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El limbo de los 'indeportables' en Dinamarca: atrapados indefinidamente en centros de expulsión

Khoshnaw, un interno de origen kurdo iraquí del centro de Kærshovedgård, observa una foto con su hijo Kevin, su hijo de siete meses.

Alicia Medina

Dinamarca —

Khoshnaw Nameq observa ensimismado a Kevin, su hijo de siete meses, a través de la pantalla del ordenador. “Aquí está intentando hablar, pero nadie entiende lo que dice”, afirma con una sonrisa este joven padre mientras el pequeño balbucea de forma ininteligible. Repite el vídeo y, a continuación, se lamenta: “Es mi hijo, pero en cierta manera no lo es porque no puedo estar con él, cada madre o padre conoce todos los detalles y cambios de la vida de su hijo…yo no”.

Khoshnaw vive en Dinamarca desde hace siete años. En 2015 se casó con su novia danesa, Christina, y el pasado 1 de abril se convirtieron en padres de Kevin. Pero Khoshnaw está anclado a una orden de expulsión a su Irak natal, del que huyó en 2010 tras recibir amenazas de muerte.

Las autoridades danesas rechazaron su petición de asilo en 2012, pero no pueden forzar su expulsión ya que Irak solo acepta la devolución de ciudadanos que vuelvan voluntariamente. Esto situó a Khoshnaw en el centro “abierto” de salida Kærshovedgård: el limbo de los indeportables.

Kærshovedgård se halla en mitad de campos de maíz y bosques en Jutland, al noroeste de Dinamarca, aislado de cualquier núcleo urbano y sin acceso a transporte público. 350 kilómetros separan a Khoshnaw de su pareja y de su hijo, que viven en el norte de Copenhague. “Tengo que coger la bici, hacer ocho kilómetros hasta la estación y coger el tren que tarda cinco horas hasta Copenhague”, relata. Eso cuando los Servicios Daneses de Inmigración le autorizan.

“He vivido en centros de deportación los últimos tres años, estoy esperando a que algo ocurra”, cuenta en una entrevista con eldiario.es. Se muestra contento porque el siguiente fin de semana estará con su familia. Hace 17 días que no ve a su hijo. Hace siete años que no ve a su padre.

“Mañana saldrás de Irak”

Khoshnaw es kurdo iraquí. Tras la caída de Sadam Hussein en 2003, su padre, que pertenecía a los peshmerga (ejército kurdo), fue nombrado por EEUU jefe de un grupo de operaciones antiterroristas. En 2008, el parlamento iraquí amnistió a miles de presos, muchos de ellos “insurgentes”. La familia de Khoshnaw, dice, se convirtió automáticamente en objetivo de grupos terroristas.

En diciembre de ese año atacaron su vivienda, Khoshnaw tenía 15 años. En 2010, su padre fue ametrallado por un grupo armado mientras conducía de camino a casa. Sobrevivió gracias a que un convoy de peshmergas se cruzó en su camino. “Recibió un tiro en la pierna y se rompió el brazo, pero tuvo suerte”, cuenta Khoshnaw. Esa noche fue con su madre al hospital y su padre le dijo escuetamente: “Mañana saldrás de Irak”.

A la mañana siguiente, relata, un amigo de la familia le llevó en coche hasta la frontera turca. Una vez en Turquía, Khoshnaw llamó a su padre, quien le leyó una carta que, según indica, le envió un grupo terrorista: “Ya que no podemos matarte a ti, vamos a ir a por tu hijo Khoshnaw, sabemos que lo estás intentando sacar de Irak, le encontraremos y le mataremos”. Su padre le dijo: “Tengo un plan, está todo pagado, tú sólo sigue las órdenes”. No le desveló cuál era su destino. “A mi padre le gusta dar órdenes, es muy militar”, comenta con mueca melancólica.

El rechazo de Dinamarca

Siguiendo el plan de su padre, Khoshnaw cruzó Turquía, Grecia, Italia y Alemania hasta llegar a Dinamarca. En Copenhague, un control policial truncó los planes de su padre, que había previsto enviarlo a Finlandia. “Cuando salí del bus un policía me preguntó por mi pasaporte y le dije que no tenía ningún documento”, recuerda.

La policía danesa le envió al centro de recepción de Sandholm. Le tomaron las huellas y solicitó asilo en Dinamarca. Como tenía 17 años, Khoshnaw fue enviado a un centro de menores. Logró escaparse y llegar ilegalmente a Finlandia, pero le expulsaron a Dinamarca en julio del 2011. Durante un año y medio vivió en una casa proporcionada por el Gobierno, a la espera de la entrevista con los servicios de inmigración.

En el 2012 rechazaron su petición de asilo. Recurrió la decisión sin éxito. “Me dijeron que creían mi historia, pero que pensaban que podía ir al norte de Irak y vivir allí sin problema”, recalca indignado. “Si fuera un sitio seguro para mí, mi padre, al 100%, no me habría enviado a Europa, sino a Kurdistán, porque así podríamos estar más cerca y visitarme”, se lamenta.

Según los Servicios Daneses de Inmigración, en el año 2017 solo el 8% de iraquíes han obtenido asilo. “La actual situación de seguridad en Irak no es motivo suficiente para conceder asilo, solo motivos personales”, alegan.

El limbo de los “centros abiertos de salida”

Más 5.000 solicitantes residen en los 32 centros de asilo repartidos por territorio danés. Algunos de ellos están a la espera de resolución y otros han sido rechazados, pero están esperando una respuesta a su recurso. Cuando la solicitud de asilo es rechazada en firme, como ocurre actualmente en el caso de 1.000 personas, son enviados durante a los centros de detención de Ellebaek y Vridsløselille a la espera de su deportación.

Si el retorno es “improbable”, por ejemplo, si el país de origen no acepta expulsiones forzadas, como Irak, la persona no es detenida pero sí enviada a un centro de salida hasta que acepte voluntariamente su expulsión. Indefinidamente. Ese es el caso de Khoshnaw.

En 2012, mientras recurría la sentencia de denegación le enviaron a un centro de acogida en Avnstrup. Ese año conoció a Christina, hoy su esposa. En 2015 le enviaron al centro de salida de Sjælsmark, en el norte de Copenhague, donde ella vivía.

Tras tres años de noviazgo se casaron y a los meses estaban esperando a su primer hijo. En octubre de 2016, cuando Christina estaba embarazada de tres meses, recibieron una carta de los servicios de inmigración comunicándoles que trasladaban al joven a Kaershovegard, el otro centro de salida del país, a 350 kilómetros. “Les intenté explicar que esperaba un hijo en unos meses, pero me dijeron que las reglas eran las reglas y me trasladaron aquí”, relata.

Los dos centros de salida de Dinamarca, Sjælsmark y Karshovedgard, fueron inaugurados en 2015 y 2016 respectivamente y están gestionados por los servicios penitenciarios. Actualmente hay 134 internos en el primero y 199 en el segundo.

Según fuentes del Ministerio de Inmigración, el propósito de estos centros de salida es “mandar una clara señal a los migrantes de que no tienen futuro en Dinamarca y motivarles para que cooperen con su expulsión”. Khoshnaw, que lleva un año en Kærshovedgård, ha captado la señal: “Este centro está pensado para deprimirnos y que nos cansemos de vivir aquí; no puedes hacer nada, no te dan dinero, es como una cárcel, solo que se llama centro de deportación”.

La vida suspendida en Kærshovedgård

Kærshovedgård está rodeado por una verja y a la entrada hay un control policial, pero se define como “abierto” porque los internos pueden salir durante el día con la condición de que vuelvan a dormir allí.

Khoshnaw se queja de que a partir de las cinco de la tarde no se aceptan invitados. “Christina no puede venir con Kevin aquí, así que lo que hacemos es que yo les visito”. Para dormir una noche fuera del centro, Khoshnaw tiene que pedir permiso con cinco días de antelación.

Durante el embarazo, en diciembre del año pasado, Khoshnaw pidió un permiso abierto para poder salir del centro en cualquier momento. Se lo denegaron. “Yo les expliqué que no sabía en qué fecha exacta iba a dar a luz mi mujer, pero nada”. Así que cogió prestado el coche de su esposa y el 1 de abril recibió la llamada desde el hospital. “Cuando llegué, aún tardó otras 10 horas en nacer, tuve mucha suerte, estuve cinco días con ellos, sin permiso, y luego volví al centro”.

“Estar casado y tener un hijo aquí no es garantía para quedarse en Dinamarca, para solicitar una reunificación familiar las autoridades danesas exigen que la pidas desde tu país de origen”, recalca Eva Singer, Jefa de Asilo y Repatriación del Consejo Danés para los Refugiados, una organización privada humanitaria.

Huelga de hambre contra las condiciones del centro

Días después la conversación con Khoshnaw, 35 de sus compañeros en Kærshovedgård comenzaron una huelga de hambre. Exigen que se reabra su caso de asilo y mejoras en las condiciones del centro.

Días después de la conversación con Khoshnaw, el 10 de Octubre, 35 de sus compañeros en Kærshovedgård comienzan una huelga de hambre que durará 17 días. Exigen que reabran su caso de asilo y mejoras en las condiciones del centro.

“Están durmiendo en tiendas de campaña a la intemperie como protesta, así que les llevé ropa y a pesar de que estaban exhaustos y enfermos, nos recibieron calurosamente”, señala Emil Bulöw, activista danés en contra de estos centros que visitó a los refugiados en su duodécimo día de huelga para mostrarles su apoyo.

“Es muy doloroso verles así, el sangrado por la nariz es común y la cosa empeorará, pero es importante que entendamos que, para ellos, estar en el centro es una muerte lenta y esto es sobre lo único que tienen poder, no pueden decidir dónde ir, dónde vivir, pero sí pueden decidir si quieren comer o no”, defiende su compañera Anemone Samy.

“La vida en el centro es tan horrible que no tienen nada que perder”, sentencia Anemone, quien califica de “gran vergüenza” la existencia de estos centros en Dinamarca y considera que “no siguen” el espíritu las convenciones internacionales de derechos humanos.

Sin embargo, el explícito rechazo a estos centros es limitado. “Si una persona ha sido rechazada y no hay posibilidad de que se quede legalmente en Dinamarca es aceptable que el Estado y la policía la expulsen a su país y medidas como la detención son parte del proceso”, opina el Consejo Danés para los Refugiados. Incluso el colectivo al que pertenecen Emil y Anemone, Verlingboerne, que cuenta con 200.000 simpatizantes, rechaza posicionarse políticamente y se limita a ayudar a los refugiados en su vida diaria, por ejemplo, proporcionándoles ropa.

El pastel de las 50 medidas antimigración

En 2015, Dinamarca recibió 21.316 refugiados. En junio de ese año, la coalición de centro derecha de Lokke Rasmussen accedió al Gobierno. Desde entonces, han aplicado 64 “medidas restrictivas” en materia de migraciones. Para celebrar las primeras 50 medidas, la ministra de Inmigración e Integración, Inger Støjberg, publicó una foto sonriente con un pastel con un 50 dibujado en chocolate.

Una de esas medidas fue la de requisar los objetos personales de los refugiados para costear su alojamiento. Para Eva Singer, la mayor violación de esa reforma fue el aumento de uno a tres años de espera para la reunificación familiar. “La consecuencia es que las familias recurren a traficantes y vienen de forma ilegal”, explica. El Comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Nils Muižnieks, alertó a la ministra Stojberg sobre la incompatibilidad de esa enmienda con el Artículo 8 de la Convención Europea de Derechos Humanos.

De enero a agosto de 2017, las solicitudes de asilo han caído hasta las 2.254 y el Ejecutivo danés avisa: “Aunque el número de solicitantes haya descendido, el Gobierno continuará con su firme, consistente y realista política migratoria”.

“Me quedo, no me rindo”

¿Retenidos, hasta cuándo? La respuesta de Eva Singer es categórica: “Pueden estar en los centros de salida para siempre, no hay limitación”. Puntualiza que la ley establece una provisión para acceder a un permiso de residencia temporal en el caso de que la persona haya estado más de 18 meses en un centro abierto y la policía considere que es imposible expulsarlo. Sin embargo, esta medida no se ha usado desde el 2015.

La directiva europea del retorno establece un período máximo de detención de seis meses, pero el Ejecutivo danés no considera a estas personas “detenidas” ya que “son libres de abandonar el centro de salida cuando quieran mientras cumplan con sus obligaciones de presentarse a la policía tres veces por semana”. Y añaden que “son libres de dejar Dinamarca cuando quieran”.

Preguntados por los solicitantes de asilo que permanecen años en estos centros, fuentes gubernamentales aducen que “en principio no deberían estar en los centros de salida por muchos años, pero cuando lo hacen es porque rechazan cooperar con las autoridades”.

Desde el Consejo Danés para los Refugiados, Singer critica que la policía “pide a los refugiados cosas imposibles, como que proporcionen un carné de identidad de su país que no pueden conseguir, pero la Policía no les cree”. Hay ciertos países que directamente ni contestan los requerimientos de las autoridades danesas. “Incluso si un refugiado lleva varios años encerrado, la Policía danesa siempre piensa que se pueda hacer algo para llevar a cabo la expulsión, nunca se rinden”, concluye.

Pero la determinación de las autoridades se topa con la determinación de quien siente Dinamarca como su hogar. Como Khoshnaw. Lleva años en el país. “¿Qué hago con mi familia? No quiero volver a Irak, siento que Dinamarca es mi hogar, celebro la Navidad, hago todas las fiestas. Intenté estudiar Electricidad en la escuela técnica, pero no me dieron permiso... Yo me siento bienvenido en el país, es simplemente el Gobierno el que no me da la bienvenida”, se lamenta.

Cada mes, el joven acude a una entrevista con la Policía. “Me dicen: 'Si no vuelves a Irak, te vamos a meter en la cárcel'. Yo, cada vez, les contesto: 'No importa lo que hagáis o cuánto me presionéis. Me quedo, no me rindo”.

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