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Entrevista

José Carlos Plaza: “El teatro es imbatible como manifestación creativa. Ni el cine ni la televisión ni internet lo han vencido”

José Carlos Plaza en un ensayo

Miguel Ángel Villena

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No pudo ser actor porque era muy bueno y objetivo con la técnica, pero le faltaba alma para encarnar a los personajes. “Un actor se basa en lo subjetivo, trabaja desde su interior”, explica. Fascinado con el mundo de la escena desde que sus padres le regalaran un teatrito cuando era un niño, no cejó hasta que pudo convertir esa vocación en un oficio. Convencido de que “no se pueden separar el arte y el teatro de la política”, José Carlos Plaza (Madrid, 1943) ha recorrido una trayectoria extraordinaria como director teatral y profesor de actores.

Un centenar de montajes de teatro y unas 80 óperas llevan la firma de este maestro que acaba de publicar Haz. Otra mirada a la vida desde el escenario (Alianza), unas memorias donde repasa más de medio siglo de cultura en España. Indignado y asustado por la situación política, advierte de que el huevo de la serpiente del fascismo está creciendo de nuevo. “La falta de pedagogía democrática y de cuidado de la cultura han impulsado el auge de la extrema derecha”, opina Plaza.

En pocas ocasiones la presentación de un libro reúne a los mejores actores y escenógrafos de tres generaciones, como ocurrió recientemente con las memorias de Plaza. Desde Héctor Alterio, Lola Herrera o Julieta Serrano hasta Carlos Hipólito, José Sacristán o Ana Belén, cientos de intérpretes de primera fila han trabajado a sus órdenes. Este incansable profesional repite una y otra vez en los ensayos “haz” como una exclamación para los actores y de ahí el título. “En esa palabra combino el teatro con la política que siempre van unidos. Porque debemos hacer, movilizarnos, actuar. Siempre recuerdo en este sentido una frase de Lorca que decía: `dejemos de buscar azucenas y metámonos en el barro ayudando a los que las buscan´”.

Así pues, esa filosofía del compromiso social ha acompañado la labor de un director que todavía hoy se declara comunista y reivindica su ideología y su visión de España a través de su trabajo. Desde que comenzara a dirigir teatro allá por los años setenta, José Carlos Plaza ha llevado a escena obras de los más importantes autores ya fueran extranjeros como Shakespeare, Brecht, Dario Fo, Moliere, Chejov o Albee o españoles (Lorca, Valle Inclán, Buero Vallejo, Sanchis Sinisterra o Mayorga). Al definir su tarea se considera un mamporrero porque sostiene que “el hecho teatral ha de penetrar en el espectador, ha de tocar el alma del espectador”. 

Emblema de una generación de teatreros que se curtió en los años finales del franquismo y la Transición, cuando el país entero pedía libertad a gritos, Plaza fue un cabecilla de las impresionantes huelgas de actores que al final de la dictadura revolucionaron la cultura. “Éramos una panda de locos, románticos e idealistas, que sólo vivíamos para el teatro”, recuerda el director en una charla con eldiario.es. Tal vez por ello lamente ahora que se haya perdido en parte la vocación en las nuevas generaciones. “El teatro es, sin duda, una vocación”, señala, “y hoy se ha desviado un tanto hacia la fama y no hacia el teatro”.

Formado en la escuela de teatro de referencia que dirigieron William Layton y Miguel Narros y en las compañías que impulsaron (el TEM, el TEI y el TEC), José Carlos Plaza evoca a sus maestros como una combinación perfecta. “Layton significaba la ciencia y el rigor con su método de partir del yo hacia el personaje como enseñanza para los actores. Narros, por su parte, representaba la locura y la genialidad”. Como alumno aventajado de ambos, Plaza tuvo muy claro que deseaba dedicarse al teatro, pese a la oposición de una familia burguesa y conservadora como la suya. “Yo iba para abogado porque en aquella época la gente del teatro tenía la etiqueta de disoluta, procaz, mala y divertida”. 

Seis décadas de teatro y ópera

En estas memorias, narradas en colaboración con su sobrina Rocío Westendorp, el autor va desgranando la evolución del teatro, de la cultura y de la sociedad española durante seis décadas. El libro Haz juega en su estilo con un tono ameno e irónico, elegante con los adversarios y elogioso con los suyos, plagado de anécdotas de un arte siempre en el alambre. Al hilo de su testimonio personal el autor desgrana reflexiones y opiniones sobre un tiempo y un país. Plaza no puede olvidar en sus memorias su doble condición de director y profesor de actores y desde esa perspectiva subraya la relevancia de la formación y el esfuerzo en el trabajo de los actores. “Los actores autodidactas”, confiesa, “acaban por suponer un lastre porque siempre van a hacer de sí mismos”.

La falta de pedagogía democrática y de cuidado de la cultura han impulsado el auge de la extrema derecha

José Carlos Plaza Director de escena

“Por el contrario, aquellos que aspiran a lograr la verdad escénica a partir de la mentira que es el teatro buscan el equilibrio entre el texto, el personaje y el actor. Es decir, parten del yo para llegar al personaje. Citaré dos casos de actrices magníficas que pueden ejemplificar esta actitud: la estadounidense Meryl Streep y la española Berta Riaza, a la que dirigí y que era la verdad escénica perfecta. En todo caso, siempre insisto con los actores en la idea de que la creación lleva aparejada el sufrimiento y el esfuerzo”, añade.

A la hora de distinguir entre actores y actrices, Plaza tiene muy claro que ellas se manifiestan más libres que ellos, que muestran todavía más reticencias a la hora de los matices. Y al opinar sobre esa eterna cantinela de la crisis del teatro, este artista lúcido y amable, de cabellos blancos y siempre vestido de negro, sonríe y declara seguro: “El teatro resulta imbatible como manifestación creativa. Ni el cine ni la televisión ni internet han podido vencer a un acto irrepetible que muere en sí mismo desde hace 2.000 años. Mientras haya un ser humano que se mire en un espejo y haga un gesto ya tenemos un acto teatral”.

A mediados de los años ochenta, Plaza recibió una oferta para dirigir un Macbeth en ópera. Valiente en sus retos, aunque él dirá que es más bien osado, aceptó la propuesta y desde aquella lejana fecha ha dirigido 80 óperas y zarzuelas además de conciertos, en especial de sus amigos Víctor Manuel y Ana Belén. “Cuando la gente confía en ti”, comenta con agrado, “resulta difícil negarte a un proyecto. Por ello me puse a estudiar música y debo reconocer que fui un afortunado. De hecho, la música entró en mi vida y en mi profesión por tres vías privilegiadas. En primer lugar, por la tarea de dirigir conciertos de Víctor y Ana, en segundo lugar por mi relación con un maestro como Mariano Díaz y, por último, por el flamenco a través de Cristina Hoyos. Me propuse la inevitable empresa de potenciar la importancia de la escena en el mundo de la ópera que en España, en aquella época, era exclusivamente un acontecimiento musical. Pero la esencia de la ópera se basa en el teatro fusionado a la voz cantada. Lo otro son conciertos sin más”. 

No obstante, José Carlos Plaza confiesa en sus memorias que sigue fiel al teatro. Así lo expresa: “Muchas veces me preguntan si prefiero dirigir ópera o teatro. Le debo muchísimo a la música y disfruto dirigiendo óperas. Pero soy y siempre seré fiel al teatro y ni algo tan poderoso como la música hubiera podido, si se hubiese dado el caso, separarme de él”. Poco después de su irrupción en la ópera, en 1989, Plaza aceptó dirigir el Centro Dramático Nacional (CDN), cargo en el que permaneció cinco años con el empeño principal de convertirlo en un organismo abierto a todo el país y no sólo centrado en Madrid. “Desgraciadamente no lo conseguí y el CDN sigue pecando de limitarse mucho a la capital en sus representaciones y en sus montajes”, lamenta Plaza con la distancia de los 30 años transcurridos.

Una y otra vez reaparece en la entrevista la preocupación de uno de los mejores directores de teatro de España, reconocido por la crítica, sus compañeros y por el público, sobre la situación política. “No entiendo”, comenta con rabia “esos disputas absurdas en la izquierda entre Yolanda e Irene, entre unos y otros, cuando las diferencias entre unos partidos y otros son mínimas. La división, los personalismos y las disputas por los puestos me deprimen e indignan. Entretanto, crece el huevo de la serpiente del fascismo. Durante la Transición nos enfrentábamos a un enemigo común que era Franco. Ahora pasa lo mismo, pero no nos damos cuenta de que igualmente tenemos un enemigo común con una derecha que reproduce las técnicas de propaganda del nazismo”.

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