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Cuando parecía que una revolución podía cambiar el mundo a mejor: la lucha del Congo, a golpe de jazz

Una imagen de 'Soundtrack to a Coup d Etat'

Ignacio Pato Lorente

1 de noviembre de 2024 22:36 h

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“Si África tiene forma de revólver, entonces el Congo es el gatillo”. Frantz Fanon, el conocido filósofo de la descolonización revolucionaria, firma una frase que encaja muy bien con el espíritu de Soundtrack to a Coup d'État, uno de los documentales que puede verse en la cita de este año del In-Edit, el festival internacional de cine documental centrado en la música.

La cinta, dirigida por el belga Johan Grimonprez, recupera el espíritu del noir y el llamado cine polar francés, cargados de complots, espías, sobreentendidos y giros de la historia. Solo que esta vez el espectador está sentado ante la seca verdad de los hechos. El hilo conductor es el proceso de independencia del enorme y rico uranio, cobalto, coltán territorio de Congo, primero de la corona de Bélgica, y después de los intereses estadounidenses de la administración Eisenhower a mediados del siglo pasado.

La particularidad que nos mantiene pegados al relato durante dos horas y media ―con el mérito que eso tiene hoy― es que esta es una historia narrada a golpe de fraseos de saxo, teclas de piano y baquetas sacando brillo al charles. Un thriller con banda sonora de jazz, con un montaje que no da tregua, una obra que vuelve a poner a la música en un lugar de relevancia en la gran pantalla. Soundtrack to a Coup d'État nos sitúa en un momento en el que sucedía algo que en la actualidad nos parece muy lejano: existía la sensación de que el mundo podía cambiar radicalmente. Para mejor, en un sentido de reorganización de la justicia social tanto en la geopolítica internacional como en las condiciones de vida de las poblaciones de cada país.

Una era en la que, particularmente, y esta es otra diferencia palpable con nuestro tiempo, el planeta parecía mirar a África. De hecho, 1960, el año en el que fija su punto de mira el documental, es clave en la descolonización, ya que hasta diez países, entre ellos Costa de Marfil, Mali, Senegal o el propio Congo declararon su independencia. Nacían sueños como el de impulsar la creación de una Unión de Estados Africanos, un concepto ya verbalizado por el ideólogo de la liberación negra Marcus Garvey varias décadas atrás. Se trataba de una federación continental impulsada por el presidente ghanés Kwame Nkrumah, seguida por los gobiernos guineanos y malienses y a la que se invitó a participar a Patrice Lumumba.

Lumumba es el protagonista destacado de esta historia coral. Un líder inesperado para la opinión pública occidental, había nacido cuando su país no es que todavía no fuera libre, es que era la propiedad privada del rey belga Leopoldo II. La revisión reciente de aquel periodo de muerte, represión y explotación de recursos ha llegado a provocar la retirada de alguna estatua del monarca en ciudades como Amberes. La capital congoleña, posteriormente Kinsasa, se llamaba Leopoldville cuando Lumumba ganó las elecciones y se proclamó la independencia. A partir de ahí se desarrollan como un torrente los acontecimientos que Soundtrack to a Coup d'État trata con un ritmo vertiginoso que no da tregua, en consonancia con la que le dieron también a Lumumba.

La cinta no renuncia tampoco a presentar unos hechos duros con cierta poesía, compaginando las referencias de documentos oficiales con citas literarias. Grimonprez ilumina aquellos rincones de la Historia vergonzosamente olvidados por Occidente, y así el espectador podrá, por ejemplo, conocer la figura de Andrée Blouin, activista, jefa de protocolo y autora de los discursos de Lumumba, además del enlace internacional del emergente nuevo Congo. Fue, para sorpresa de nadie, vilipendiada de las maneras más misóginas por parte de sus detractores. Su apodo más conocido, y con el que incluso tituló su autobiografía, fue más orgulloso: la Pasionaria negra.

Por nuestros ojos pasan también episodios como la segregación bajo la forma de un Estado títere de los belgas del territorio congoleño de Katanga, controlado por la Union Minière del país europeo. O la nacionalización del canal de Suez por parte del presidente Gamal Abdel Nasser tras la invasión israelí de Egipto. También el rol del Movimiento de Países No Alineados bajo capitanía de egipcios, indonesios, indios y yugoslavos. Veremos, en fin, las icónicas imágenes de la participación de Fidel Castro en la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1960, cuando el líder cubano se hospedó y departió con Malcolm X en el Hotel Theresa de Harlem y alabó a Lumumba, vetado de viajar a Nueva York.

Y todo ello plagado de detalles poco conocidos, como que Louis Armstrong fue un poco un caballo de Troya de la CIA en África, llegando a actuar en la fantasmal Katanga en una gira pagada por el Departamento de Estado. Soundtrack to a Coup d'État se equilibra de forma exquisita entre las hard y las soft politics. La música importa aquí y mucho. Aprendemos que el Congo tuvo su propio hit de rumba en idioma lingala meses antes de su autodeterminación y que el tema, Indépendance Cha Cha, sonó fuerte en los países vecinos afanados en la misma lucha.

Pero sobre todo aquí manda el jazz más excitante que jamás se hizo. Esto equivale a decir Dizzy Gillespie y su personalidad arrolladora, Ornette Coleman volando libre, la mística de John Coltrane, la profundidad por la que nos pasea Nina Simone o el desgarrado lamento de Abbey Lincoln perteneciente a esa suite maestra que es su disco con Max Roach We Insist!. Escucharlo sigue estremeciendo tanto como la protesta que la propia Lincoln organizó junto a Maya Angelou en las Naciones Unidas solo un mes después del asesinato de Lumumba. Aquellos gritos llegan hasta nuestros días.

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