“No puedes esperar un visado, te estás jugando la vida”

La tercera vez que Nicole Ndongala fue detenida por los militares mientras caminaba por las calles de Kinsasa supo que había llegado el momento de salir. Era 1998 y su país, la República Democrática del Congo, vivía una escalada de violencia. “Un día te paran y te dicen: no eres congoleña, eres ugandesa. Inventan cualquier excusa, te detienen y tienes que pasar la noche en el calabozo sin motivo”, recuerda Ndongala, que en aquellos años estudiaba gestión financiera en la universidad. “Entonces no había la facilidad de teléfono que hay ahora. Si te detienen no tienes cómo decirle nada a tus padres y tienes que pasar la noche allí. Hasta que les parezca bien y te suelten”.

El peligro y la desprotección era aún mayor por el hecho de ser mujer. “Cuando detenían a alguien no era solo para hablar, te podían violar, usar la violencia. Había una brutalidad tremenda. Hay personas que estuvieron en mi situación y hoy están muertas, a muchas mujeres las violaron y quedaron traumatizadas para siempre”.

Poco después de su última detención, comenzó las gestiones para huir como fuese del país. Se hizo con un pasaporte falso, un visado y un billete de avión que la llevó a Bruselas y de allí en autobús a España, donde lleva 17 años. “Hay gente que pregunta por qué los africanos no vamos a las embajadas antes de intentarlo por otras vías. Muchas veces, poder acceder a una embajada es misión imposible. Un simple formulario es toda una historia. Una persona que está perseguida busca salir ya, no puede ir a una embajada a pedir un visado y esperar un mínimo de un año la respuesta, que probablemente será negativa. Tienes que encontrar otra posibilidad, aunque sea arriesgando tu vida en un viaje por el desierto y saltando la valla. No puedes esperar un visado, te estás jugando la vida”, reclama.

Al llegar a Madrid, su primer colchón fue Karibu, una organización que atiende a inmigrantes sobre todo africanos, “Cuando expliqué mi situación, me dijeron que tenía que pedir asilo y lo hice”. Meses después fue reconocida como refugiada. “Yo llegué sola a España, sin hablar español. Fue muy duro, pero esta protección me ha dado libertad. A pesar de la situación que has vivido, ser refugiada te abre las puertas para ser una persona, para demostrar lo que vales, trabajar y no quedar paralizada”. Ahora, es mediadora en Karibu, donde recibe a migrantes y solicitantes de asilo, especialmente mujeres, muchas de ellas con experiencias similares.

Sabe que puede considerarse una afortunada, a pesar de que “el refugio no es un regalo, sino un derecho”. En España, cada vez es más difícil conseguirlo, aunque en los últimos años ha aumentado el número de solicitantes, según revelan los datos del último informe de la Comisión de Española de Ayuda al Refugiado. En 2013, pidieron protección en España 4.502 personas (frente a las 2588 de 2012), pero solo se le concedió a 206. Otras 376 personas lograron otras formas de protección que recoge la legislación. “Aquí nunca ha sido fácil, pero cuando yo llegué si no te daban el estatuto te daban una protección humanitaria especial. Hoy también estas son menos y conseguirlas es casi imposible. Hay muchos africanos a los que le tienen renovando la tarjeta (permiso temporal mientras resuelven la petición) para que luego te digan que no te dan asilo, a pesar de haber sufrido experiencias horribles”.

Ndongala es una de las protagonistas de la campaña Noland de la ONG Entreculturas, que pone el foco en los 22 millones de mujeres y niñas desplazadas y refugiadas que hay en el mundo y que viven la discriminación de género y la amenaza de sufrir abusos sexuales o maltrato físico o psicológico.“Campañas como esta son necesarias para visibilizar lo que está pasando, especialmente con las mujeres. Cuando veo las noticias que llegan de mi país, me siento impotente. Quieres hacer algo, pero no puedes. No puedes dormir tranquila sabiendo que hay muchas que siguen sufriendo, que son violadas y discriminadas. Hay un proverbio que dice 'educar a la mujer es educar a toda la nación'. Por eso, si desestabilizamos a las mujeres, desestabilizamos a todo un pueblo. Eso es lo que hacen ellos”, denuncia.

“Aquí la gente suele tener tendencia a preguntar: si hay personas que sufren esas situaciones, ¿por qué no denuncian? Es que no es como aquí. Aquí vas a la policía y denuncias. Allí no es así”. Lo primero, asegura, esa persona tiene que ser consciente de que tiene ese derecho y de que está siendo vulnerado. “No todo el mundo lo es. Y aunque lo sea, si vas a denunciar no sabes que va a pasar, puede que te detengan a ti y te hagan daño.Por eso, la mayoría opta por callarse. Peor si eres mujer, en ese mismo despacho donde denuncias pueden abusar de ti. Mejor quedarte con el sufrimiento, callando para toda la vida. Es muy difícil resolver lo que está pasando, pero hace falta visibilizar el problema y mucha presión internacional”.

¿Piensas regresar algún día a tu país? “Quiero hacerlo. Es mi casa, mi tierra, pero no ahora. No puedo volver a vivir en peligro de nuevo”.