La tortuga que cruzó la frontera y nos hizo pensar
A esta tortuga indocumentada la vimos cruzar la frontera terrestre entre Albania y Grecia una madrugada de agosto, poco después de salir de una larga cola para que nos sellaran los pasaportes.
“Aquí donde veis la bandera roja con el águila, está Albania”, les explicaba a mis hijos. “Y allí”, añadí señalando la otra bandera, azul con rayas blancas, a unos cientos de metros, “está Grecia”.
“Pero, ¿dónde estamos ahora?”, preguntó mi hijo de seis años. La tortuga se arrastraba lentamente detrás de nosotros, por lo que a veces se denomina terra nullius, una porción de territorio que no pertenece a ningún Estado y que suele delimitar dos jurisdicciones limítrofes.
Durante los 45 años de régimen comunista en Albania, cualquier ciudadano que hubiera sido sorprendido haciendo lo mismo que esta tortuga habría sido fusilado. El tramo de tierra divisoria estaba custodiado por soldados a ambos lados, y eran pocos los vehículos que cruzaban la frontera. Ahora, el paisaje ofrece una extraña mezcla de vida salvaje y civilización, una síntesis de naturaleza y artificialidad. El sonido de los grillos se ve interrumpido por los coches que frenan bruscamente en los respectivos puestos de control. Fuera de los caminos marcados, la tierra es estéril y nadie cuida la vegetación. Estamos rodeados de montañas, que tienen nombres distintos a cada lado de la frontera.
En el pensamiento político moderno, el concepto de terra nullius, es decir, una porción de tierra que no tiene propietario legal, fue crucial para la defensa del colonialismo. La soberanía territorial se justificaba invocando la necesidad de un uso eficiente de la tierra que presumiblemente no había sido reclamada previamente por nadie. “Si en el territorio de un pueblo hay alguna tierra desierta o improductiva”, escribió Hugo Grocio, el padre fundador holandés del derecho internacional del siglo XVII, “es un derecho de los extranjeros tomar posesión de esa tierra”. Reflexionando sobre los orígenes de la propiedad privada, el filósofo ginebrino Jean-Jacques Rousseau escribió que la primera persona que cercó una parcela de tierra y dijo “esto es mío” - y que encontró personas lo suficientemente “simples” como para creer esta ficción - fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Algo parecido podría decirse del territorio estatal.
“¿Pero de dónde viene la tortuga?”, preguntó mi hijo de seis años. “¿Adónde va? ¿Es griega o albanesa?”. “Las tortugas no tienen país”, le contesté. “Viven en el estado de naturaleza”.
Políticas antinaturales
La justificación de la autoridad política, incluido el derecho de los estados a vigilar sus fronteras, reside en su presunta superioridad sobre el reino animal. Thomas Hobbes explicaba que, en el estado de naturaleza, la competencia por unos recursos escasos y la guerra de todos contra todos hacen que incluso los más fuertes teman por su vida. El Estado, y solo el Estado, es capaz de garantizar una verdadera libertad basada en los derechos, frente a la anarquía de la naturaleza.
Este argumento me parecía plausible en el pasado, pero cada vez lo veo con más escepticismo. Unas semanas después de que se tomara esta foto, 92 migrantes fueron rescatados en la frontera norte entre Grecia y Turquía. Todos estaban desnudos y muchos presentaban lesiones corporales. No está claro cómo perdieron la ropa, pero Grecia culpó a las autoridades turcas. La ONU pidió una “investigación en profundidad” y denunció “un trato tan cruel y degradante”. De repente, las normas establecidas por los Estados parecían aún más crueles que las llamadas leyes de la naturaleza.
Por las mismas fechas, unos albaneses indocumentados que viajaban a Reino Unido fueron objeto de un despiadado ataque verbal por parte de la ministra del Interior, Suella Braverman. Se les tachó de invasores, aunque en el fondo lo que habían hecho no difería en nada de la tortuga: cruzar una frontera. Sin embargo, se nos ha enseñado a considerar el mero acto de desplazarse a través de una frontera artificial como un tipo de delito, porque hemos aceptado como naturales convenciones políticas profundamente antinaturales.
Y es por este motivo que he vuelto una y otra vez a esta foto: la imagen de una tortuga que se sentía a sus anchas en un mundo sin pasaportes.
* Lea Ypi es profesora de Teoría Política en la London School of Economics y autora de Free: Coming of Age at the End of History.
Traducción de Emma Reverter
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