Un blog de Juventud Sin Futuro pensado por y para los jóvenes que viven entre paro, exilio y precariedad. Si quieres mandarnos tu testimonio, escríbenos a nonosvamosnosechan@gmail.com.
Derecho a la ciudad
Los cristales del Café Comercial, que desde que se anunció el cierre están cubiertos por dentro de papel continuo marrón, están llenos por fuera de papelitos en forma de corazón con mensajes de cariño, indignación y memoria. Es la reacción de los madrileños ante el cierre del café más antiguo de Madrid, pero no están ahí por puro respeto a la antigüedad, sino por la cantidad de recuerdos que contenía el café, y sobre todo por la cantidad de cosas que podrían haber seguido pasando ahí y que ya no pasarán más. Es bonito, el gesto de los papeles. Una bonita despedida. Te arranca hasta una media sonrisa, que se te pasa cuando piensas que esos papelitos irán a la papelera, como tantas otras cosas, cuando desmonten definitivamente el local del Comercial y lo conviertan en aquello que está por venir. Podemos hasta jugar a adivinar. ¿Qué será? ¿Un Starbucks? No, hay uno unos metros más abajo en la misma calle Fuencarral. También hay ya tiendas de todas las compañías telefónicas, además de tienda de Apple, VIPS, 100 montaditos, Tiger... Podría ser un Bershka, o cualquier tienda de ropa de ese tipo, aunque la mayoría de esas tiendas están más cerca de Gran Vía. No, quizás la mejor apuesta sea un Burger King, que es lo único de ese tipo que falta en la zona, y que así le haría competencia al McDonald que hay enfrente.
Pasan apenas cinco días de la noticia del cierre del Café Comercial y nos llega otra, la del cierre del bar Noviciado, apenas unas calles más allá, que cae víctima de la renta antigua. El Noviciado es mucho menos histórico, romántico y literario que el Comercial, es más bien un bar de batalla, de los de toda la vida. Forma parte de la vida reciente de muchos jóvenes y no tan jóvenes por un motivo muy sencillo: vendía bocadillos a 2,20, y otros muchos platos a precios accesibles. En una época donde el paro y la precariedad definen radicalmente nuestra economía, y en un barrio tan, tan moderno que define su modernidad y su actualidad a base de que todo sea cada vez más caro, esos bocadillos contundentes eran la garantía de que aunque tuvieras poco dinero podías hacer vida en Malasaña, de día o de noche, y comer a un precio decente. Era el refugio válido para todos. Apenas hay un par de sitios más así en Malasaña, excepciones en territorio de precios disparados. Ahora hay uno menos.
Duele el recuerdo e invade la nostalgia. Pero esto va mucho más allá de las historias particulares del Comercial o del Noviciado. Esto va también, y sobre todo, de que se están perdiendo sitios que no solo han definido el carácter y la historia del barrio, sino que además han permitido que éste fuera accesible y vivible para muchas personas que cada vez tienen menos cabida en él, porque no se lo pueden permitir. Con este tipo de pasos avanzamos hacia una ciudad cuyo centro deja de tener barrios para la gente y pasa a tener ambientes de moda para la élite, de forma que si tienes dinero, puedes acceder a todo, pero si no lo tienes, tu sitio está en la periferia, porque aquí ya no puedes acceder a la vivienda, ni al ocio, ni a la comida, ni a nada. Como consecuencia el barrio, Malasaña en este caso pero podrían ser muchos otros en muchas ciudades, se vacía de familias, de jóvenes que empiezan a construir sus vidas o de gente mayor, porque los precios se hacen inaccesibles para la gran mayoría de la sociedad. Acabamos teniendo calles dedicadas meramente al consumo, en las que ya no tienes protagonismo como persona sino solo como consumidor, y convertimos el centro de la ciudad en un escaparate, una fachada continua de tiendas de franquicias o de grandes cadenas, prácticamente iguales a las que encuentras en cualquier otra gran ciudad. A pesar de su resistencia hasta rozar la asfixia, las iniciativas locales y los pequeños comercios pierden su espacio, porque es imposible que compitan económicamente con los alquileres que pagan las grandes empresas que van devorando espacio a su alrededor.
Los cierres del Comercial y el Noviciado son una muestra más de un barrio que nos echa y de una ciudad que nos roban. Hablamos mucho en los últimos tiempos de la necesidad de regeneración política, pero es muy difícil construir democracia real si nuestro propio entorno urbano está estrictamente ordenado en términos económicos, en vez de en términos de horizontalidad, transversalidad e integración social. Igual que la educación influye de forma determinante en nuestros valores como sociedad, también lo hace el entorno en el que nos desarrollamos como personas. Al priorizar la rentabilidad y el dinero, generamos espacios de privilegiados y de desfavorecidos (si no tienes dinero, no vayas al centro), eliminamos espacios de desarrollo personal no relacionados con el dinero (por ejemplo, cada vez más las plazas están absorbidas por las terrazas de los bares), reducimos drásticamente casi todo lo que tenga que ver con el arte (sin ir más lejos, olvídate de las tertulias literarias del Café Comercial) e inculcamos a todo el que esté por venir que el espacio público se ordena en función de rentabilidad, eficiencia y consumo. En resumen, perdemos. Perdemos la libertad de cada persona de tomar decisiones vitales en su propia ciudad sin depender de su situación económica, perdemos la variedad y la riqueza del pequeño comercio no sometido a los intereses y a las condiciones laborales a menudo precarias de las grandes multinacionales, perdemos acceso a la diversidad social y artística, y perdemos una ciudad horizontal donde no te sientas cada vez más abajo en función de tu poder adquisitivo. Perdemos como individuos y perdemos como sociedad, cada vez más focalizada hacia el consumo.
El Comercial y el Noviciado no han sido los primeros, ni serán los últimos. Vendrán más. Y por cada uno de estos sitios que cierre, no solo perderemos recuerdos, también nos estarán robando un pequeño gran trozo de nuestro derecho a la ciudad. Es necesario ser conscientes de lo que esto supone y exigir medidas políticas y sociales que no solo defiendan la historia del café más antiguo de Madrid, sino sobre todo que planteen un espacio urbano ordenado en función de las necesidades de la gente y la sociedad, y que no esté exclusivamente sometido al beneficio empresarial. Cuando en la ciudad quepamos todos, estaremos cambiando el futuro.