“¿Cómo vivir tras ser torturado?”
La llamada a la oración y los cláxones de los taxistas componen la banda sonora de El Cairo. Cinco años después de la fallida revolución egipcia, se respira una aparente normalidad. Pero cada día, entre tres y cuatro personas sufren una desaparición forzosa a manos de las fuerzas de seguridad. La mayoría de estos ciudadanos reaparece días o semanas después con signos de tortura en prisiones como Damanhur, Scorpion o Wadi El Natrún.
A cinco minutos en coche de la plaza Tahrir se encuentra el Centro Nadim para la Rehabilitación de Víctimas de Tortura, la única organización en Egipto que ofrece tratamiento psicológico a las víctimas de tortura. Además de intentar recomponer las vidas destrozadas en las cárceles egipcias, esta ONG se dedica a poner cifras a la violenta represión del general Abdel Fatah al-Sisi. Entre enero y mayo de este año han documentado 630 desapariciones.
La directora del archivo, Dai Rahmy, alerta del incremento de estos métodos violentos desde el golpe militar contra el islamista Mohamed Morsi en 2013. “Trabajamos desde 1993, hemos atendido a más de 5.000 pacientes, pero nunca antes habíamos visto estos números de detenidos, desaparecidos y torturados”.
Su informe anual sobre la tortura ha pasado a ser mensual. En 2015 contabilizaron 640 casos de tortura, pero Rahmy advierte: “Estos son solo los casos que conocemos por la prensa y datos oficiales. No contamos a nuestros pacientes porque tienen miedo a denunciar. Esto es solo la punta del iceberg, ¿puedes imaginártelo?”.
La investigadora recalca el uso continuado de la tortura. “No se trata de incidentes aislados violentos, la policía tortura sistemáticamente”, señala. También puntualiza que las figuras políticas importantes no la sufren en primera persona. Las víctimas suelen ser los activistas de base o presos comunes.
“Tortura, lengua oficial de la Policía”
'Tortura, lengua oficial de la Policía'. Es el título de un informe del Centro Nadim en el que los investigadores recopilaron todos los casos de tortura aparecidos en prensa en los primeros 100 días de gobierno de Al Sisi, es decir, del 8 de junio al 15 de septiembre del 2014. Una semana basta para ilustrar el grado de violencia.
El 11 de junio Aisha Fuad, encerrada en la cárcel Qanater. Denuncia que los policías la han golpeado a ella y a sus compañeras de celda con varas de acero. Dos de ellas presentan una fractura en el brazo, una de ellas sangra del útero y todas tienen contusiones.
Dos días después, Amr Shaaben, prisionero en Kom El Dekka sufre fractura de costillas y dificultades respiratorias como resultado de la tortura. El 15 de junio, un chico muere en la comisaría de Matareya. En esa instalación policial se han visto cuerpos con las uñas arrancadas, ojos extraídos de sus cuencas y lenguas mutiladas. El 17 de junio un titular reza ‘Cuatro ciudadanos mueren en comisarías en un día’. En 2015, 474 personas fallecieron a causa de la brutalidad policial, 137 de ellas perecieron dentro de prisiones y comisarías de policía.
“Estuvieron dos horas y media electrocutándome”
Cae la noche en la mayor metrópoli de África. En el barrio de Nasr City, Ahmed (nombre falso para esconder su identidad) tiene muchas ganas de hablar, recuerda fechas, lugares y nombres de sus torturadores.
Hace tres años, Ahmed era un estudiante de 20 años sin inquietudes políticas que se estudiaba en la Universidad de Al-Ahzar. Se vio envuelto en una manifestación contra el Ministerio de Interior. Las fuerzas especiales le detuvieron y ahí empezó su calvario por cuatro cárceles egipcias durante dos años y medio. “Tras mi detención estuve cuatro meses en una comisaría incomunicado y sin ningún tipo de acusación”. Después le enviaron a una prisión al norte del país. “Al llegar, los policías nos obligaron a desnudarnos y a pasar entre dos filas de efectivos policiales que nos pegaron con varas de madera y porras eléctricas” recuerda Ahmed.
El día que dictaron sentencia contra él, los policías rodearon a varios presos y les golpearon con la culata de la pistola. Ahmed preguntó por qué les golpeaban y lo trasladaron esposado a un calabozo donde le propinaron una paliza que se saldó con un corte profundo en su espalda. “La herida no paraba de sangrar. Me llevaron a mi celda y cada vez que me desmayaba mis compañeros llamaban a los oficiales, al final uno se acercó y dijo: ‘¿Va a morir? Uno menos’ ”. La herida se infectó y al día siguiente el médico se negó a suturarle. No podía emitir un informe de herida grave por orden de la dirección de la prisión.
En una ocasión discutió con un agente que quería quitarle la chaqueta y le llevaron a la celda de tortura. “Era una celda oscura, no había ventilación. Me esposaron las manos delante y me colgaron del techo, luego un agente secreto sacó una navaja y me rasgó la ropa”. Recuerda que le tiraron agua fría por todo el cuerpo y vio como traían un aparato de electricidad. “Me pusieron un cable en la mano y otro en el pie”. Había policías con porras eléctricas. El oficial le dijo: “Esta noche vamos a tener una fiesta especial, no vamos a dormir”.
“Estuvieron dos horas y media electrocutándome. El oficial les iba diciendo que echaran más agua”. Cuando Ahmed ya no podía ni contestar ni mover un músculo, el agente le preguntó: “¿Sabes por qué echamos agua? Para que la electricidad penetre en todo tu cuerpo”.
Ahmed está ahora en libertad y ha vuelto a la universidad, pero tiene otro juicio pendiente. Le acusan de 13 cargos, “no me los sé todos de memoria, me acusan de destrozar un edificio público por ejemplo... no sé, es de lo que les acusan a todos”. Aunque reconoce que al salir de la cárcel sólo quería vengarse, ahora dice querer olvidar y huir de Egipto.
Las terapeutas que reconstruyen vidas
Recomponer una vida tras sufrir tortura es la labor de las doctoras Asma Mustafa y Raghda Sharid del Centro Nadim. Su filosofía se basa en el “empoderamiento a través de terapias client center o exposición narrativa”. También medican si es necesario.
Las doctoras se suelen encontrar a pacientes que sufren pérdida de identidad, desinterés o una concentración muy pobre que les impide pensar claramente. “Es muy común que revivan lo que pasó, estando dormidos o despiertos. Sienten tanto que quieren evadirse y, para ello, buscan sustancias con las que deshacerse de recuerdos intrusivos, pero eso no ayuda”, explica la facultativa Moustafa.
Algunos sufren episodios de rabia cuando sus seres queridos les empujan a volver a la realidad. Según las doctoras, el primer paso es normalizar sus sentimientos. Sharid destaca la importancia de crear un espacio seguro en la terapia: “La tortura les hace perder todo, intentamos hacerles entender que ya no están allí y pueden controlar su vida, empezando por la sesión”.
Pero la realidad más allá de las oficinas del Centro Nadim es más cruda, ya que los activistas políticos viven bajo la amenaza de volver a ser objeto de detención y tortura. Amnistía Internacional cifra en 60.000 los detenidos políticos desde el golpe de Estado, la mayoría pertenecientes a los Hermanos Musulmanes, pero también hay casos de activistas laicos. La doctora Sharid lamenta que, en ocasiones, ven un progreso en un paciente muy resiliente, pero “durante una o dos semanas no sabes nada de ellos, y luego ves en las noticias que les han arrestado. Así que es como si no hubieras hecho nada”.
“No les podemos decir que no les va a pasar nada, así que intentamos hacer que sean conscientes del miedo y se calmen con técnicas de relajación”, explica Asma. “He visto a gente terriblemente deprimida, que no podía dormir ni trabajar, y después de algunas sesiones son capaces de comenzar a reconstruir relaciones y reconectar con su mundo”, asegura.
Ofensiva del Gobierno contra el Centro Nadim
El Gobierno de Sisi intentó en sendas ocasiones, el 17 de febrero y el 5 de abril, clausurar el Centro Nadim sin éxito, ya que los trabajadores se negaron a abandonar las oficinas. El acoso a los defensores de derechos humanos se traduce también en prohibiciones de viajar, congelación de activos, interrogatorios e incluso prisión. El abogado del Centro Nadim, Haitham Mohamadein, fue detenido en abril y permaneció en la prisión de Giza hasta octubre sin juicio ni acusación. Cada 45 días le llevaban al juzgado y ampliaban el período de detención preventiva.
Este hostigamiento se enmarca dentro del llamado 'caso 173', por el que Nadim y otras 11 asociaciones han sido acusadas de “recibir fondos del extranjero para dañar el interés nacional y afectar la seguridad y el orden público”, según el artículo 78 del Código Penal. “Nos acusan de espías”, ironiza la directora del archivo de Nadim.
“Es nuestra manera de decir ‘no’ a esta dictadura”
Tras 23 años asistiendo a las víctimas de tortura, las trabajadoras de Nadim enumeran muchas razones para resistir. “Lo que nos hace levantarnos por las mañanas es saber que los pacientes nos esperan, les prometimos que íbamos a continuar y continuamos”, asevera la doctora Asma Moustafa.
Su compañera Dai Rahmy es consciente de que cualquier día la policía puede presentarse en las oficinas y cerrar Nadim, o llevarles a la cárcel sin ninguna acusación. “Es una atmósfera difícil, pero lo sentimos como un deber, no es una elección, es nuestra manera de decir ‘no’ a este gobierno, decir ‘no’ a esta dictadura”, sentencia.
Ante la debacle de violencia extrema, la salud mental queda relegada a un segundo plano. Pero las trabajadoras de Nadim son conscientes de la importancia de su labor, ya que son las únicas que responden a la pregunta “¿cómo vivir tras ser torturado?”.