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Oda a los escenarios insignificantes del Mad Cool

Michael Kiwanuka, una de las mejores voces en directo del Mad Cool

Mónica Zas Marcos

Quizá no estuviesen muy diestros en la gestión de las barras de bar, pero la primera edición del Mad Cool queda lejos de pertenecer al nivel principiante. El festival que prometía redimir a Madrid de ser la capital olvidada de la música ha sorteado con gracia los previsibles patinazos. Sus sistemas de pago defectuosos se subsanaron gracias a las presencias hipnóticas en el escenario; y la caótica vuelta a casa en plena madrugada quedó eclipsada por la euforia de los últimos conciertos. Llamémoslo suerte o las bondades de una planificación inteligente y equilibrada.

Mad Cool se sabía fuerte con sus viejas glorias en el cartel y los millares de bombillas LED repartidas por el psicodélico recinto. El despropósito del Dcode aún coleaba entre gran parte de los asistentes y, aunque era un arma con doble ración de expectativas, terminó jugando a su favor. Pero eso tampoco le redime de sus propios errores. Es comprensible que ante una convocatoria de 40.000 personas se extremen los protocolos de seguridad. Pero si esos protocolos van a desatar la alarma entre una masa de gente al borde de unas escaleras -como ocurrió en el embotellamiento de Bastille-, quizá habría que rediseñar la estrategia.

En cualquier caso las intenciones eran buenas y se agradece este fresco -a veces gélido- debut en el panorama estival. Pocos eventos novatos pueden presumir de satisfacer las exigencias de los melómanos con varios momentos para la historia. Neil Young convirtiendo en imprescindible lo interminable con su solo de guitarra en Down by the river, por ejemplo. O The Who simbolizando el sold out del festival, con mareas de camisetas rojas y azules desgañitándose en clásicos como The kids are alright, Behind blue eyes o la última Won't get fooled again. Incluso Vetusta Morla, Bastille y Capital Cities cerrando con nota las tres jornadas maratonianas en la Caja Mágica.

Todos los artistas apostaron sus mejores cartas en un evento sin credenciales ni memoria musical, lo que es de agradecer. Las leyendas primigenias contrarrestaron sus directos achacosos con un repertorio mítico y ágil. En cambio, las jóvenes apuestas sabían que un escenario hiperactivo era el cebo perfecto para presentar sus nuevos temas sin que el público reclamase los grandes hits. Cada uno cumplió con su rol y ofreció el ritmo necesario para aguantar las nueve horas sin altibajos. Pero ningún placer sale gratis. Este carrusel de genialidad se solapaba hasta la desesperación y convertía las hojas de horarios en garabatos imposibles para no dejarse nada en el tintero.

Unos juegos del hambre que tuvieron sus claros vencedores: los que llenaron todos los rincones del perímetro y encabezaron las crónicas del día siguiente. Pero al otro lado de la pasarela, entre los enormes bloques de hormigón y alejados de la vorágine del exterior, estaban ellos. Los artistas que lucharon contra titanes y perdieron en número, pero ganaron unos cuantos adeptos que les prefirieron frente al mainstream. Fueron relegados a los peores escenarios, con una acústica penosa, y aún así arañaron sus minutos como quien no tiene nada que perder. Había caras nuevas y también grandes voces con trayectorias aplaudidas fuera de nuestras fronteras. Y como no todos aparecen en las odas mediáticas, aquí va un pequeño recopilatorio de los segundos platos que el Mad Cool nos puso en bandeja.

Michael Kiwanuka

Pocos talentos anglosajones pueden contar que rechazaron el apadrinamiento de un rapero millonario en sus inicios. Pero este londinense de raíces ugandesas dio calabazas a Kanye West, con todo el riesgo que supone ofender a uno de los capos de la industria, y declinó formar parte de su nuevo álbum. Hace cuatro años que nos regaló su propio sonido añejo en Home Again y tiene recién salido del horno otro diamante bien pulido llamado Love & Hate, que nos presentó sobre la Caja Mágica.

Kiwanuka no alcanza la treintena, pero toma fórmulas y decisiones como si tuviese más carrera que Curtis Harding. Abrió su nuevo disco con Cold Little Heart, un solo a la guitarra de 10 minutos donde menos de cuatro son cantados, y llenó de calma su directo. Las reminiscencias blues de Bill Withers y Richie Havens se empastan con un soul más actual que no necesita artificios, como bien demostró con I'm getting ready y Black man in a white world. Una vuelta de reloj que sirvió de marcapasos entre tanto beat y se disfrutó sin aglomeraciones.

Afortunadamente, este jovencísimo genio regresa a Madrid en noviembre, y cruzamos los dedos para que lo haga acompañado de su soberbio bajista.

Lapsley

Como sus compañeras de cartel, la británica Lapsley tampoco se libró de protagonizar las franjas menos agradecidas de la jornada. Precediendo por pocos minutos a The Who y pegada al horario de Lori Meyers y The Kills, pocos valientes se atrevieron a sacrificar un hueco en el escenario principal para acompañar a esta promesa del ¿soul? ¿electro? Las variantes dentro de su propia voz desconciertan a la par que hipnotizan. Con apenas veinte primaveras, ya se le ha comparado con James Blake y Bjork, y va camino de pisarle los talones a su coetánea FKA twigs.

Su disco debut ha ido apareciendo por la técnica del goteo para demostrar que su versatilidad no entiende de géneros ni niñatadas. Long way home ha hecho saltar las alarmas en Reino Unido y varias revistas especializadas han querido ejercer de descubridoras de la última reina de la baraja londinense. Invitamos a dejarse llevar por el pop de Hurt me, el R&B de He doesn't call me o su versión más tecno en Falling Short.

DIIV

La banda de Zachary Cole Smith enmarca a su público en ese limbo entre los que añoran el grunge de los ochenta y una fracción jovencisima de nuevos adeptos. Estos últimos, por cierto, se posicionaron en primera línea de playa en un concierto que se jugaba los cuartos con las resacas del día anterior y con Walk Off The Earth. Aunque fuese Oishin el disco que les lanzó al estrellato, ofrecieron todo el nuevo repertorio de Is the is are y un homenaje velado a las víctimas de Orlando.

Los neoyorquinos no fueron los peores parados de la lista en cuanto a asistentes, pero estuvieron lejos de ser un derroche de simpatía e interactuación. Zachary es el típico líder que se empasta a la perfección con sus acompañantes musicales y no gusta de crear un espectáculo centrado en la figura principal. De hecho, si no fuese por los escándalos que nos llegan desde la prensa americana, no tendríamos ninguna referencia ni razón para conocerle fuera de DIIV. Sin embargo, tras hacerse con el trono del nuevo enfant terrible de Brooklyn por sus escarceos con la heroína, Smith ha sabido callar a los escépticos con un nuevo disco cargado de talento rock.

Ángel Stanich

El concierto de Ángel Stanich fue una de esas maravillas que te encuentras casi por sorpresa y consiguen evadirte del espíritu festivalero para atraparte en exclusiva. La crítica se empeña en situarle en las coordenadas de Quique González o Albert Pla, así que nada mejor que asistir a uno de sus directos para reconocer que es algo inédito. Es cierto que este santanderino no ha inventado la incorrección política ni las mutaciones en el timbre de voz, pero temas como Outsider y Metralleta Joe consiguen reinventar esa manida fórmula cantautora.

Otras de las razones para asistir a un espectáculo de Stanich es que posiblemente sea la única oportunidad de verle en movimiento. El joven artista se niega a ofrecer entrevistas o aparecer en cualquier otra plataforma que no sea la minúscula ventana de Youtube. Una personalidad -o personaje- peculiar y misteriosa que logra convertir sus conciertos en una experiencia todavía más mágica.

Lucy Rose

Érase una chica con encanto sureño que hacía los coros a Bombay Bicycle Club y enamoró al mismísimo Elton John. Habrá quienes piensen que su estilo no ofrece nada nuevo a lo ya visto con Gabrielle Aplin o Regina Spektor, pero su desconocida trayectoria es digna de una oportunidad entre nuestras playlist. Despertó al mundo sobre el injusto ostracismo de los coristas y en seguida se ganó el cariño de grandes personalidades con un mensaje potente y un estilo tímido.

En Madrid, Rose concedió un directo muy similar al que podemos ver en el streaming de grandes citas como Glastonbury y Leeds. Aunque se ha convertido en una cara permanente en los festivales británicos, no es una primeriza en nuestros escenarios. Aquí ha actuado en varios eventos para visibilizar el papel de la mujer en el indie junto a otras invitadas en el Mad Cool, como Lucía Scansetti. Así que como bola extra, aprovechamos para recomendar a esta madrileña que se ha hecho un importante hueco en la escena folk-ambient con apenas siete sencillos.

Kings of Convenience

Los susurros de un acústico y el escenario cuatro del Mad Cool no son una buena mezcla. Y si no que se lo digan a este dúo noruego, que en un momento del concierto tuvieron que llamar la atención porque se escuchaba más al gentío de la pista que sus canciones. A pesar de ese bochornoso momento, Erlend Øye y Eirik Glambek Bøe pueden vanagloriarse de haber llenado el espacio más difícil del recinto y de que el público -excepto los charlatanes- estuviesen dispuestos a acompañarles con palmas y tarareos.

La pareja lleva años confiando en las rentas de Quiet is the new loud y sus directos continúan respetando ese espíritu casi 15 años después. Singing Softly to Me o I Don’t Know What I Can Save You From son una apuesta segura entre los fans, pero también demostraron que si vuelven es para quedarse con temas menos conocidos. Los coros que provocaron con I’d Rather Dance With You y Boat Behind, y esa atmósfera calmada pero nada aburrida, hicieron no echásemos de menos un nuevo disco. Pero, después del éxtasis, seguimos pensando que estos Simon & Garfunkell nórdicos deberían sentarse a hincar los codos en un estudio y ofrecernos algo más que 'lo de siempre'.

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