Arma para acabar con el reclutamiento del ISIS en un municipio belga: frenar la “frustración”
Una noche, Tarik, de 18 años, decidió abandonar su casa cuando todos dormían. La siguiente noticia que su madre tuvo de él le situaba en Siria, atrapado por la locura yihadista, y de esto hace ya un año. Desde entonces, “la madre pasa el día llorando e incluso durmiendo al lado de la puerta por miedo a que alguno de sus hermanos pueda seguir sus pasos una noche. Una paranoia terrible”.
Así lo cuenta Ahmed, marroquí octogenario íntimo amigo de la familia, que cada mediodía acude a la mezquita de Vilvoorde, ciudad industrial de la periferia norte de Bruselas, que en los últimos meses ha ocupado artículos de prensa de medio planeta. “Por aquí han pasado periodistas estadounidenses, rusos e incluso japoneses”, relata después de reconocer, molesto, que el paso de tanta cámara ha estigmatizado a esta población en la que vive desde hace más de 50 años.
La historia de Tarik, nombre ficticio para preservar la identidad del joven, es similar a la de los otros 27 chicos, de entre 16 y 24 años, que un día decidieron abandonar esta pequeña localidad industrial, del tamaño poblacional de Soria, para enrolarse en las filas del autodenominado Estado Islámico.
Las autoridades locales aseguran que lo peor ha pasado. Fue durante los primeros meses de 2014 cuando se produjo el efecto “simulación” entre jóvenes que siguieron los pasos de otros referentes que habían partido meses antes. Lo relata Moad El Boudaati, que conoce a todos los que se marcharon, y que ahora trabaja con el ayuntamiento en diferentes estrategias que pretenden combatir la radicalización y sus causas, en las que se apoyó la red Sharia4Belgium para reclutar a jóvenes de localidades como Vilvoorde o las vecinas Amberes o Malines. Fouad Belkacem, líder del grupo, fue condenado el pasado mes de febrero a doce años de prisión por organización terrorista y captación de jóvenes para entrenarlos como yihadistas.
Cada semana, con la máxima discreción, la casa consistorial acoge sucesivos encuentros en los que se intenta implicar a varias partes: jóvenes, educadores, policía y hasta el director de la mezquita. Se intenta dar respuesta al que consideran el mayor peligro para caer en las garras del extremismo: la frustración. “Faltan lugares para jóvenes, no hay infraestructuras pensadas para ellos. Hay aislamiento y también, falta de esperanzas laborales. Son muchos factores que acaban frustrando y debilitando a los chicos”, relata Moad, que trabaja codo con codo con el socialista Hans Bonte, alcalde de la ciudad, al que el propio Barack Obama invitó a la cumbre contra el extremismo violento organizada por la Casa Blanca a principios de este año.
El alcalde cree haber dado con la tecla de la buena estrategia: dar alternativas a los jóvenes, reconstruir sus redes sociales y crear flujos de diálogo entre jóvenes y fuerzas de seguridad. Un plan al que no le falta oposición, tanto de políticos como de parte de la opinión pública belga, que la consideran demasiado dulce. Al menos dos de los 28 jóvenes que han estado en Siria durante los últimos meses viven ahora en la ciudad. Casi todo el mundo en Vilvoorde lo sabe, después de que la justicia belga los pusiera en libertad. Las autoridades locales hacen un seguimiento intenso día a día a estos casos especialmente sensibles, de los que casi nadie en el municipio quiere hablar.
Jessica Soors, especialista en Medio Oriente de la Universidad de Lovaina, es la asesora directa del alcalde en el programa de prevención y “desradicalización” . Soors explica que existió un fuerte impacto social en la población durante 2014 por el efecto de simulación. Los primeros que partieron “animaron a gente de su entorno; hermanos más pequeños, amigos, conocidos, para que siguieran sus mismos pasos”.
“No se imaginen a un grupo de barbudos”
Sin embargo, según la especialista, no puede establecerse un perfil característico más allá de la vulnerabilidad y el aislamiento de estos jóvenes. “No se imaginen un grupo de barbudos con apariencia de extremistas religiosos. Más bien los que partieron respondían al perfil contrario con aspecto imberbe e inocente y que van experimentando un proceso de aislamiento. No hablan de política ni de religión”, añade Moad, que trabaja en el programa y explica que mientras en algunos casos la radicalización se dio “en meses”, en otros casos “llegó a producirse en cuatro o cinco semanas”.
El ayuntamiento no sólo trabaja en la prevención, también en ayudar a las familias inevitablemente estigmatizadas porque uno de sus hijos fue captado por el yihadismo. “Aquí se conoce todo el mundo. Claro que hay estigmatización y gente señalada. Más aún cuando la policía pasa por tu casa en varias ocasiones para recabar datos. Por cada joven que parte, hay un entorno formado por varias personas que queda muy tocado y que se hace muchas preguntas. Intentamos ayudarles, poner en común experiencias y no hacer de ello un tabú”.
El caso de Vilvoorde y de algunas ciudades de la región que algunos medios ya apodan “Belgistán” llama inevitablemente la atención. Las autoridades belgas estiman que más de 300 jóvenes habrían ido a Siria en los últimos años, cifra elevada a más de 400 por algunos investigadores locales.
Vilvoorde creció en los años 70 con la mano de obra proveniente del Magreb y el sur de Europa, especialmente española, para su fábrica de la Renault. El cierre de la fábrica en 1997 generó desempleo y desesperación en varias familias. A esto hay que sumarle la pujanza del nacionalismo flamenco que durante los últimos años ha complicado tareas administrativas y de integración en varias comunas de esta zona.
La municipalidad no esconde sus problemas socioeconómicos en un contexto “complejo”, según declara el alcalde. En este escenario es en el que la red Sharia4Belgium se fortaleció e incluso llegó a actuar impunemente desde finales de 2012 hasta su desmantelamiento. Y todo ello a menos de 10 minutos de tren del corazón institucional de la Unión Europea.