Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.
A 30 km/h es mejor (para todos)
Hace unas entradas me propuse aquí desmontar eso de que ir en bici por ciudad fuese más peligroso que meterse en un pogo con antidisturbios. Hoy vengo a contradecirme un poco. Puede que real y estadísticamente, circular en bici por nuestras urbes no sea tan terrorífico como creemos, pero lo cierto es que creemos que así es.
La verdad es que, una vez tomada la decisión de coger la bici para ir de aquí a allá en medio del tráfico, se pasan unos primeros días difíciles. Se siente uno como ese niño recién llegado al cole al que los mayores empujan por los pasillos, le quitan la merienda y le quieren hacer ver que ese no es su sitio. A este lado de la metáfora, los matones son los coches, la costumbre y el ritmo de circulación que creemos que es normal. Y que no lo es en absoluto.
La ley dice que, en ciudad y como mucho, se puede ir a 50 km/h. El hábito, ese que nos lleva a pisar el acelerador como si estuviésemos en una carretera nacional o en una partida del GTA, hace que no nos parezca raro subir a 60 y hasta a 80 si vemos que hay pista libre y ningún moro (agente de movilidad o radar) en la costa. Pero, de un tiempo a esta parte, hay cada vez más voces señalando que es un error.
En los 80 se empezó con lo de las Zonas 30 en Alemania. A principios de los 90, ya había ciudades europeas con tal límite. Ha habido un reciente movimiento para instaurar esa velocidad en todo el continente y, aunque no ha cuajado del todo, sí que un montón de lugares del mundo se han ido aplicando el cuento y han aumentado el número de sus Zonas 30. En España ya abundan en muchas ciudades y la DGT lleva amagando años con hacer el límite obligatorio en las calles de un solo carril por sentido. Incluso Madrid, la capital europea de acoger tarde las buenas prácticas de movilidad, ha visto algunas de sus calzadas pintadas con círculos que encierran un 30 bien gordo. Son los ciclocarriles, cuya velocidad máxima es 30 km/h y por eso tienen también bicis pintadas, porque son presuntamente buenos para circular en tal vehículo.
Pero, ¿por qué a 30 km/h? ¿Es una cifra caprichosa para contentar a los pesados de los pedales? ¿Hay que hacer caso a esas señales o podemos seguir pasando de todo como siempre? Otra vez, nos encontramos ante algo que conocen aquellos que están al día en materia de movilidad pero que los ciudadanos ignoran porque nadie se ha ocupado de explicarlo. Lo cual —el no explicarlo— es una enorme tontería, porque entender ese límite y respetarlo beneficia a todas las personas que conviven en esto llamado ciudad, ya vayan en coche, en moto, en autobús, en bici o paseando.
Ir a 30 km/h es bueno para todos porque reduce la contaminación acústica y la del aire; porque permite a los coches híbridos, que cada vez son más, aprovechar las ventajas de su motor eléctrico; porque, sin reducir la velocidad media de circulación —que en Madrid está entre 10 y 22 km/h, según las zonas—, hace del tráfico una cosa más fluida y homogénea, sin tanto acelerón y frenazo; porque fomenta la movilidad en bici y caminando; y, sobre todo, porque salva vidas y hace que la ciudad sea más segura. Para todos, insisto.
A 30 km/h se pueden evitar muchos accidentes mortales porque se frena en menos espacio (9 metros frente a los 15 necesarios a 50 km/h). A 30 km/h se reducen al 5% las posibilidades de morir arrollado por un vehículo, mientras que a 50 km/h son un 45%. En un accidente a 30 km/h, los ocupantes del coche sólo se harán pupas menores y no habrá casi en ningún caso siniestros totales.
No conozco a nadie que quiera verse involucrado en un accidente mortal o grave. No conozco a nadie que no quiera respirar un aire más limpio. No conozco a nadie que no quiera menos ruido en la ciudad. No conozco a nadie que no quiera más seguridad para niños y mayores. No conozco a nadie que no quiera un tráfico más sensato. No debería, por tanto, conocer a nadie que no respetase los límites a 30 km/h y, sin embargo, casi todo el mundo que conozco se los salta. Es más, todos los que me pasan por esos ciclocarriles cuando voy en bici van a más de 30 (y muchas veces a más de 50).
Sé que soy muy pesado pero, no puedo evitarlo, voy a serlo más. Legislar no sólo debería consistir en hacer leyes sino en explicarlas. Vuelvo al cole de la metáfora inicial: como nos decían entonces, no se trata de que nos lo aprendamos de memoria, se trata de que lo entendamos. De esta manera, es posible que nos apliquemos, respetemos las normas y nos respetemos a nosotros mismos. Y, si no, siempre queda el recurso de sacar los radares a trabajar, que eso siempre funciona. Pero lo que no se puede hacer es poner un límite y que no le haga caso ni el que lo ha mandado pintar. Lo que no puede ser es que nuestra ignorancia y nuestra costumbre nos hagan tener pavor a que nuestros hijos crucen un paso de cebra o pensar que caminar o ir en bici por nuestras ciudades es cosa de héroes.
¿Verdad que es absurdo? Pues así de absurdos somos.