para trabajar también en un “orientalismo construido por la cultura occidental”.
Entre los valores de su pintura, Reyero ha destacado el haber tenido “la intuición de manejar de manera libre los colores, de apuntar lo que iba a ser la autonomía de pintura, de experimentar y reflexionar... y sin dejar de hacer una pintura que era también comercial, del gusto de los marchantes”.
Coetáneo de los impresionistas, la pintura de Fortuny también “abrió caminos”, en palabras de su biógrafo, quien ha valorado “la falta de pretenciosidad, la sencillez” de muchas de sus obras, y su debilidad por “el Fortuny más abocetado, el del dibujo, el que con cuatro trazos... el que consigue capacidad para apuntar una idea con pocos medios; más que los grandes cuadros que hace para llamar la atención”.
Desde el punto de vista humano, y según el testimonio de sus amigos, era un hombre que poseía “una honradez vital; fue amigo de sus amigos, muy preocupado por el dinero, por acumularlo; tuvo gustos lujosos, coleccionó armas y ropas; pero también fue serio, austero y algo tímido”.
En el plano sentimental fue “acomodaticio”, no se le conocieron aventuras ni amantes extramatrimoniales, y Reyero ha señalado el momento de su casamiento con Cecilia, hija del pintor más influyente del momento, Federico de Madrazo, como uno de los principales de su vida.
Reyero ha asegurado que con esta nueva biografía del artista ha tratado de “desde el punto de vista académico, devolver al arte su dimensión humana y mundana” con la idea de que “el arte no es una reliquia ni un objeto sagrado, alejado de las tensiones humanas, sino algo muy ligado a cosas como el dinero, la fama, el amor, las apariencias... Ligar el arte al vivir”.
De hecho, su biografía lleva ese título, tomado de Pierre Bordieu, sobre la idea de que “el arte no ha significado lo mismo en todas las épocas; también es un elemento de distinción social, algo esencial en el XIX”, además de denotar buen gusto y sensibilidad.
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