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Tres razones que demuestran que Morrissey es más que un hombre

Tres razones que demuestran que Morrissey es más que un hombre

Jesús Rocamora

“Le estoy mirando al estómago. No es el estómago firme y rotundo y trabajado con entrenador personal de un residente en Los Ángeles. Tampoco es el embarazo de patatas y rebozados de un encargado de parking en un festivo de agosto, ni la interestelar panza cervecera de un fan del Newcastle [...] ¿Qué es? Hay algo de orgullo, algo de seriedad. Es muy real. En los ochenta apenas había bastante Morrissey para evitar que sus camisas estampadas y sus blusas de flores cayeran al suelo. Ahora parece un percherón retirado que se alza sobre las patas traseras. O incluso algo mitológico, como si esos pantalones de sastre italiano estuvieran escondiendo un par de patas de cabra. Y sobre los pantalones aparece el estómago, y más arriba el pecho. Parece más desnudo que desvestido. Dice: Aquí estoy. O dice: Pero qué te esperabas. O dice: Si piensas apuñalarme, éste es el lugar”.

Al margen de la minuciosa descripción de la barriga de Morrissey en un concierto en 2006 que hace el escritor Simon Armitage en el último capítulo de The Smiths. Música, política y deseo, si hay un órgano del cuerpo que debe representar al divo ese es la boca. Bocaza. En los últimos meses ha sido especialmente difícil huir de sus declaraciones. Su autobiografía, “editada en Penguin Classics” a finales del año pasado, ha sido convenientemente amplificada por la prensa durante semanas. Y el cantante ha tenido que responder hasta por un Morrissey falso con cuenta verificada en Twitter. En España, la editorial Errata Naturae ha publicado este notable The Smiths. Música, política y deseo, un conjunto de ensayos que combina los necesarios testimonios para contextualizar (Jon Savage, Julian Stringer, Joe Pernice) y nuevas aproximaciones a lo que representan Morrissey y su grupo en la cultura popular, en parte por escritores, músicos y periodistas españoles.

Ahora Morrissey ha lanzado disco nuevo con otro título para tocarte las narices, World Peace Is None of Your Business. ¿Toca también otro artículo de nostalgia?

Morrissey luchó contra una Thatcher de 15 metros (y sobrevivió)

“La nostalgia es la negación de la política, aquello que despoja a una obra de su capacidad de intervención”, escribe el responsable de la edición, Fruela Fernández, en la introducción de The Smiths. Música, política y deseo, con la idea de dejar claro que tipo de libro no tienes entre las manos. En gran medida, sus textos profundizan en las raíces obreras del grupo y recorren el norte de Inglaterra durante el thatcherismo. En sus páginas se recurre a menudo a la imagen de cuatro chavales que se mueven por el durísimo Manchester postindustrial, “un espacio de familias itinerantes, catolicismo irlandés, perenne asentimiento escolar y un intenso resentimiento contra los pilares del sistema: profesores, legisladores, snobs de clase media y alta a los que poco les importaba el tormento del proletariado del Norte”, como cuenta el escritor británico Alex Niven en el capítulo Oh, madre...: The Smiths y Thatcher.

The Smiths nacieron oficialmente en mayo 1983 y desaparecieron en julio 1987, lo que casi coincide con el segundo mandato de una Thatcher que ya era del tamaño de un godzilla clásico, con su cardado balanceándose por encima de los edificios demolidos de la ciudad. “Las canciones más potentes de The Smiths a nivel político no son aquellas más evidentes, como The Queen Is Dead, sino aquellas que hablan de alienación, desesperanza o relaciones inconclusas, como There Is a Light That Never Goes Out, How Soon Is Now?, Asleep... Estas letras retratan también los años del paro, las huelgas, los disturbios, los cortes de luz continuos que sufría el Reino Unido producidos por la política de recortes”, le cuenta Iván López Munuera, comisario de la exposición Pop Politics: activismos a 33 revoluciones —que acogió en 2012 el Centro de Arte Dos de Mayo (Móstoles)— al periodista Víctor Lenore en otro capítulo.

El neoliberalismo representado por Thatcher fue uno de los objetivos del punk. Y “The Smiths, como bien supo ver Morrissey, recoge el testigo del punk para extremar una de sus formas de nihilismo (la de su ingenuidad destructiva). No es la música lo que heredan del punk, obviamente, sino el relato”, completa desde otro capítulo el poeta y ensayista Alberto Santamaría. La Dama de Hierro es un nombre perfecto para un archienemigo. En 1984 Morrissey lamentaba ante la prensa que Thatcher no hubiera muerto en el atentado del IRA de ese año en Brighton. En su álbum de debut en solitario, Viva Hate (1988), incluyó una canción imaginándosela en la guillotina. Por favor, muérete.

Hasta cierto punto, durante esos años, “The Smiths se convirtieron en algo semejante a la oposición de facto contra Thatcher”, escribe Niven, aunque reconoce que, con el tiempo, su postura no ha estado tan alejada de la de Morrissey. La Inglaterra soñada por ambos se basaba en la imagen de un país que debía ser limpiado gracias a un héroe individualista que triunfa sobre la estupidez colectiva. “Las trayectorias adultas de Thatcher y de Morrissey parecen igualmente guiadas por un ansia mesiánica, casi megalomaniaca, de rescatar y redimir esa 'verdadera Inglaterra' que era un vago recuerdo en algún momento de sus infancias”. Del romanticismo al nacionalismo: Morrissey aparece así convertido en su peor enemigo, en “el correspondiente Hombre de Hierro” y en “un personaje egoísta, casi thatcheriano”.

Una imagen: Johnny Marr y Morrissey montando un supergrupo para aniquilar a la villana. O, bueno, montando una familia obrera feliz. “The Smiths fueron una familia basada en una pareja perfecta, que combinaba la brillantez de Morrissey con la atención de Marr hacia ese pasado comunitario que el thatcherismo estaba intentando destruir. Esto fue lo que, en vida de The Smiths, evitó que Morrissey se convierte en uno más de los solitarios, ególatras y millonarios hijos de Thatcher”, concluye Niven.

Hoy Morrissey vive en su mansión en Los Ángeles, lejos de la tumba de ella. Algunas cosas han cambiado. “Las letras de Morrissey se han vuelto cada vez más insignificantes, hasta el punto en que sólo se sostienen en un título ingenioso o un estribillo con chispa”, decía Paul Heaton, de The Housemartins, en una entrevista con Rockdelux en 2013, recogida en el libro. “Lo que no puedo aceptar es que hable de que el exceso de emigrantes está matando el espíritu británico y tonterías por el estilo. El talento de Morrissey encoge porque se ha distanciado del tejido social. Sus letras son distintas desde que se mudó a una mansión en Los Ángeles”.

Morrissey le rompió los huevos al rock

The Queen Is Dead podría ser el God Save the Queen de los Smiths si no fuera porque Morrissey consideraba que lo de Sex Pistols no era punk. Él fue uno de los que estuvo en el ya mítico concierto de los Sex Pistols en junio 1976 en Manchester (“una de las reuniones más influyentes de la historia”), del que se dice que salieron Joy Division, The Smiths, The Fall y The Buzzcocks. Pero días después no corrió a montar su propia banda, sino que escribió una carta al NME para describir la noche como “infame” y subrayar que en el discurso de Sex Pistols no había ninguna ruptura con lo establecido. Así que la otra conexión punk de los The Smiths viene del otro lado del océano, vía New York Dolls, un grupo de heterosexuales que se vestían de mujer. “New York Dolls rompía el esquema machista que tanto odiaban del rock and roll sin renunciar por ello a su masculinidad”, escribió el periodista Luis Troquel en su libro sobre The Smiths. Según Morrissey, ellos suponían una nueva forma de enfrentarse a los establecido, “una fractura del relato machista del arte”; los Sex Pistols eran solo continuidad.

De la misma forma que Morrissey quiso hacer suya la imagen del obrero y la idea de inglesidad “ante la apropiación de la identidad nacional blanca por parte del gobierno conservador”, el cantante también sintió “la necesidad de generar un discurso de desidentificación con respecto a la relación rock y género” (escribe Alberto Santamaría). Romper con el “rock testicular” y escribir canciones que parecen a la vez ir dirigidas a hombres, mujeres, gays y heteros. Morrissey puede identificarse con todos. Morrissey no tiene problemas por encarnarse en una Juana de Arco patética, con audífono, ardiendo en la hoguera. “Una especie de Emily Dickinson del rock atrapada en un cuerpo de James Dean” (Nadine Hubbs). Según Jon Savage: “Morrissey [...] aprovechó el rock para difundir textos que reventaban las barreras masculino/femenino y la masculinidad en general”.

Un tabú del pop: “Hay canciones de chicos, canciones de chicas y leyes específicas (aunque tácitas) que las gobiernan”. La especialista en estudios sobre la mujer y sobre cultura queer Nadine Hubbs dedica todo un capítulo a analizar las letras y la estructura de algunas canciones de The Smiths desde el punto de vista del género. Morrissey es flexible en este sentido. Maneja también códigos habituales por los homosexuales, expresiones, imágenes homoeróticas y fetichismo por personajes del pop gay como Truman Capote o Joe Dallesandro, y aunque no se ha declarado homosexual, “a diferencia de otras estrellas de sexualidad incierta, nunca ha incurrido en el tipo de espectáculo púbico que, supuestamente, le hace a uno apto para ingresar en el Club de la Heterosexualidad Destacada”, dice Hubbs.

Víctor Lenore recoge el recuerdo de Nacho Canut como fan fatal del grupo, en gran parte por las referencias homosexuales y por compartir su gusto por grupos como New York Dolls o Bowie. En su texto, el periodista también pone en evidencia cómo The Smiths durante años fueron rechazados en “ambientes rockeros” en España y también por revistas como Ruta 66, con “inquina” y hasta con “un punto de homofobia”.

Dice Canut que cayeron rendidos ante los Smiths a pesar de que “en mi círculo ese tipo de música, el indie con guitarras, no se escuchaba mucho”. Militancia DIY. Nostalgia. Romanticismo. Elitismo. Patetismo y autocompasión. Elogio de lo cotidiano en las letras, sencillez en las formas. La vuelta a lo puro. Los Smiths fueron indies antes que el indie, según apunta la antropóloga Wendy Fonarow. Lo que convierte a Morrissey en el daddy del indie, con su eterna oposición a lo hegemónico, a la industria discográfica mainstream, su ambigüedad y, en fin, su puritanismo. Morrissey se ha declarado a favor del celibato, una postura perfecta para “desarticular los binarismos dominantes”, escribe Hubbs.

Morrissey salvando a sus fans de un destino horrible

Morrissey fue fan: recopiló de forma obsesiva artículos en prensa de New York Dolls, escribió un libro sobre el grupo a los 19 años (publicado en 1981 en un fanzine) y fundó el club de fans en Inglaterra. Los fans son muy importantes en esta historia. Habría que pensárselo dos veces antes de llevarnos a las manos a la cabeza ante el comportamiento de directioners y beliebers. Lo que deja la lectura de The Smiths: una vida fotocopiada, de Nacho Vegas, es casi mágico en este sentido, en la forma de evocar sentimientos que asociamos a descubrir cierta música a cierta edad y es también una carta de agradecimiento a la trabajo minucioso de fanzines españoles como How Soon Is Now? y Morrissey, Drive Me Home, que suplían de forma no-oficial la falta de información del grupo en los medios.

“Una parte esencial, pese a todo, del atractivo de Morrissey entre los adolescentes es su extravagante autocompasión”, escribe John Savage en Morrissey, el escapista. “En realidad, era Morrissey el que nos interesaba, porque hacía las portadas y elegía las fotos. Lo que llamaba la atención eran sus letras, sus gustos, sus opiniones, su riquísimo mundo interior, alguien tan mitómano y tan orgulloso de la cultura popular de su país como nosotros de la del nuestro. Encontramos a un alma gemela” (Nacho Canut).

Es notable el esfuerzo que hace de The Smiths. Música, política y deseo por sacar al grupo del ámbito estrictamente anglosajón y entender qué era lo que estos cuatro jóvenes tan ingleses transmitían a otros jóvenes no ingleses. Por ejemplo, a un musulmán, como relata Guantánamo, allá vamos: fuera de lugar con The Smiths, de Nabeel Zuberi. O a los seguidores españoles de los ochenta. Para ser fan ni siquiera hay que conectar o entender con lo que quiere decir tu grupo, sólo tienes que hacerlo tuyo. “Casi nadie entendió su faceta política” (Luis Troquel). Manuel Ríos, editor del fanzine Morrissey, Drive Me Home, coincide: “Creo que las cuestiones políticas fueron las que menos conectaron con los seguidores españoles. Aquí Meat Is Murder sonaba lejano, mientras que en el Reino Unido no comer carne es una tendencia social desde finales de la Segunda Guerra Mundial. El vegetarianismo es la causa más importante para Morrissey, la que le hace militar continuamente [...]. Mi impresión es que nos importaban más sus letras de deseo, Hand in Glove o Last Night I Dreamt That Somebody Loved Me, que es una canción de amor universal”.

Los fans no están ni siquiera obligados a entender o compartir del todo la naturaleza de ese deseo. Como escribe Nadine Hubbs, “conozco a fans heterosexuales que no conciben que Morrissey o su obra tengan nada que ver con el mundo homosexual. Esta perspectiva (no tan rara, aunque pudiera parecer improbable) se construye fácilmente por la ignorancia general de los códigos queer y se mantiene gracias a la economía de la heteronormatividad [...]. Entre estos seguidores hay muchos que se identifican como heterosexuales (e incluso, sin duda, algunos homófobos). Y estos admiradores también sienten que su ídolo les canta directamente a ellos y acerca de sus experiencias. Surge, por tanto, la pregunta: ¿acaso alguna de estas comunidades está siendo engañada o manipulada? ¿Es Morrissey un fraude artístico?”. ¿Es la fascinante barriga de Morrissey para Simon Armitage algo repulsivo o algo erótico?

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