La gira del fin del mundo
El estadounidense Grey Filastine lleva dos décadas recorriendo el mundo como artista de música electrónica abierto a ritmos y sonidos del sur global. Su proyecto Filastine se presentó en el Sónar allá por 2009, a escasos metros del domicilio barcelonés que le ha servido de base de operaciones durante años. En el barrio del Raval, y mientras no andaba de gira por Asia, Norteamérica, Australia o Europa, empezó a planear su proyecto más ambicioso y político: imaginar otra forma de recorrer el mundo y proponer alternativas al colapso medioambiental al que él también estaba contribuyendo con sus actuaciones.
La solución era simple, remota y, por ello, prácticamente inalcanzable: viajar por mar en velero. A esa conclusión llegó junto a su pareja, la cantante indonesia Nova Ruth, a quien conoció en 2008 y en cuyo país los veleros han sido el principal medio de transporte durante siglos. Una década después, ya solo pensaban en concretar el proyecto que cambiaría sus vidas. En 2018 compraron un velero holandés que adaptaron a sus necesidades: tenía que servir como medio de transporte y, también, como escenario y depósito y generador de energía. En septiembre de 2019 zarparon de Rotterdam con destino a América, cruzaron el canal de Panamá, realizaron algún concierto de rodaje en México y en febrero de 2020 pusieron rumbo a Indonesia, donde arrancaría la gira.
Todos los obstáculos imaginables e inimaginables se han cruzando en la ruta del Arka Kinari. De entrada, una pandemia que cerró todos los puertos y los dejó a su suerte en pleno océano, viviendo de lo que pescasen y refugiándose en islas desiertas. También, una avería en el sistema de navegación y otra de motor. Salvaron el pellejo una y otra vez gracias a rocambolescas combinaciones de determinación, suerte y contactos: la hija de un senador demócrata de la isla de Guam, una oenegé católica de ayuda a los marineros, un inmenso carguero chino, un poderoso promotor de conciertos del Pacífico Occidental, Google Maps… Atracar en un puerto y pedir ayuda es toda una odisea en un mundo que se había cerrado como una ostra por miedo a la COVID-19.
Pero los milagros hay que ganárselos y la obstinación de Filastine es tan infinita como la red de colaboradores que ha tejido a lo largo de su carrera. Y la aventura del Arka Kinari no era un capricho repentino ni un viaje de placer, sino un proyecto a diez años vista largamente meditado para el que habían hipotecado todos sus bienes y parte de los de algunos amigos. No podían fracasar antes de empezar. Era la culminación de unas vidas dedicadas al activismo artístico que habían cobrado forma musical en títulos tan explícitos como Colony collapse; canciones que transpiran la belleza de un mundo al límite del colapso, la agonía de territorios triturados por la explotación minera, la tensión de comunidades que se enfrentan a una destrucción aparentemente irremediable.
Cuando el velero llegó al ecuador, donde los vientos dejan de soplar y es imposible navegar sin motor, su suerte estaba echada. “Antiguamente, algunos barcos tardaban meses en cruzar esa zona. Muchos marineros morían. Otros se volvían locos o se quedaban sin agua. El plan ya era usar el motor esos diez días”, confiesa Filastine a este periódico. Pero el motor funcionaba tan mal que había consumido todo el combustible previsto para llegar a Indonesia. Acabaron echando al depósito aceites de cocinar, papel higiénico y cualquier cosa que quemase con tal de llegar a una isla cuyo nombre no pueden mencionar y en la que pudieron comprar el combustible necesario para cruzar esa zona sin vientos.
Indonesia a la vista
En septiembre de 2021, un año después de partir de Rotterdam, el Arka Kinari avistaba tierras indonesias. Allí les esperaba Nova, que voló desde México en febrero y que en esos siete meses de odisea tuvo tiempo de sobra para tramitar los visados de entrada y planear la primera fase de la gira por Indonesia. La primera actuación se celebró en Sorong, la ciudad más grande de Papúa Occidental, cuatro meses más tarde de lo previsto. Desempaquetaron todos los instrumentos y el material técnico y, sorpresa, todo funcionaba. Pero la gran sorpresa llegó de tierra firme: “La gente apareció con trajes tradicionales, nos hacían bailes de bienvenida, nos daban regalos, nos ponían collares... Un pastor de la iglesia cristiana hizo un discurso con un micrófono desde tierra. Y también actuó para nosotros un grupo de papuanos. Ni en los sueños más salvajes imaginé una bienvenida así y que nos presentarían su cultura con tanto amor”.
Mientras lo explica, es fácil pensar en imágenes remotas de Colón y otros conquistadores europeos siendo recibidos por nativos americanos. Pero Filastine introduce un matiz anticolonial. “A los conquistadores se les trataba como a todas las personas que llegaban en barcos. Eres de otra isla, te damos la bienvenida, hacemos intercambio, nos aliamos, cantamos… Así ha sido durante miles de años. Los locales les dieron la misma bienvenida porque lamentablemente no sabían que venían a conquistarlos. Pero nosotros no somos conquistadores”, aclara. A partir de ese día, la llegada del Arka Kinari a cada puerto ha sido motivo de celebración y recibimiento festivo. Allí donde llegan, los locales consideran que si un velero ha llegado para mostrarles aspectos de su cultura, ellos también deben mostrar su cultura a los visitantes. Cada isla, la suya.
Considerando lo difícil que sería actuar en Indonesia aún en plena pandemia, la primera gira se hizo en alianza con un programa cultural del Gobierno llamado Jalur Rempah (ruta de especias) que reivindica aquel momento de la historia en que la gente vivía de lo que daba la tierra. “Si la gente valora la comida y especias que da la tierra y puede vivir de ello como antes, tendrá menos interés en excavar y extraer combustibles fósiles”, compara Grey. Siglos atrás, la única autopista de Indonesia era la que marcaban el viento en el mar. Por ahí avanzaría el Arka Kinari: “Aunque no somos un barco de especias, cuadraba con nuestros objetivos. Antes eran veleros transportando comida y especias. Ahora íbamos nosotros, también a vela, pero con cultura, música y mensaje”.
El público más sensible al colapso
Nada en el periplo del Arka Kinari es remotamente parecido a una gira de conciertos tal y como la imaginamos. De entrada, porque Filastine y Nova solo actúan en puertos; nunca en tierra firme. Por lo tanto, el recorrido siempre seguirá el litoral marítimo, precisamente las zonas del planeta que antes pueden quedar afectadas por los efectos del cambio climático debido al deshielo y el consiguiente aumento del nivel del mar. Los destinatarios de su proyecto son, pues, las primeras poblaciones que deberán encontrar soluciones a una crisis ecológica planetaria que ellos, desde luego, no han contribuido a provocar.
En esta gira no es necesario anunciar los conciertos en prensa, radio o internet. “Llega nuestro barco a un pequeño puerto y, joder, ¡es la noticia más importante en mucho tiempo!”, exclama Grey. A partir de ahí, el programa es más o menos el mismo en cada lugar. Día 1: reunión con personas del pueblo para concretar la agenda de actividades, comprar comida, lavar ropa y hacer reparaciones. Día 2: realizar talleres con jóvenes, activistas, artistas del lugar. Día 3: montar el material para el concierto y ensayar. Día 4: concierto. La hora de la actuación es siempre la misma. En las zonas musulmanas, tras el último rezo. En las no musulmanas, cuando se ponga el sol. Tras el concierto, desmontan el escenario y a las cinco de la madrugada zarpan rumbo al siguiente destino.
Esta no es una gira concebida para acumular riqueza, sino para plantear reflexiones ecológicas y mostrar ingenios tecnológicos que puedan serles útiles. “En los talleres mostramos los sistemas de energía renovable. Queremos que sepan que todo el sistema de sonido y de luces del concierto se alimenta con baterías y cargadores de energía. Y les enseñamos cómo funcionan las velas para mostrar cómo hacer que renazca la navegación sin petroleo”, resume Grey. “Pero sería muy borde por nuestra parte pensar que nosotros somos los únicos que tenemos algo que enseñar. Por eso visitamos sus lugares, sus edificios, sus reliquias, su riqueza cultural…”, añade. Este ciclo de intercambio de saberes puede durar entre cinco y siete días según la vida social que genere la visita del Arka Kinari en cada puerto. No hay conquistadores ni conquistados.
Sin dinero, sin horarios
Por ahora, el dinero ha sido un aspecto circunstancial. Nadie paga por asistir a los conciertos. Solo hay que asomarse al muelle. Y así hacen niños y ancianos, artistas, activistas y paisanos de todas las profesiones. Por su parte, los tripulantes duermen en el velero, así que no han gastado un euro en hoteles. Y apenas unos litros de combustible, pues desde que llegaron a Indonesia navegan impulsados por el viento. Atracar en cada puerto cuesta cinco o diez euros. Y con mil euros al mes comen todos. De hecho, los gastos en alimentación se limitan a los días de ruta. Cuando están en puerto, lo normal es enlazar una invitación tras otra. Y nada que ver con los cáterin de salas de conciertos europeas. “Gente a la que conocemos en los pueblos, nos dice: '¿Tenéis plan para mañana? Venid a casa y mi madre y yo prepararemos una cena'. ¡Hablo de comida para cien personas cuando somos 15 en la mesa! No quieren quedarse cortos, pero… ¡es imposible acabar la cuarta parte de lo que nos ofrecen!”, se sorprende.
Desplazarse a vela, también implica que las fechas de las actuaciones nunca sean muy precisas. El trato con los locales de cada lugar es orientativo. “Arka Kinari llegará esta semana a la isla. Y nos mantenemos en contacto para avisar si llegaremos en cuatro días o si tardaremos alguno más”, explica Grey. El barco puede alargar más o menos los días de estancia en cada población y, por lo tanto, retrasar su llegada al siguiente destino. La única fecha fija es el final de la gira y esa la marca el inicio de la temporada de monzones. La gira de 2020 solo duró dos meses. De Papúa fueron a las islas Banda (“de donde provienen las especias más raras y buscadas, como la nuez moscada y el clavo”), y de allí a Sulawesi y a Bali. Y en mayo de 2021, segunda etapa por Flores y demás archipiélagos, ya sin el apoyo del Gobierno y de forma autogestionada.
El Arka Kinari va “a lugares que ni la gente de Indonesia sabe que existen. ¿Conoces cada pueblo de Extremadura? Pues imagina si solo se pudiera llegar en barco”, compara. Y las aventuras acumuladas son incontables. Entrar en una cueva custodiada por dos serpientes pitón que se alimentan de los miles de murciélagos que viven en ella. Asistir a una ceremonia donde varones en trance se clavan cuchillos que no logran atravesar su piel. Ver llorar al guardián de las reliquias del volcán Tambora cuya erupción en 1815 provocó el ‘año sin verano’. Conocer a los pescadores de Wakatobi cuya extraordinaria fisiología les permite bucear a gran profundidad y durante mucho rato. Ser bendecidos por chamanes de la etnia bugi, donde la clasificación por género incluye cinco tipos: hombre, mujer y tres estadios intermedios. Asistir a violentas danzas que evocan cómo ajusticiaron a los últimos holandeses que intentaron colonizarlos.
No todas sus experiencias han sido positivas. El Arna Kinari ha tenido que salir a toda vela de algún puerto a pesar de haber sido invitado. “En los dos casos fue por gente que se dedica a la pesca con dinamita, que destruye los arrecifes y mata todo lo que hay en el mar, incluso manta rayas; lo cual está prohibido. Cuando entendieron que si veníamos habría cámaras filmando y ojos mirando se pusieron muy violentos y nos amenazaron con quemar el barco. Eran amenazas claras: con machetes. ¡Y tenían dinamita! El alcalde nos decía que no estaba a favor de ellos, pero que no podía pararlos. Negociamos todo lo que pudimos: actuar en una parte del pueblo, actuar y marcharnos sin hacer los talleres… Pero no pudo ser y nos marchamos para no generar problemas”, relata.
Los días de tránsito entre actuaciones pueden durar un día o una semana y no son la pesadilla de furgoneta y carretera o aviones y espera en aeropuertos, sino jornadas para disfrutar de la vida regalada y del paisaje: “Por la noche echamos el ancla en sitios totalmente salvajes, islas sin seres humanos. ¡Y es el puto paraíso! Arrecifes, tiburones, animales… No viajamos en busca de esto, pero despiertas por la mañana, miras debajo del barco... y hay todo un ecosistema”. En estos días de tránsito, sus rutinas son otras: “Me levanto antes de que salga el sol, escribo una hora y luego voy nadando o en bote hasta la costa para pasear el perro”. Sí, ahora en el Arka Kinari viaja también una perra: Dora.
Planes de futuro
Desde que zarpó de Rotterdam en septiembre de 2019, el Arka Kinari ha recibido más de 180 solicitudes de personas que querían enrolarse como tripulantes. Solo en 2022 han rellenado el formulario de la web más de 40. “Algunos quieren venir aunque ni siquiera saben nadar”, se sorprende Grey. Entre los objetivos más inmediatos del proyecto está redistribuir mejor las tareas para que tanto él como Nova puedan documentar con más precisión todo lo que están aprendiendo. Por otra parte, también sobrevuela la necesidad de hacer aún más explícito el discurso ecologista y de cambio de mentalidad que propone el proyecto. Esto no es una aventura exótica. Esto no es un viaje de placer. Esto es un toque de alerta. Es la antítesis de las expediciones extractivistas que se han sucedido a lo largo de la historia y que nos han conducido hasta aquí.
De la tripulación inicial ya solo quedan Grey y Nova. Sara, Claire, Ben y el resto de compañeros de viaje occidentales han dejado el Arka Kinari para enrolarse en otros proyectos y han sido sustituidos por tripulantes indonesios: Raka, Diga... Mientras el velero siga en mares indonesios, Nova seguirá siendo la pieza clave de este intercambio de saberes. “Nova es como una Ibn Battuta de Indonesia”, compara Grey, refiriéndose al explorador, intelectual y artista marroquí del siglo XIV cuyos viajes y relatos son una joya para la historia de las cultura árabes. “Conoce su país mejor que nadie y pasa horas hablando con la gente de los pueblos de cambio climático, explotación de recursos… Y ellos le explican la historia de su pueblo, qué piensan sus niños del futuro, del presente, de política… Hay un intercambio de información inmenso”, intuye. El libro que pueda escribir Nova Ruth sobre esta experiencia será otra joya en el siglo XXIV.
La próxima semana arranca la tercera gira del Arka Kinari por Indonesia. Seis meses más, siempre con el viento a favor, bordeando las costas de Java hasta que en noviembre haya que buscar puerto seguro. Y ya en 2023, la cuarta y última etapa que completará el tour más intensivo por ese país que jamás haya afrontado un proyecto cultural. A partir de aquí, se abren dos opciones que aún no se han concretado: bajar unos meses a Australia o tomar rumbo a India, Pakistán, Omán, Yemen y el Mar Rojo, cruzar el Canal de Suez y llegar al Mediterráneo en primavera. Filastine lleva meses negociando fechas para actuar en varios puertos de la costa catalana en septiembre de 2024. A saber cuántas historias, aventuras y experiencias habrá acumulado para entonces.
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