Los festivales españoles, cada vez en manos de menos empresas

Nando Cruz

1 de febrero de 2023 22:45 h

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El circuito de festivales españoles ha vivido un nuevo seísmo con el anuncio de la compra del conglomerado español The Music Republic por parte del fondo inversor estadounidense Providence Equity Partners. La empresa valenciana fundada en 2010 posee una decena de festivales —entre ellos, el Arenal Sound, el Viña Rock y el FIB de Benicàssim—, de modo que se trata de la operación de mayor envergadura realizada en el sector. Y la compra de The Music Republic, desvelada por El Mundo días atrás, se suma a otra alianza sellada el pasado mayo entre el mismo fondo inversor y la promotora gallega Bring The Noise, cuyo buque insignia es el Resurrection Fest y que coorganiza el festival O Son Do Camiño.

En paralelo a la entrada de fondos extranjeros de inversión en este modelo de negocio musical, se está produciendo un segundo fenómeno: el de la concentración de los macrofestivales en cada vez menos manos. Es una tendencia global a la que España no escapa, pues es uno de los países con mayor actividad festivalera del planeta. Actualmente, ocho de los diez macrofestivales que más público convocaron en 2022 tienen capital extranjero, lo cual no significa que ejecutivos de otros países decidan quién toca o cómo deben plantearse esos festivales, pero sí que una parte proporcional de sus posibles beneficios irán a las arcas de estos fondos inversores. Y que la necesidad de garantizar esos beneficios puede acabar influyendo en la toma de determinadas decisiones logísticas o artísticas.

El caso más llamativo de expansión en territorio español es el de Superstruct Entertainment, la filial de Providence Equity Partners centrada en el sector del entretenimiento y la música que ha comprado The Music Republic y que desde 2018 ya poseía un porcentaje de acciones de Advanced Music, la productora del festival Sónar. Cuando Superstruct negoció la compra de participación en el Sónar ya había adquirido acciones, entre otros, del descomunal festival húngaro de Sizget. Al frente de esta rama del fondo inversor de Rhode Island está James Burton, un empresario británico que durante años lideró la división de música electrónica de Live Nation. El gran fondo Providence Equity Partners está presente en España mediante sus inversiones en compañías de telefonía y en el Real Madrid, club que recibió 200 millones de euros de Providence desde un paraíso fiscal, como desveló la investigación Football Leaks.

Hoy Superstruct es una de las principales competidoras de la gran multinacional de conciertos y festivales. En plena pandemia, y mientras Live Nation compraba la promotora mexicana Ocesa por 450 millones de euros, Superstruct se hacía con el festival holandés ID&T; una compra que se sumaba a la de otros eventos en Croacia, Inglaterra y Escandinavia. Live Nation posee más de 130 festivales a lo largo y ancho del planeta. Superstruct está lejos de esa cifra, pero solo en España sus tentáculos ya rozan una veintena de macroeventos. La adquisición de The Music Republic se habría cerrado por 120 millones de euros, según la información del citado periódico. Durante años se rumoreó que Live Nation tenía interés en adquirir el conglomerado valenciano o, por lo menos, el FIB, pero aquella operación nunca se cerró.

Indie, heavy o reguetón: todo es inversión

Todo empieza y acaba en Benicàssim, la ciudad que escogieron los hermanos Miguel y José Morán para ubicar en 1995 un modesto festival indie. Con el FIB nacía la industria festivalera española y el FIB fue, también, el primer festival que pasó a manos extranjeras tras su venta en 2009 al empresario irlandés Vince Power. El ‘Gibraltar del indie’ certificaba así el interés del público británico por disfrutar de macroconciertos en zonas más soleadas de Europa. En 2010, el mismo verano en que se celebraba el primer FIB de propiedad inglesa, nacía 30 kilómetros más al sur, el Arenal Sound de Burriana. Casualidades de la vida, también impulsarían este otro festival dos hermanos: David y Antonio Sánchez. En un inaudito giro del destino, los Sánchez compraron el FIB en 2019. La doble pirueta del destino es que tanto el FIB como el resto de festivales de su empresa, The Music Republic, acabasen en manos estadounidense solo tres años después.

Visto ahora todo cobra cierto sentido: el de un proceso imparable de concentración del sector festivalero en cada vez menos manos. Imparable porque ni siquiera dos años de pandemia han frenado los planes de Superstruct Entertainment y porque sin el concurso del fondo inversor estadounidense, España ya estaba experimentando notorios movimientos de concentración empresarial destinados a ampliar cuotas de mercado. Si hace una década a cualquier empresario ya le suponía suficiente quebradero de cabeza sacar adelante un festival, en los últimos años varias empresas han impulsado dos, cinco y hasta diez macroeventos. El paisaje ha cambiado en apenas cinco años, cuando los fondos inversores estadounidenses han entrado en tromba en el mercado español. Un cambio fulminante, considerando que en dos de esos años no hubo festivales a causa de la pandemia.

Fue en 2018 cuando todo empezó a cambiar de forma radical. En junio saltó la noticia de que el grupo inversor estadounidense The Yucaipa Companies se hacía con el 29% de las acciones del Primavera Sound. Hoy también tiene participaciones o la propiedad íntegra de agencias internacionales de artistas como Independent Talent Group, Paradigm, X-Ray Touring y Danny Wimmer Presents (esta última organizadora de siete festivales en Estados Unidos), así como de Day After Day Productions (especializada en eventos musicales en casinos). Días después, en julio de 2018, se anunciaba la adquisición por parte de Superstruct de otro porcentaje todavía más significativo del Sónar y se descubría, de rebote, que la filial de Providence Equity Partners ya tenía acciones del Monegros Desert Festival. La fiesta no había hecho más que empezar.

Hoy, de los 20 festivales más multitudinarios que se celebraron en España en 2022, seis están en manos de Superstruct y otros tres están vinculados a Live Nation. Rototom está impulsado por los promotores italianos que lo fundaron en 1994 y que en 2010 se instalaron en Benicàssim. Y el más concurrido de todos, Primavera Sound, está participado por el fondo californiano The Yucaipa Companies. Más de la mitad, por lo tanto, son propiedad de los mismos empresarios o inversores extranjeros. ¿Y los otros ocho? Tres los organiza el grupo granadino Hermanos Toro: Cabo de Plata, Dreambeach y Weekend Beach. Dos son de la promotora vasca Last Tour: Bilbao BBK Live y Cala Mijas. Y la alicantina Baltimore posee otro par: Low Festival y Warm Up. Sonorama y Cruïlla son los únicos que no forman parte de ningún conglomerado. Y aun así, Sonorama ya celebra una edición menor en Ibiza y Cruïlla ha anunciado su desembarco en Tarragona. Otra conclusión: estos 20 festivales están organizados o participados por nueve empresas, de las cuales solo cinco son de capital 100% español.

Faltaría en esta lista el Medusa Sunbeach Festival, el macrofestival español con mayor poder de convocatoria. En 2019 reunió 315.000 espectadores en seis jornadas, pero el trágico accidente que costó la vida a un joven provocó su cancelación inmediata. De haberse celebrado, hubiese ocupado el segundo o tercer puesto del ranking. Los cinco festivales más grandes del país suman juntos más de 1,5 millones de personas. Es una cifra espectacular y algo tramposa, pues es el resultado de sumar los asistentes de cada jornada, que a menudo son las mismas personas. En realidad, la mayoría de los macroeventos más multitudinarios convocan entre 50.000 y 60.000 espectadores por día. Solo el Viña Rock y el Primavera Sound alcanzan las 80.000 diarias. Aun así son cifras válidas para calibrar otro tipo de concentración. El público acude cada año en más cantidad a las mismas citas, lo cual va restando competitividad al resto de eventos.

En 2022 se celebraron en España alrededor de mil festivales. No todos tienen esas dimensiones, pero tras los macroeventos de músicas de guitarras y los de ritmos electrónicos, que hasta ahora habían dominado el panorama, cada vez tienen más aceptación los de reguetón y demás músicas denominadas urbanas. Muchos estructuran sus eventos en una o como mucho dos jornadas. Por ello no suman tantos asistentes como para destacar en esta liga de macrofestivales. Sin embargo, si pudieran sumar todo el público que mueven en sus distintas ediciones, tal vez estarían en lo más alto de la tabla. El Reggaeton Beach Festival tiene diez ediciones repartidas por el territorio y el Boombastic Festival, cinco. La empresa Sharemusic!, de capital español, es otra de las grandes (Love the 90s, Love the Twenties), con 25 millones de euros de facturación anual y 35 festivales en toda España, poniendo a la venta 400.000 tickets anuales.

Una profecía de 2007

En 2007 España vivía su primera guerra de cachés. Los protagonistas eran el FIB de Benicàssim, el Primavera Sound barcelonés y el Summercase, que celebraba dos ediciones simultáneas en Barcelona y Madrid. El director de este último, José Cadahía, iba más fuerte que nadie. “Hay que ir a machete”, reconocía, refiriéndose a la necesidad de abrirse camino cuanto antes en el sector. Si para consolidar su posición en el negocio de los macrofestivales tenía que pagar más dinero para asegurarse a los grupos más atractivos del momento, lo hacía.

En una entrevista publicada aquel año argumentaba que aquella guerra de cachés era cosa de niños. Que las grandes batallas aún tenían que empezar y que había que estar bien posicionado cuando llegase la hora. Hace quince años, Cadahía justificaba su actitud como empresario con estas palabras: “Lo hago previendo el desembarco de multinacionales extranjeras. Ahora empieza la Champions League”. Se refería a la adquisición de la promotora Gamerco por parte de Live Nation, a la compra del FIB de Benicàssim por parte de Vince Power y a la de la tiquetera Tick Tack Ticket por parte de la multinacional Ticketmaster. Aunque Cadahía se pasó de frenada y tuvo que huir de España después de dejar una amplia colección de deudas, sus palabras de 2007 fueron proféticas.

No solo eso. Cadahía, que empezó a construir su frágil imperio desde la sala Razzmatazz, se estrenó como promotor de festivales en 2004 organizando en la playa almeriense de Villaricos la primera edición del Creamfields Andalucía. Aquel macroevento de música electrónica de baile era una franquicia del festival inglés del mismo nombre que había nacido en 1998. Su impulsor era un joven empresario, dueño del club Cream de Liverpool: James Barton. Para saber si Cadahía y el actual capo de Superstruct conversaron hace quince años sobre el potencial de España como plantación de festivales y sus planes para hacerse con el mayor número de macroeventos en un plazo hipotético de dos décadas ya solo se puede preguntar a Barton. José Cadahía falleció en diciembre de 2020.

Lo único seguro es que mientras en España cada verano se reabre el debate sobre la burbuja de festivales, los fondos inversores extranjeros llevan años con la vista puesta en ellos y negociando contratos de adquisición. Aquí miramos tanto los árboles que apenas avistamos el bosque. Desde fuera, el bosque se ve en todo su esplendor. Y a partir del comportamiento de estos fondos inversores cabe deducir que los festivales españoles seguirán generando jugosos beneficios durante años. De lo contrario, no estarían firmando tantas compras. Tal vez hoy se esté negociando otra en algún despacho estadounidense. Mientras, se abre de par en par el debate sobre la conveniencia de inyectar dinero público a empresas privadas cuyos beneficios irán, en parte, a fondos inversores extranjeros.

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