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El cómic, un objetivo de la censura que estudia “El pueblo contra los cómics”
Hubo un tiempo en el que la censura en España atacó el moño de Hermenegilda, una de las hermanas Gilda creadas por Vázquez, por considerarlo “erótico”; un ejemplo de control u “odio” al cómic que los intereses políticos y mediáticos han ejercido en todo el mundo desde que nació el noveno arte.
Así lo recoge el libro “El pueblo contra los cómics. Historias de las campañas anticómic”, una obra del jurista Ignacio Fernández Sarasola, publicada por la Asociación Cultural Tebeosfera, que llega a ocupar un lugar aún vacío sobre la legislación que ha marcado el desarrollo, o no, de la industria del cómic en Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Italia y España.
Un trabajo en el que ha invertido más de una década ya que ésta investigación le ha llevado a consultar más de quince mil periódicos, artículos o cuerpos legales con el fin de reconstruir un fragmento de la historia que el tiempo había “desdibujado”.
“Lo que analizo -ha contado a Efe- son las dos vertientes de la campaña anticómic: la social, que enmarca a los grupos eclesiásticos o asociaciones de padres; y la institucional promovida por los poderes públicos”.
Así, a través de 520 páginas, Fernández nos cuenta cómo germinó el odio hacia los cómics, los intereses políticos y mediáticos que guiaron la campaña orquestada contra ellos, las mentiras que se esgrimieron, las discusiones que se desataron entre los legisladores y las consecuencias para las industrias.
Por ejemplo, en España, antes de la llegada de la censura, en concreto en la Guerra Civil, la contienda se libró también en los comics infantiles. En el bando republicano empresas editoriales como “El Gato Negro” fueron objeto de confiscación, y en su lugar aparecieron otras con “clara pretensión adoctrinadora” como “Pionero Rojo”.
Y si hubo un país censor éste fue Estados Unidos, también por la larga historia del cómic. En este caso, Fernández dedica una gran parte al cabecilla de ese movimiento anti-cómics, fue el psiquiatra Fredic Wertham, autor del libro “La seducción de los inocentes” (1954), obra en la que culpaba a los cómics del aumento de la delincuencia juvenil y de cualquier otra cosa que se le ocurriera.
Por su parte, en Italia, cuenta el jurista, toda la legislación que fue aprobada durante los años en los que estuvo al frente Mussolini fue “restrictiva y arbitraria”: “el objetivo era acabar con todos los cómics menos los de Walt Disney, porque a los hijos del Duce, y a él mismo, le gustaban”.
“Las dictaduras, sobre todo en el momento en el que subió el catolicismo, los recortes eran exagerados por cuestiones absurdas y por tratar de convertir los cómics en un instrumento de evangelización”, matiza no solo sobre el caso italiano, sino también como cuando en España la censura prohibió el moño de las hermanas Gilda por ser “erótico”.
“Son cosas dantescas”, exclama este jurista que se considera un “rara avis” dentro de su gremio ya que, según afirma, sus compañeros consideran que el ser amante de los cómics “es de freaks” y que hay que “dedicarse a cosas más serias”.
“Estoy convencido de que el cómic se puede utilizar muy bien como herramienta docente en Derecho, y si no se utiliza es porque hay mucha gente, la que escribe con pluma de ave, que creen que es militancia y que no dignifica al jurista”, recalca.
Para Fernández hay que “asumir” que la viñeta es “una faceta más” del arte, “es una forma distinta de comunicar y hay que asumirlo”.
“He leído muchos cómics superiores a los libros más encumbrados”, concluye.
Por Pilar Martín
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