Exdirectora de Gabinete de Economía y Hacienda de Madrid. Autora del libro sobre confluencias municipalistas “La conquista de las ciudades”. Profesora de Historia. Exdiputada autonómica de Esquerra Unida y miembro de la dirección federal de Izquierda Unida.
Lucas Marco: “La Gestapo instruyó y organizó a la Brigada Político Social”
- Entrevista al periodista Lucas Marco, que publica el libro Simplemente es profesionalidad. Historias de la Brigada Político Social de València tras obtener la Beca Josep Torrent de Periodismo de Investigación otorgada por la Unió de Periodistes.
El libro comienza con una advertencia de un policía veterano: “Hay un pacto de silencio en Jefatura sobre este tema, nadie va a hablar”. A pesar de que la policía no haya metabolizado aún su pasado más oscuro, el periodista Lucas Marco ha conseguido la información necesaria para esbozar una imagen fiel del comportamiento y razón de ser de uno de los brazos armados más temibles del régimen franquista: la Brigada Político Social. Recogiendo los hilos de diferentes historias ha tejido el tapiz de lo que fue este cuerpo policial dedicado a la represión política.
Su libro sale publicado precisamente cuando la BPS vuelve a estar de actualidad, tras la querella que investiga el Juzgado de Instrucción número 1 de Valencia en la que detenidos antifranquistas denunciaron, entre otros, al comisario Benjamín Solsona, conocido como Billy el niño valenciano.
Los 18 capítulos de esta crónica incluyen títulos tan sugerentes como “La huella de la Gestapo”, “El escrache a la BPS de València”, “Palomares sale más bajito de comisaría” o “Angelina Gatell: cenizas en los labios”. Porque ésta no es únicamente una crónica de lo que fue la Brigada, sino también de quiénes fueron sus principales objetivos: la militancia antifranquista organizada, sobre todo, en el Partido Comunista y en Comisiones Obreras. No es éste un trabajo surgido de un historiador inspirado en el positivismo de las fechas y los datos, sino una rigurosa investigación propia de quien lleva muchos años en el oficio de periodista. Es por ello que, no sólo su escritura rebosa fluidez, sino que sabe cómo enganchar al lector. Selecciona los elementos más interesantes de cada historia y, valiéndose de su intuición, profundiza en las historias de vida de personajes secundarios valiosísimas desde la perspectiva de lo humano.
¿Por qué el título? ¿Por qué simplemente es profesionalidad?
Se me ocurre a partir de una frase del comisario Manuel Ballesteros en una entrevista en 1981, en la que dice literalmente: “lo mío simplemente es profesionalidad. Nunca me he excedido de lo que marcaban las leyes, las de antes y las de ahora”. Esta frase representa muy bien el reciclaje de estos agentes durante la transición.
¿Qué era la Brigada Político Social?
La BPS era una policía política clásica propia de un Estado autoritario. Sus raíces se encuentran en las postrimerías del siglo XIX, en plena Restauración, cuando su objetivo prioritario era combatir el anarquismo. No hay otro país del mundo en que el anarquismo haya tenido tanta fuerza. Fue, desde la posguerra, un instrumento fundamental de la represión franquista. Su función era controlar y desmantelar a las organizaciones contrarias al régimen. Debido a la restrictiva regulación del acceso a ciertos archivos, a día de hoy es complicado conocer en profundidad la estructura de la BPS. Se organizaba por grupos: estudiantil, sindical, etc. Por otra parte, como bien me explicó uno de los fundadores de CCOO, Antonio Montalban, en la BPS cohabitaban dos tipo de perfiles: el del policía que tenía una vocación represiva y aquel que se encontraba en el cuerpo policial de forma meramente circunstancial y que, por tanto, no era tan activo. Esta aclaración de Montalbán, que los conocía muy bien, es importante.
¿Dónde se encontraba físicamente en València la sede de la BPS?
Durante la posguerra estaba en un palacete de la Calle Samaniego, detrás de la Diputación de València, que era la Jefatura Superior de la Policía y que ya ha desaparecido. En la década de los 50 se traslada a su ubicación actual en la Jefatura de la Gran Vía. Por lo que he podido saber, también existían núcleos de la Brigada en lugares como Sagunto o Alcoi, enclaves de importante fuerza obrera y sindical.
¿De qué testimonios se ha nutrido su investigación?
La mayoría de los agentes importantes de la Brigada Político Social fallecieron, así que las fuentes policiales con las que he podido hablar son personas que estuvieron poco tiempo en la BPS y que no tuvieron un papel demasiado relevante.
Aunque algún comisario jubilado contaba historias interesantes. Pero han sido, fundamentalmente, los testimonios de los detenidos los que más me han servido para perfilar a los protagonistas. También he utilizado muchos sumarios judiciales, archivos históricos, material de hemeroteca y autobiografías.
¿Cuál era el perfil de los policías de la Brigada Político Social?
Hay básicamente dos generaciones. La primera es la de quienes lucharon en la Guerra Civil, en el bando franquista. La segunda generación es la de policías que se incorporan en la década de 1950. A ella pertenecieron Benjamín Solsona o Manuel Ballesteros, que fue el policía de la BPS de Valencia que más lejos llegó después de la transición. De hecho, en el caso de Ballesteros, tanto el gobierno de la UCD como el del PSOE, lo ponen al frente de importantes responsabilidades en materia de lucha antiterrorista. Solsona acaba ostentando cargos como el de Jefe Superior de Policía en Palma.
¿Cuáles han sido las historias que más le han impactado?
El testimonio de Rosalía Sender, la entonces mujer de Antonio Palomares —ambos dirigentes comunistas— es muy interesante porque tuvo un papel muy activo en la denuncia del calvario que sufrió su entonces marido. Según el testimonio del propio Palomares, recogido en una cinta poco antes de morir en 2007 por el Foro para la Investigación de los represaliados antifranquistas, tras su paso por la comisaría sufrió una reducción de la estatura de varios centímetros. Rosalía Sender organizó a las mujeres del resto de detenidos que se encontraban en similares circunstancias y denunció como bien pudo lo que estaba sucediendo. El testimonio de Antonio Montalbán, un hombre al que tengo un gran respeto y estima, también me impactó. Al ser un militante antifranquista muy activo, tanto él como toda su familia fueron muy perseguidos y conoció muy de cerca a los agentes de la Brigada. Sus vivencias son muy duras, recuerdo el relato brutal de su detención en 1969. También me interesaron mucho los testimonios de los hermanos Carlos y José Luis Monzón, especialmente la historia de sus padres, que merecería un libro aparte. O lo que me contaba José Luis González Cussac, catedrático de derecho penal de la Universitat de València, sobre la detención de su padre en 1947 en una caída de las Juventudes Libertarias. Son recuerdos que no deben quedar en el olvido.
¿Quién era Benjamín Solsona, el conocido como el “Billy el niño valenciano”?
Le dedico el último capítulo del libro y su historia va indisolublemente unida a la de la querella argentina. De hecho, ha sido otra reciente querella contra él y otros policías de la BPS la que, por primera vez, ha sido admitida a trámite por un juzgado valenciano. José Luis Mónzón decía que era un “peligro público”. Parece que respondía al perfil de policía de la BPS vocacional. Tuvo una historia interesante cuando detuvo en 1975 a “Els 10 d'Alaquàs”, entre los que se encontraban Ernest Lluch y el actual conseller de la Generalitat Valenciana, Vicent Soler. Según me contó gente cercana a Lluch, cuando fue ministro del Gobierno del PSOE, en una visita oficial a Palma, el responsable de protegerle era el propio Benjamín Solsona. Parece ser que Lluch se quedó estupefacto y le planteó a Barrionuevo cómo era posible que alguien que había estado en la Brigada Político Social acabara siendo jefe superior de la Policía.
¿Qué relación existió entre la Brigada Político Social y la Gestapo?
El gobierno franquista y el gobierno nazi suscribieron acuerdos de cooperación en materia policial. La Gestapo instruyó y organizó varios de los organismos represivos franquistas, no sólo la BPS. Uno de los personajes que más me ha interesado en esta investigación es el escritor Julián Carlavilla de Barrio. Como dice el historiador Paul Preston fue una de las figuras más siniestras del franquismo que, además, combinó su faceta de escritor propagandista antisemita con su trabajo en la BPS. Carlavilla se vio implicado en un complot para asesinar a Azaña en 1936 pero se fugó a Lisboa donde trabajó durante la Guerra Civil para la embajada franquista. Según los documentos diplomáticos confidenciales que he consultado en su expediente, la policía política portuguesa —es decir sus homólogos lusos— lo detuvo por un asunto bastante turbio pero tras la guerra volvió a España e ingresó de nuevo en la policía. He consultado toda su obra y en uno de sus libros más estrambóticos relata una visita oficial que hizo a un campo de concentración alemán bajo el control de las SS. Según el historiador José Luis Rodríguez Jiménez, que ha publicado valiosos estudios sobre el antisemitismo en España, Carlavilla comandó una brigada policial secreta dedicada a perseguir judíos por indicación de la embajada alemana en Madrid. En el Archivo de Salamanca también consulté listados de masones españoles, al parecer elaborados por la Gestapo. Desafortunadamente es un tema poco estudiado.
En su libro cuenta historias que, aunque secundarias en cuanto a la información que aportan a la historia de la BPS, ayudan a dibujar muy bien el paisaje de toda una época. Una de esas historias es la de la poetisa Angelina Gatell.
Cierto, Angelina Gatell es casi adolescente cuando llega desde Barcelona con su familia y se instala en Valencia. Pronto inicia una aventura amorosa con un policía de la Brigada Criminal mientras paralelamente se enrola en el Socorro Rojo. Un día, cuando está pasando un sobre a una compañera suya, que contenía fondos para los presos antifranquistas, son sorprendidas por agentes de la BPS. Entonces su compañera sale corriendo con la mala fortuna que es atropellada, por lo que ella se queda sola con los agentes. Entonces de repente aparece su pretendiente que solía acompañarla hacia casa, y les dice a los de la Brigada Social que es su novia y la dejan en paz. Lo curioso de esta historia es que el policía notaba que hacía cosas raras y consigue que ella le explique a qué se dedica. El policía, probablemente por amor, la ayuda a falsificar documentación sacando cédulas de identidad en blanco de la comisaría para que ella las rellenara con nombres falsos, él ponía el cuño oficial y, finalmente, conseguían una falsificación perfecta. Este noviazgo tan singular en plena posguerra en Valencia acabó y ella se casó con una persona del mundo de la cultura y se fue a vivir a Madrid. Angelina Gatell era una buena poetisa. Curiosamente, a pesar de que pudo escapar de la represión, en los 70 su hijo fue detenido por la BPS y su casa desvalijada.
Otra historia reseñable es la de Pedro Caba, un policía nada habitual. ¿Cómo llegó a conocer su trayectoria?
Pues fue, casualmente, leyendo unas memorias de Carlos Llorens que, por cierto, me parece uno de los testimonios más interesantes sobre nuestra ciudad en la posguerra. Era un arquitecto comunista que fue detenido y en sus memorias explicaba que en comisaría se topó con un policía que lo trata muy bien y con quien conversa de literatura, filosofía... y que respondía al nombre de Pedro Caba. Este hombre no era de la BPS, formaba parte del Servicio de Información. Me entró tanta curiosidad por saber quién era Pedro Caba que, a partir de esa referencia, busqué y encontré que, efectivamente, era un filósofo y escritor que se había tenido que meter en la policía por supervivencia económica. Era, por tanto, un personaje totalmente anómalo en la policía franquista. Una persona extremadamente culta, con una gran actividad cultural, participaba en la tertulia del Gato Negro de Valencia, en la que conoció a su amiga Angelina Gatell y a republicanos supervivientes vinculados a la lucha antifranquista. Los parroquianos de la tertulia publicaron una revista de poesía con un poema de Lorca en plena posguerra, algo bastante insólito.
Tras el fin del franquismo, ¿volvieron a encontrarse algunos de estos policías con sus víctimas, como en el caso de Lluch?
Sí, claro. En Valencia, una ciudad relativamente pequeña, se encontraban por la calle en ocasiones. Antonio Montalbán me contó que un día en un autobús de la EMT se le acercó un hombre mayor que él y le confesó que había sido un agente de la BPS y que se acordaba de él. Pero se lo dijo en un tono cercano y amable, incluso llegó a darle su tarjeta. Dionisio Vacas, otro veterano militante antifranquista, también contaba que se había encontrado a un agente jubilado. En realidad, estas escenas de reencuentros son tremendas.
¿Cómo fue el escrache a la BPS de Valencia en 1972? ¿Cómo llegó a descubrir esta historia?
Hace unos años el historiador Alberto Gómez Roda me enseñó un periódico clandestino del Partido Comunista que daba los nombres, direcciones y teléfonos de casi todos los agentes de la BPS de Valencia y hacía un llamamiento a incordiarlos. Se publicó en enero de 1972, apenas unos meses después de la detención de varios estudiantes antifranquistas, algunos de los cuales son, por cierto, denunciantes de la última querella. Era una información, según he podido comprobar, muy precisa. Probablemente sacaron los nombres completos de los sumarios judiciales del Tribunal de Orden Público y buscaron en las guías telefónicas de la época. Básicamente hicieron lo que los argentinos llamarían años más tarde un escrache. Lo curioso es que la gente que militaba en el PCE en aquella época o no saben o no quieren desvelar quién lo hizo. Yo tengo mis sospechas. En todo caso, Rosalía Sénder cuenta en sus memorias que cuando detuvieron a Palomares dos años antes ella lo intentó hacer a través de Radio Pirenaica. Fuese quien fuese, se lo agradezco mucho porque casi cinco décadas después esta información me ha sido de gran ayuda para investigar.