ANOHNI entrega a la luna de Madrid un canto de hermandad contra la violencia sexual
Noches del Botánico ha tenido el gran acierto de programar en su ciclo a una artista tan particular como ANOHNI. Tan poco mainstream, en el sentido de apto para todos los públicos, como suele ser casi siempre este festival de las noches del verano madrileño que, sin embargo, intenta siempre hacer al menos una apuesta más radical.
El público no completó el aforo, como sucedió hace pocos días con PJ Harvey, a quien le bastaron unos minutos para agotar las entradas. Las gradas dejaban ver bastantes asientos en blanco y la lluvia que arreció antes del concierto tampoco ayudó a incentivar la última hora. Y, a pesar de todo eso, cualitativamente, pocas veces se ha visto una audiencia más reverencial.
Se habla mucho del poco respeto del público actual. Este martes, en cambio, los asistentes al concierto de ANOHNI estaban sepulcralmente callados, salvo cuatro personas en un extremo que debieron sentir que se habían equivocado de noche y se les hacía larga la espera para el dj que remata el espectáculo entre la botánica de este recinto complutense. Si alguien se atrevía a elevar la voz más allá del susurro, un chisteo general apabullaba al indefenso personaje. Incluso hubo una breve discusión que pudo oírse en todo el recinto. Y si alguien se atrevía a cantar, recibía varias miradas de reproche que lo hacían callar. Fuera del Teatro de la Ópera o del Auditorio Nacional, una ley del silencio como esta es tan rara, que una se vuelve a casa con ese recogimiento escondido en el pecho.
Antes de ANOHNI, sale a escena un animal. Tiene cornamenta de ciervo y cuerpo de mujer. Su piel está cubierta por una gasa blanca. Ensaya un baile ritual en bucle en el centro del escenario, frente a un foco que pinta a sus espaldas su silueta ampliada, amenazante. La bailarina se llama Johanna. Después, salen ANOHNI y sus Johnsons.
En los nombres de estos artistas se escribe su biografía. A ANOHNI la conocimos como Antony Haggerty, inglesa nacida en 1971 pero mudada a Nueva York. Antony & The Johnsons, nombre bajo el que firmaba su discos, rendía homenaje a la activista Marsha P. Johnson, a quien vemos en uno de los vídeos que se proyectan entre canciones y también en la portada del último álbum. En él, Marsha dice que ser una puta, recibir dinero por su cuerpo, es mucho más de lo que esperaba en su vida. Pensaba que, como homosexual, el desprecio era tan grande que podrían tomar todo a cambio de nada. En 1992, su cuerpo fue hallado en el río Hudson. Hoy se la considera como una de las más importantes activistas LGTBI.
ANOHNI sale vestida de blanco, al igual que sus ocho músicos (violonchelo, dos violines, clarinete, saxo, guitarra (y efectos de sonido), bajo, batería, piano y, a la guitarra, Jimmy Hogarth, productor de My Back Was a Bridge For You To Cross, el último disco de la artista). El diseño escénico es sencillo: una tira de luces led recorre las tres paredes del escenario. Cuando se ilumina de color rojo, es como si los músicos ardieran. No hay pantallas que amplifiquen lo que ocurre en escena. De hecho, se ha impedido la acreditación a los medios gráficos; ANOHNI no quiere distracciones, solo ha permitido la presencia del fotógrafo oficial y las imágenes no podrán ser distribuidas sin aprobación. ANOHNI hace todo lo que está en su mano para conservar cierto misterio del momento. Y lo consigue.
El concierto comienza con una de las canciones nuevas, Why I Am Alive Now?, que en realidad tiene ya un año. ANOHNI canta mirando hacia la luna, casi llena, de Madrid, que está justo enfrente suyo como un foco más. Prosiguen canciones de su álbum Hopelessness (2016) como 4 Degrees, Drone Bomb Me o la homónima Hopelessness, a lo largo del set list. Y uno de los momentos más intensos, por su extrema belleza, sucede cuando el grupo interpreta Cut The World. También interpreta la canción Manta Ray, compuesta junto al músico y activista J. Ralph para la banda sonora del documental sobre el colapso Racing Extinction, que recibió una nominación a los premios Oscar en 2016 ―la primera para una intérprete trans― pero que extrañamente no fue invitada a interpretar en directo. ANOHNI protestó dejando plantada a la Academia y en el último minuto decidió no tomar el vuelo a Los Ángeles para la ceremonia.
ANOHNI tiene una voz y no necesita mucho más. Por eso, todo el resto es sobrio. Todo está en su voz y en las palabras que canta. Hay una calidez inédita en su manera de entonar que consigue elevar una onda vital donde cualquiera se siente protegido. Como si dentro de su garganta viviera un jilguero tierno al que acariciar la cabeza. Como si su pecho se abriera y se derramara miel.
A mitad del concierto, ANOHNI nos dice que hay que confiar en las madres aunque a veces nos hagan daño. Luego interpreta You’re My Sister del disco que le dio la fama (I Am A Bird Now, 2005) y levanta aplausos de agradecimiento con los primeros acordes. Tras ella, ANOHNI habla de hermandad, del shock que le produce la violencia sexual, que no entiende que los principales asientos para dirigir el mundo no estén ocupados por mujeres, de que hay que terminar de una vez por todas con el acoso, y nos habla de la maternidad.
Y enlaza esas palabras con otro de los momentos más estremecedores de la noche, cuando comienza a cantar, a capella, el tema tradicional Motherless Child, quizá la canción más triste del mundo, sobre un niño o una niña huérfana.
El concierto se cierra con el animal. Pero esta vez no hay velo blanco sino unas gasas negras alrededor del cuerpo y la cara al descubierto. Se entra de una manera y se sale de otra, parece querer decir. De hecho, en este momento las nubes han cubierto el cielo y la luna ha desaparecido. Antes de irse, ya en el bis, ANOHNI sale de nuevo para tocar al piano, de espaldas, su canción más recordada, Hope There’s Someone. Da las gracias a Madrid: “Espero que volvamos algún día y, mientras tanto, todo mi amor”.
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