Cuando el teléfono era un lujo y viajar cosa difícil, entre amistades, seres queridos y familia variada se enviaban postales. Era muy común acordarte de alguien y hacerle llegar una postal graciosa, con algún chiste sencillo, que por detrás se dedicaba y en la que se mandaban recuerdos. La editora Raquel Manchado lleva años investigando la misoginia y la cultura de la violación en el humor gráfico y haciéndose con un arsenal de estas postales. Publica fanzines y libros desde su editorial Antorcha Ediciones e imparte charlas sobre la cuestión. Este jueves 4 de marzo es la siguiente, en el Museo Reina Sofía.
Las ilustraciones de las postales también nos hablan de la cultura popular de aquellos tiempos, del sentir de la calle y de cómo era el humor. Encontramos múltiples postales con mujeres con cerrojos en la boca, con gordas enfadadas y maridos pequeñísimos, con hombres dándole mamporrazos a mujeres, ridiculizando a suegras o a solteras amargadas y de escarnio a las mujeres que beben. Estaríamos ante los memes de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. “Me interesa mucho el papel antiguo de la mujer, el adoctrinamiento y cómo la cultura nos colocaba de manera directa el libro de instrucciones de cómo ser, esto lo encontramos en el humor gráfico de las postales antiguas. Gráficamente preciosas, pero a la vez nos da a entender cómo se construye lo cómico y contra quién, y qué pasa si te desvías de lo que era imperativo: he ahí el escarnio público”, dice Raquel Manchado. El humor es un lenguaje que puede servir para cuestionar el orden establecido o para afianzarlo, fijar estereotipos y como canal para aleccionar.
Las postales son herramientas de pedagogía que mediante el humor incluían el mandato de lo válido y lo socialmente correcto. “Tenemos muchas postales sobre la figura del calzonazos, que era por ejemplo un hombre sujetando un bebé en brazos que se mostraba como ridículo, ahí hay una clara pedagogía de la división sexual del trabajo. Un hombre fregando los platos con un mandil es otra ridiculización. Hay muchísimas postales humorísticas que inciden en los roles de genero y en la inversión para enseñar lo risible que resulta que lo que supuestamente tiene que hacer la mujer lo haga un hombre. De esta manera te enseñan cómo tiene que ser un hombre de verdad o cómo tiene que ser el marido con la mujer”.
No dejarse dominar y tener sujeta a las esposas es otro chiste común. “A la mujer se la dibuja más grande porque la estatura es un símbolo de poder, y a él bien pequeñito. A las mujeres se las presentan contentas y orgullosas porque están usurpando un lugar de poder ilegítimo. Ahí ya se infiere las dinámicas de poder de la época. Eso era cómico porque la creencia popular, el mandato real, era que el hombre tenía que sujetar y controlar a la mujer. La figura del calzonazos es constante en las postales”.
Lo cómico apelaba a cómo no se debe ser si no quieres que se rían de ti, como una advertencia. Raquel Manchado apunta: “Las postales nos cuentan sobre la pedagogía de la crueldad que hablaba Rita Segato. Cómo la cultura nos va entumeciendo para que se puedan instalar los prejuicios racistas, clasistas o machistas. Para ello tiene que haber un caldo de cultivo, que sería la violencia simbólica, que facilita la introducción y aceptación de esos mandatos. Cuando algo está ahí, está en todas partes y te haces con ello, lo asimilas y lo asumes como normal”.
Raquel Machado empezó a buscar más y más postales en foros, páginas de segunda mano y sobre todo tiendas de anticuarios, en las que ha pasado largos ratos haciendo arqueología del humor contra las mujeres. Las postales tienen sus matasellos y sus mensajes escritos a mano de los remitentes. “El dibujo suaviza la dureza del mensaje, es muy interesante como vehículo de violencia simbólica. Cuando ves a una mujer que le están clavando la lengua al poste en una postal, y vemos este mensaje y casi la misma idea en la ilustración en otras tantas diferentes, nos da para concluir que no es a una mujer en concreto, que es un mandato de silencio a todas las mujeres”. Las mujeres habladoras, las marisabidillas, con ideas propias y libres hay que mandarlas callar y sujetarlas, lo contaban las postales y el refranero popular: mujer que sabe latín no tendrá marido ni buen fin.
Gordas y solteronas
Las mujeres gordas son protagonistas también de estas postales. Raquel señala que como mujeres incumplen dos normas o mandatos de feminidad, por un lado ocupar más espacio que el hombre, y en segundo lugar, el hecho de no esforzarse por agradar, de permanecer gorda puede leerse como un desacato a la autoridad, una doble desobediencia. “Por eso incluso hoy día, es muy interesante a nivel político, estar fuerte y gorda sigue siendo un desacato de la feminidad”. Raquel Manchado editó un fanzine llamado Cómo reírse de una mujer gorda. Manual práctico de gordofobia y misoginia en el humor gráfico, en el que muestra y reflexiona sobre su material de postales gordofóbicas.
La solterona ocupa mucho espacio en el archivo de Raquel. “Siempre la dibujan triste y con gatos y loro. Se utilizaba para decir de manera cómica, 'chica, sé buena porque si no, lo que te espera es la pena y la amargura'. A las mujeres se las encarrilaba para el matrimonio y el trabajo doméstico, el epílogo de la vida de las mujeres es la boda. Estas postales con el mensaje solterona eran una advertencia. Sed buenas chicas si no queréis acabar así. Había una intención clara para que las niñas no tuvieran esa alternativa, así que se muestra estas solteronas amargadas y frustradas”.
Otro personaje estrella en el humor de postales es la suegra. A este respecto Raquel cuenta: “El hombre tiene a su madre y esposa que le sirve, pero la suegra no le sirve, y encima tiene que guardarle cierto respeto, por lo tanto rompe el dominio masculino”. Era una figura de autoridad que podía cuestionar al varón, es por eso que la convertían en un monstruo odioso. Hay millones de chistes que consisten en estrangular a la suegra, de violencia física hacia ellas pero ah, como era la suegra, no estaba tan mal visto porque era arpía“.
Raquel señala que estas postales podrían resumirse con el refrán “de aquellos barros estos lodos” y que hay que reflexionar sobre cuánto de lo que esconden los chisten queda todavía en nosotros.