El curioso 'déjà vu' del Edificio España
Antes de las noticias sobre la posible desaparición del Edificio España llegó la del complejo de Canalejas. Alentada y promovida por el anterior gobierno municipal, el PP rebajó la protección del lugar arquitectónico para que afectara únicamente a las fachadas. Pero antes hubo más: hubo construcciones emblemáticas cuya desaparición continúa lamentando el gremio de arquitectos. Es el caso del mercado de Olavide, el interior del cine Barceló y de algún otro aún más sangrante.
Madrid parece no haber aprendido de su historia. Y la del Edificio España parece repetirse, casi punto por punto, respecto a la de un edificio elevado a la categoría de símbolo y mito por su destrucción, perpetrada también en nombre del progreso económico. Fue en medio del hastío veraniego de 1999 (gobernaba en la ciudad Álvarez del Manzano) cuando la Comisión de Patrimonio consideró “no conveniente” el mantenimiento de la sede de los laboratorios de productos farmacéuticos Jorba, más conocido (y recordado) como la Pagoda de Fisac. El grupo Lar había comprado la propiedad y solicitado al Ayuntamiento su demolición.
El Colegio de Arquitectos lamentó la desaparición del edificio y pidió al Consistorio que se les consultara en adelante respecto a la destrucción de inmuebles que consideraban emblemáticos. Ante la polémica causada por la desaparición de la Pagoda, el tercer teniente de alcalde y concejal de Urbanismo de entonces, Ignacio del Río, ofreció a Miguel Fisac (arquitecto responsable del inmueble) comprarle el proyecto del mismo. La respuesta fue un “yo no me vendo” que calificaba la operación como una “tomadura de pelo”.
No era para menos. El edificio, que había sido construido en 1965 -levantando primero su estructura para después construir su fachada de arriba a abajo-, era una isla en el conjunto de creaciones de Fisac por huir del racionalismo imperante en su obra. Aunque moderno, poco parecía encajar en aquella España en la que tímidamente se empezaban a levantar también otros proyectos quizá menos vistosos pero igual de significativos, como el edificio Princesa (de Fernando Higueras), el gimnasio del colegio Maravillas (Alejandro de la Sota) o el diario Arriba (Francisco de Asís Cabrero).
Vuelta al principio
La Pagoda constaba de dos partes bien diferenciadas: un alargado pabellón exento de columnas y una torre de pisos cuadrados girados, uno sobre otro, en un ángulo de 45 grados, lo que le otorgaba su peculiar aspecto asiático. Fue la única obra española seleccionada en 1979 por el MoMA para su exposición Transformations in modern architecture.
Poco parecía haber aprendido Madrid hasta hace unos días. Los niveles de protección de los inmuebles se rebajan como si la calidad de sus materiales mermara de la noche a la mañana: así fue con el complejo Canalejas, mientras que el edificio España fue rebajado por el anterior Consistorio del nivel 3 al 2, que permite la demolición parcial del inmueble. La Pagoda también había sido incluida en 1993 en una ignorada lista de edificios protegidos.
En las últimas noticias, el grupo Wanda -nuevo propietario del Edificio España, planeado por Julián y José María Otamendi en 1948- anuncia lo poco conveniente de no desmontar la fachada para reconstruirla después, mientras que el Ayuntamiento de Madrid, por boca de José Manuel Calvo, concejal de Urbanismo, anuncia la viabilidad económica y técnica de apuntalar las zonas aún protegidas para evitar su derrumbe.
Quizá algo, no lo suficiente, haya cambiado. Lo cierto es que en todos estos casos de destrucción de patrimonio cultural los motivos económicos se han impuesto a los históricos y culturales, y nada parece importar el carácter arquitectónico de una ciudad a la que el boom del ladrillo le quiere quitar la modernidad que, en ocasiones, ha brillado en los edificios de un Madrid que vino y que no debe irse.