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'Apollo' contra los buitres

Protesta en el exterior del edificio Apollo contra los fondos buitres.

David López Canales

Dublín —

El Apollo House, en Poolberg Street, en el centro de la ciudad, a dos calles del emblemático Trinity College, era conocido por ser uno de los edificios más feos de Dublín. Diez plantas de granito y cristal levantadas en los años setenta que antes fueron oficinas y desde hace años están vacías. Incluso el Gobierno tiene planes de demolerlo para vender el solar.

Hoy el Apollo, con sus grandes puertas azules manchadas de óxido y su nombre en letras doradas, se ha convertido también en un símbolo en Irlanda. En el epicentro del primer gran movimiento de reacción de la sociedad desde que estallara la crisis económica hace ya nueve años.

Todo empezó el 16 de diciembre. Durante tres semanas, decenas de activistas de las organizaciones Irish Housing Network (IHN) y el movimiento Home Sweet Home habían planeado su ocupación. Se habían inspirado en las acciones que en España hace la Plataforma de Afectados contra la Hipoteca (PAH). Incluso les habían pedido asesoramiento.

En 2014, como cuenta Seamus Farrell, de IHN, la PAH organizó un seminario en Dublín para explicar cómo podían movilizar a los ciudadanos, qué tácticas emplear y qué ideas se les ocurrían para el escenario irlandés. Desde entonces el contacto ha sido frecuente y algunos activistas irlandeses viajaron a Barcelona antes de la ocupación del Apollo para conocer más sobre el caso español.

“Nos parece muy inspiradora la idea de las asambleas de la PAH”, explica Farrell. “Nosotros hemos empezado a hacerlo el año pasado y es nuestro gran objetivo a partir de ahora. Extenderlo por Irlanda. Llevarlo a un nivel más local para poder conectar a la gente, debatir y luchar juntos”.

El objetivo de la acción en el Apollo era dar cobijo a decenas de personas sin hogar que malviven en albergues públicos, de pensión en pensión e incluso en la calle. En Irlanda hay 7.000 personas hoy así, 2.500 de ellas niños. La idea era aprovechar la Navidad para denunciar su precaria situación y forzar al Gobierno a que solucione el problema ofreciendo alternativas seguras y a largo plazo de residencia. Los organizadores lograron el apoyo público de artistas como el director de cine Jim Sheridan, los actores Gerry McCann y John Connors o el músico Glen Hansard. Y la acción alcanzó entonces una dimensión que no se esperaba.

Desde entonces más de 2.500 personas han acudido a las puertas del Apollo para ofrecerse como voluntarios y se han recibido más de 170.000 euros en donaciones. En total 40 personas sin hogar residían en el edificio, el límite que puso la justicia mientras se resolvía la sentencia de desalojo dictada pocos días después de la ocupación y hecha efectiva el jueves.

Michelo, un chileno entrado en la cincuentena, de frondoso pelo y barba oscuros, llevaba ya tres semanas alojado allí. Vive en Irlanda desde mediados de los años setenta, pero durante el último año, tras perder su trabajo y su casa, vaga de albergue en albergue. “El problema de esos sitios es que no son seguros. Son festivales de la droga donde la gente acude a comprar y a consumir”, se lamenta a la puerta del Apollo. En el interior del edificio, al que eldiario.es ha accedido, disponía de una habitación para él, de una zona común con televisor y billar, de cocina, lavandería y servicio médico. Es lo más parecido a una casa que ha conocido durante los últimos meses.

El caso del Apollo no se limita solo a las personas que como Michelo han perdido su hogar, sino que por primera vez ha azuzado las conciencias de los irlandeses y propiciado un debate mayor. El dueño del Apollo es hoy la NAMA (National Asset Management Agency, en inglés), la agencia creada en 2009 por el Gobierno para gestionar los activos tóxicos de los rescatados bancos irlandeses. El equivalente a la Sareb española. El banco malo irlandés.

Durante los últimos dos años la NAMA, convertida en una de la compañías propietarias de inmuebles más grandes de mundo, ha vendido 200.000 millones de euros en activos a fondos buitres norteamericanos. Hoy, 90.000 hipotecas irlandeses están en manos de esos fondos. El Apollo se convierte así en un símbolo, el primero irlandés, contra la gestión que el Gobierno ha realizado de la crisis y contra esa venta del patrimonio a los inversores extranjeros.

Lo más interesante del caso, lo paradójico incluso, es que han pasado ya nueve años desde que estallara la crisis. Nueve años de rescate, intervención exterior, recesión y recortes. Y hasta ahora los irlandeses no habían protestado.

Saoirse, un septuagenario que se acerca al Apollo para pedir asesoramiento porque tiene problemas económicos, cuenta que cuando la troika llegó a Dublín él acudió a protestar al Parlamento y solo había una decena de personas como él. “¿Dónde están los irlandeses?”, dice que se preguntó. Hoy confiesa que se siente “avergonzado” por sus compatriotas, por cómo “han vendido su pasado, su presente y sus familias”.

Algunos irlandeses atribuyen la ausencia de reacción social a su carácter. Al pragmatismo, sobre todo. ¿Para qué protestar si no sirve de nada? Otros al sentimiento de culpa que deja una cultura y una educación fervientemente católicas. “Creo que la gente está avergonzada. Avergonzada de que se tuviera que rescatar al país y avergonzada de lo que había hecho. De una forma u otra, todos se sentían responsables”, analiza el director de cine Jim Sheridan.

Apunta también otra causa para esa falta de protestas, lo que denomina “ser un país exportador”. En este caso, de personas. “Aquí, cuando hay problemas, como hemos hecho siempre, no reaccionamos, sino que nos vamos del país”, dice. Antes de despedirse, Sheridan me pregunta: “¿Cree usted que la gente en España está contenta por esto que sucede en el Apollo?”.

Casi un mes después de que empezara la ocupación, el jueves alcanzó su punto de inflexión. El edificio fue finalmente desalojado y los residentes trasladados a nueva residencias. Los organizadores debatían entre proseguir la ocupación o finalizarla si se conseguía esa alternativa a los albergues. Frente a la amenaza judicial optaron por no poner en peligro a los residentes.

Pero a muchos les queda el latido de fondo de que Apollo House no puede terminar con Apollo House y de que no debían dejarlo. Y ahora discutirán cómo continuar el movimiento. Si volver a ocuparlo y convertirlo en el símbolo de una causa mayor, no limitada solo a la gente sin hogar, sino a los precios de las casas, a los abusos en los alquileres y a esos fondos buitres, o quedarse con la victoria parcial que ha supuesto hasta ahora.

De nuevo la pugna entre el pragmatismo irlandés y un idealismo y una reacción que en una década no había germinado y que ningún irlandés se atreve a pronosticar ahora tampoco si florecerá con la primavera. Dependerá del Apollo. Del efecto que deje este edificio decadente y gris con el nombre del Dios del Olimpo que mostraba a los hombres sus pecados pero que también podía purificarlos.

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