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“Si los académicos no fueran vitalicios, la RAE perdería sus señas de identidad”

El jurista Santiago Muñoz Machado, nuevo director de la RAE

Miguel Ángel Villena

Santiago Muñoz Machado cuenta con un amplio y variado currículo a sus espaldas que incluye, entre otras cosas, una cátedra de Derecho Administrativo, un prestigio como abogado, un premio nacional de Ensayo (2013) y otro de Historia (2018). Se considera jurista, ensayista e historiador, un intelectual versátil en definitiva, y afirma que, a la altura de sus casi 70 años, con una carrera ya hecha, aspiró el pasado diciembre a la dirección de la Real Academia Española (RAE) por una cuestión de “patriotismo y de voluntad de servicio público”. Este andaluz de Pozoblanco (Córdoba) reconoce que sus buenas relaciones con las altas esferas políticas y económicas pudieron pesar en la decisión de los otros académicos para votarle como director.

A pesar de que algunos colegas han lamentado que el nuevo responsable de la RAE no proceda del campo de la filología, Muñoz Machado apela a ilustres antecesores en el cargo que tampoco fueron lingüistas como el político y abogado Antonio Maura. Sabe nadar y guardar la ropa, tiene un talante diplomático y su mayor preocupación pasa por superar la grave crisis económica de la RAE. Defiende las esencias de una institución nacida a principios del siglo XVIII, al tiempo que se muestra partidario de adaptarse a los nuevos tiempos en cuestiones como el lenguaje inclusivo o una mayor apertura a la sociedad. El nuevo director de la RAE da una de cal y otra de arena en la entrevista con eldiario.es.

¿Una institución como la RAE donde sus miembros son vitalicios no supone un anacronismo y está destinada a un inevitable conservadurismo? ¿Estaría dispuesto a cambiar los estatutos para permitir una renovación generacional y el ingreso de más mujeres?

No me he planteado impulsar una reforma de los estatutos en ese sentido. La RAE es como es, una institución de prestigio, creada en 1713, que reconoce la trayectoria de algunas personas para que ingresen en la institución y aporten sus conocimientos y su experiencia. En las academias de Francia o de Italia sus miembros también son vitalicios. Si los académicos no fueran vitalicios, la RAE perdería sus señas de identidad. Sería otra cosa distinta. En definitiva, la RAE es una asociación privada que se dota de sus estatutos.

La RAE está muy preocupada por su supervivencia económica. Las aportaciones públicas han menguado por la crisis, pero la colaboración de entidades privadas también. ¿Tiene ya garantías de nuevos apoyos? ¿Cómo piensa enjugar la deuda?

He repetido con insistencia desde que fui elegido director hace un mes que la Academia debe ser considerada como una cuestión de Estado y como un activo de interés general, como un servicio público que, en buena lógica, debe ser financiado con fondos públicos. Voy a llamar a todas las puertas, las del Gobierno y de las otras administraciones públicas, las de las empresas y las entidades de nuestro ámbito de negocio. Debo recordar que el anterior Gobierno del PP no fue en absoluto sensible a las necesidades de la RAE. La actitud del actual Ejecutivo socialista está por estrenar. Veremos.

La Academia cuenta con un presupuesto anual de unos 6,5 millones de euros y un déficit de unos dos millones. En los últimos años estos déficits se han compensado con algunos ahorros que tenía la institución. Además la RAE cuenta con una plantilla de 85 trabajadores muy cualificados y, en principio, yo no querría prescindir de nadie.

Hay que tener en cuenta que ha descendido la financiación pública, ha menguado la retribución procedente de obras como la edición en papel del diccionario y han disminuido, por último, las aportaciones del Estado o de las empresas privadas a través de la Fundación ProRAE.

¿Son públicas y transparentes las cuentas de la RAE?

Por supuesto. Las cuentas de la RAE son públicas y están auditadas. De todos modos hay poco que contar o que ocultar. En cualquier caso, la RAE es una entidad privada y no se puede acceder a sus cuentas como si fuera un organismo público. Pero, por mi parte, no existe ningún inconveniente para que un ciudadano interesado acceda a sus cuentas.

La irrupción de una cultura digital ha obligado a la RAE a adaptarse a los nuevos tiempos en su funcionamiento y en sus servicios. Además, la sociedad percibe a la Academia como una institución arcaica y cerrada. Pero con unos académicos envejecidos y vitalicios, ¿puede conectar la Academia con las nuevas generaciones?

Soy catedrático de Universidad y ya me gustaría una mayor relación con las universidades. Ahora bien, nuestra función se centra en aspectos como la elaboración del Diccionario de la RAE, en el mantenimiento del servicio del español al día o en nuestras relaciones con las academias americanas. Es decir, que no solamente nos dedicamos al diccionario. Por ejemplo, yo he impulsado la redacción de un diccionario jurídico panhispánico en el que colaboran unos 450 especialistas de ambos lados del Atlántico.

De todas maneras, es cierto que la Academia está muy cerrada al exterior, a la sociedad, y necesitamos que se conozca mejor lo que hacemos. Tenemos que impulsar, por ejemplo, publicaciones más ágiles y no solamente boletines para especialistas. Esta necesidad de apertura a la sociedad fue uno de los ejes de mi primera intervención, como director, en el pleno de la RAE.

¿Cuándo estará listo el informe inclusivo que les pidió la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo? ¿Es usted partidario de un lenguaje de género más igualitario que atienda a las reivindicaciones del movimiento feminista?

Espero que el informe, que han elaborado cuatro ponentes de indiscutible valía, esté listo a finales de febrero y pueda conocerlo el pleno de la RAE y la opinión pública. Es cierto que grupos feministas importantes se quejan cada vez con más fuerza de un lenguaje machista, pero referido sobre todo al lenguaje oficial, al de las leyes y los discursos, no al de los ámbitos privados. Se trata, en suma, de un fenómeno social al que la RAE no puede permanecer ajena.

Pero la igualdad representa un problema de fondo y la Academia no le va a decir a la gente cómo tiene que hablar. No cabe olvidar que el idioma es de los hablantes. Está fuera de toda duda que en la medida que podamos ayudar a esa igualdad, lo haremos. Sin embargo, el español es una lengua formada durante siglos y la Academia no puede cambiarla ni destrozarla. Por otro lado, la gente que reivindica un lenguaje inclusivo está dividida también entre personas que aborrecen el desdoblamiento de género y otras que son partidarias de un cierto dobletismo, por llamarlo de algún modo.

La reciente polémica por los subtítulos en España de la película mexicana Roma ha puesto de relieve la dificultad, en ocasiones, de garantizar la unidad de un idioma hablado por unos 500 millones de personas en tres continentes. Usted ha publicado un libro sobre ese tema, el reciente premio nacional de Historia Hablamos la misma lengua (Crítica) ¿Qué opina de la polémica?RomaHablamos la misma lengua

Bueno, en América siempre subsisten grupos marginales que consideran que la lengua española supone un rescoldo de la época imperial y que actúa como un factor de neocolonialismo. Afortunadamente son sectores muy minoritarios. Por otra parte, no podemos olvidar que las naciones latinoamericanas adoptaron todas ellas el español como idioma oficial cuando alcanzaron sus independencias en el siglo XIX. Espero y confío en que la unidad del español se refuerce de nuevo en el Congreso Internacional de la Lengua que se celebrará en Córdoba (Argentina) a finales de marzo. En lo que se refiere en concreto a los subtítulos de la película Roma, me parece un disparate de medida. Hablamos una misma lengua y esas decisiones significan una agresión a la unidad del idioma.

Algunos sectores culturales se quejan de una supuesta pérdida de influencia de los filólogos y los creadores literarios en la Academia. ¿Está de acuerdo?

Creo que se trata de una percepción falsa a raíz de mi elección. La RAE suele mantener un equilibrio, que yo deseo que se mantenga, entre lingüistas, que realizan tareas más especializadas; creadores literarios, que tienen más visibilidad y proyección públicas; y académicos procedentes de otras disciplinas como juristas, científicos, médicos o periodistas.

¿Impulsará el ingreso de más mujeres en la Academia?

Bueno, en los últimos años han entrado mujeres con cierta regularidad y ya contamos con ocho sobre un total de 45 académicos. Desde luego, resulta indispensable mejorar la presencia de mujeres siempre y cuando se ajusten a los perfiles que necesita la Academia y cuenten con una rica trayectoria profesional.

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