Ya no queda nada del mayor campamento de Marruecos donde los migrantes que intentan llegar a España se refugiaban de los controles
A la salida de una estación de autobuses de Casablanca, un hombre pone su ropa a secar en una valla de lo queda del que fue el mayor campamento de migrantes en Marruecos. En el interior del recinto trabajan máquinas y grúas de construcción. El suelo de asfalto está levantado y sobre la arena se elevan casetas de uralita. Todo ello vallado y con carteles de las empresas que llevan a cabo las obras. El antiguo campamento de migrantes está desmantelado y rodeado de furgonetas de la Policía nacional y de antidisturbios. Apenas se ven personas subsaharianas cuando en agosto se concentraba aquí un millar.
La nueva línea del tranvía de Casablanca atravesará el asentamiento que acogió a más de 2.000 personas en 2017 cuando varios saltos a la valla fueron frustrados. Allí llegaban los heridos desde las fronteras de Ceuta y Melilla para recuperarse y volver a viajar al norte e intentar de nuevo entrar a Europa. En él también acababan algunos de los migrantes durante los traslados forzosos al sur efectuados por las autoridades marroquíes desde las ciudades del norte en el marco de los controles migratorios desplegados hace más de un año tras la promesa de fondos de la UE.
Si bien el asentamiento les proporcionaba un refugio en el trayecto, ahora no tienen adónde ir y se encuentran dispersos por la ciudad pequeños grupos, lo que les expone a ser detenidos con mayor facilidad en las redadas de las autoridades marroquíes. La nueva construcción, vallada, evita que puedan reagruparse y volver a levantar el campamento.
A principios del mes de junio, cerca de 1.000 hombres, la mayoría jóvenes, sobrevivían en las casas que habían construido de madera con mantas a modo de puertas y ventanas. El jefe del campamento, el maliense Cámara, ya advirtió entonces del aumento de la intervención policial. “Las fuerzas del orden llevan varios días molestándonos”, dijo en una entrevista con eldiario.es.
En la cabaña más amplia, con mayor luz y amueblada con sillas y una mesa de centro, además de una cama, Cámara explicaba que llevaba tres años allí y que muchos de los migrantes “se quedarían en Marruecos si tuvieran oportunidad de trabajar o estudiar”.
Cuatro meses más tarde no hay ni rastro del campamento. Nada queda de esa cabaña amplia, con más luz y amueblada. Varios agentes evacuaron a todos los residentes tras un incendio el 30 de junio y violentos enfrentamientos en los días posteriores. La versión oficial relacionó los incidentes con asuntos de drogas, algo que los migrantes niegan, asegurando a este medio “que se pelearon por un robo de un teléfono móvil”. Las personas desalojadas sostienen que la Policía les enseñó en la comisaría declaraciones de los vecinos del barrio que les acusan de varios delitos. “Vamos que somos bandidos y asesinos, que hacemos de todo. Es falso”, defienden ellos.
“La disputa fue por una pelea móvil entre un maliense y un guineano, no hubo ninguna historia de cocaína”, indica a eldiario.es un ciudadano marroquí que declaró en la comisaría. “Su objetivo es solo llegar a Europa, no hacen ningún mal”, agrega, por lo que pide al rey Mohamed VI “que no juegue con ellos”.
Solo diez días después de arder el recinto, las autoridades comenzaron las obras para el tranvía e impidieron el acceso a los migrantes. En la actualidad, los antiguos residentes se niegan a abandonar la zona, alegando su derecho a una vivienda y a la libertad de circulación. Se han ido reubicando en asentamientos provisionales en parques y jardines en los alrededores de la estación de autobús. Algunos permanecen en el cementerio, la mayoría divididos por nacionalidades. Otros en los bosques próximos a la zona.
“La Policía viene todos los días”
Son las 18:30 horas de un domingo caluroso de verano. En uno de esos bosques a los que los antiguos residentes del campamento van a parar, sobrevive un grupo de cien personas de Guinea Conakry. No han comido nada. Una familia guineana llega con una furgoneta y cubos de arroz cocido. Fue el primer alimento que se llevaron ese día a la boca. “No estaremos mucho tiempo aquí porque la Policía viene todos los días”, advirtieron. Al cabo de unas horas, uno de ellos envió un vídeo a este medio en el que se ve cómo un grupo de antidisturbios los acordonaba por uno de lo flancos del bosque.
Desde el Gobierno justifican la evacuación del asentamiento “para garantizar la seguridad de los ciudadanos y la propiedad pública y privada”. Además tienen prohibido cualquier reagrupación. Por eso se reúnen principalmente en pequeños grupos dispersos.
Inmediatamente después del incendio se levantaron vallas de hierro en el recinto, que anteriormente se usaba como un estadio de fútbol, para bloquear la entrada de los migrantes. Las excavadoras abren zanjas para preparar el terreno bajo la pancarta de la empresa de desarrollo local de transporte que supervisa la preparación de la tercera y cuarta línea del tranvía en la capital económica.
Diallo, de Guinea Conakry, permanece en un jardín cercano acompañado de algunos compatriotas. Tiene 23 años, lleva tres en Marruecos y asegura sentirse agotado. “Estamos cansados en este país. La Policía nos coge todos los días, nos saca hasta de los jardines”, denuncia. Sin embargo, indica que prefiere quedarse aquí “esperando el día que nos dejen pasar”. Dice que desde el desalojo del campamento están “en peor situación porque allí la policía no entraba, solo el responsable, y aquí viene todos los días, y ni siquiera nos deja dormir”. “Además la población nos molesta, hay jóvenes delincuentes que nos atacan con cuchillos”, sostiene.
El grupo discute sobre los acuerdos con otros países y las ayudas que recibe Marruecos de otros Estados. “Lo que nos choca, le decimos a la Policía, es que Europa ha pagado dinero para la migración de Marruecos y vosotros rechazáis mantenernos, darnos de comer, y no hacéis nada por nosotros”, afirman.
En los alrededores continúa la persecución a los migrantes. “Aquí no podemos dormir porque viene cada día la policía”, lamenta Ousmane (nombre ficticio) un menor de 12 años de Guinea Conakry que cruzó las fronteras de Malí, Argelia y llegó a Marruecos hace medio año.
Ousmane repite lo mismo que todas las personas expulsadas del campamento: “Desde hace unos meses nos buscan y nos echan. Estamos cansados”. “Nadie hace nada por nosotros, si salimos a los semáforos para pedir limosna, la policía viene en moto y nos coge. Hay personas en prisión, las torturan, les pegan, rompen los pies de nuestras camaradas…”, agrega.
Pero el menor sigue firme en su único deseo aquí, en Casablanca. “Quiero entrar en Europa, estudiar, continuar mi vida, y tener una buena posición con una buena educación”.